Hogar

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El cementerio de Azarath parecía estar a punto de caerse a pedazos.

Allí, Rachel era capaz de sentir el aliento de los muertos soplando sobre la base de su nuca, provocándole pequeños escalofríos. Era la clase de lugar que el mundo tenía en el olvido, cuyo cuidado había sido designado a un viejo jardinero que barría las flores secas en otoño y dejaba que la hierba creciera indomable hasta devorar parte de las lápidas más antiguas.

"Aunque tal vez no sea tan desagradable", pensó ella. El paisaje poseía una belleza gris, como en una poesía triste. Después de todo, Arella siempre había sido un poco melancólica.

Una brisa fría correteó al lado de ellos, alzando algunas hojas secas en el aire. Garfield se agachó a su costado, dejando sobre la lápida un ramo de claveles amarillos. Rachel lo observó levantarse y se apegó más a su cuerpo cuando él pasó un brazo por sus hombros, en un gesto que la confortó.

Estaban solos y el silencio reinaba en el lugar, solo llenado por el canto de algunos grillos madrugadores. En el vacío, casi se podían escuchar las voces del pasado, las de aquellas personas que también habían llorado a los muertos en vida.

Al pensar en eso, Rachel sintió que alguien hurgaba en su interior. Una presencia etérea extendiendo sus brazos hacia ella, rebuscando dentro de su cuerpo y sacando una pegajosa masa de emociones que después examinaría, como si no perteneciera a ese plano de la realidad. Para ella era difícil pensar en algo así, porque le recordaba lo vulnerable que era.

—Arella tenía leucemia —soltó de pronto, su voz empapando el silencio—. Se lo diagnosticaron hace dos años.

Garfield la miró un poco preocupado, adivinando el hilo de sus pensamientos. Luego la atrajo más hacia sí, alejándola de aquello que la ponía mal. Ella leyó el nombre de Arella Roth, escrito en piedra sobre la lápida, y suspiró.

—A veces pienso que, si no hubiera escapado...

—No habría cambiado nada.

—Tal vez —murmuró, y su voz se hizo más pequeña—. Pero habría estado más tiempo con ella.

Era una idea que se había alojado con dientes y garras sobre su cabeza. No merodeaba al acecho, no planeaba corroerla ni consumirla. Solo estaba allí para hacerla sentir miserable y ella... ella no podía evitar darle un poco de razón.

Advirtió que Garfield despegaba el brazo que la tenía abrazada. Luego lo bajó, y ahí tomó su mano y la apretó con suavidad. Rachel no se había dado cuenta de que había bajado la vista hasta su unión hasta que, al levantarla, se topó con los orbes centelleantes del chico, cálidos como una pradera bañada por el sol.

—Yo creo que tuviste el tiempo suficiente —dijo, y sus palabras la envolvieron amablemente—. Volviste, ¿no? Al menos pudiste verla por última vez.

Sintió cómo los retazos finales de aquel demonio negro y emplumado desaparecían hasta volverse ceniza. Por un momento, solo existieron ellos dos, atrapados en un camposanto silencioso mientras la brisa helada removía las ramas desnudas de los árboles. Estaban juntos, intentando recuperar la calma que habían perdido en los últimos días, como queriendo olvidar que se hallaban lejos, muy lejos de casa...

En ese instante, se dio cuenta de cuán contaminada estaba Azarath de malos recuerdos, y tuvo la certeza de que no pertenecía allí, que ninguno lo hacía. Prefería Jump City, donde las tardes eran calurosas, podía divertirse rechazando las invitaciones a las fiestas nocturnas y Kory la saludaba con una enorme sonrisa cada vez que ingresaba a su cuarto en la residencia.

Pero irse de Azarath significaba no volver jamás.

Entonces Rachel apretó la mano de Garfield. Solo para confirmar que el chico no era una ilusión.

My inner demonsWhere stories live. Discover now