Cuando el teléfono suena

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La primera llamada sucedió cuando Rachel todavía no se levantaba de la cama, alrededor de las cinco de la mañana, hace algunos días.

Luchando en contra del sueño y la molestia, aún hundida en sábanas y acompañada del peluche de pollo que le había regalado Garfield cuando fueron a la feria el mes pasado, alargó el brazo para tomar su teléfono de la mesa de noche al lado de la litera.

—¿Quién rayos llama a esta hora? —maldijo entre dientes; el sueño sin abandonarla por completo.

Escuchó a Kory requintar desde su posición en la cama de arriba, pero no le hizo caso. Bizqueando debido al cansancio, sostuvo el móvil entre sus dedos y, cuando reconoció el número en pantalla, tuvo ganas de lanzar el aparato por la ventana.

Frunció el ceño y, sin pensarlo demasiado, pulsó en botón de rechazar llamada, para luego dejar el teléfono donde estaba y volver a dormir.

Desgraciadamente, volvieron a llamar un par de horas más tarde.

Por ello, y por la novena llamada de ese día, Rachel cavilaba la idea de cambiarse de número.

Sentada en la mesa de un restaurante de comida rápida junto a los demás, mientras bebía de una lata de soda, rechazó la nueva llamada, más por acto reflejo que por otra cosa.

Esta vez fue Dick quien preguntó.

—¿No contestas? —la miró él, sentado en la silla opuesta a la suya, picando de su ración de papas fritas.

—No —contestó con sencillez, y tomó un nuevo sorbo de su refresco.

Se encontraban en Alfred's, el restaurante donde se reunían después de las clases de la universidad y, según Víctor, donde servían las mejores hamburguesas de la zona.

Mesas rojas y redondas estaban repartidas por todo el lugar, con seis sillas de plástico en cada una. Luces neón decoraban el techo, en un espectáculo de bombillas azules y amarillas que flotaba sobre sus cabezas. A los cinco les encantaba ese lugar. Normalmente iban allí a pasar el fin de semana, excepto los sábados por la noche, porque eran Sábados de Karaoke y la barra del bar era asaltada por los jóvenes perdidos que buscaban olvidar sus penas bañando la lengua en litros de cerveza. Rachel no tenía idea de a quien se le había ocurrido la idea del Sábado de Karaoke. Cualquiera diría que la música y los borrachos hacían mala combinación.

—¿Y bien? ¿Listos para la "pre-fiesta" del viernes? —dijo Garfield con una sonrisa que dejaba su colmillito a la vista—. Ya tengo todo planeado, excepto por un par de detalles. ¿Alguien sabe dónde puedo conseguir un castillo inflable y pirotecnia que escriba mi nombre en el cielo?

Víctor asintió, sonriente. Dick y Kory compartieron una mirada de circunstancias. Rachel rodó los ojos.

Justo como pensaba. Garfield estaba loco.

—El castillo no es problema, pero respecto a la pirotecnia... —suspiró Víctor, pensativo.

Rachel pensó que eso iba a acabar mal.

—Yo no iré —dijo ella de repente, con la tranquilidad de siempre y el suave acento monocorde que la caracterizaba.

—¿Pero por qué? —preguntó Kory, a su lado.

—Tengo trabajo —se encogió de hombros.

—Vamos, Rae, podría ser divertido —la alentó Dick, con una sonrisa ligera—. Casi nunca vas a fiestas, de igual manera.

—Oh, no, ni creas que te lo vas a perder —soltó Garfield, prácticamente tirándose sobre la mesa para llegar a su silla.

Ella, por el contrario, retrocedió todo lo que le permitía su asiento, incómoda.

—Eh, Gar... —dudó Víctor, jalándolo de los tobillos para traerle de vuelta a su silla.

—No fuiste a la fiesta de fin del primer semestre, ni la de después de los exámenes de mitad de curso, ni la de la vez que le quitaron el yeso a Dick, ni cuando Víctor se dobló el tobillo jugando para el equipo de la universidad —se lamentó el chico, enumerando con los dedos.

—Bueno... —Rachel apartó la mirada de su compañero de grupo social, intimidada ante los ojos verdes del muchacho, que no se separaban de ella.

—Ni la fiesta de cuando se fue el profesor de reemplazo, ni la de la primera vez que aprobé un examen de Química, y tampoco estuviste presente cuando...

Por todos los cielos, ¿hubo tantas fiestas ese año?

Rachel dejó de escuchar. Por un momento, la voz de Garfield se tornó lejana y los rostros de sus amigos y demás comensales de volvieron borrosos. Sus ojos se había desviado hacia un punto en la ventana del restaurante, iluminada gracias a las bombillas neón. Podría pasar desapercibido para cualquiera, en especial porque se camuflaba a la perfección con la oscuridad de la noche, mas no para ella. Allí estaba ese cuervo de nuevo. Mirándola con sus ojillos acuosos y sus plumas negras.

Rachel tragó saliva, perturbada.

El ave graznó. Ella no lo escuchó porque el vidrio de la ventana apagaba el ruido, pero estaba segura de ello porque lo vio abrir el pico y girar la cabeza para que su ojo derecho diera directamente con ella.

¿Podría en verdad ser el mismo cuervo?

En su bolsillo, su teléfono vibró. Escupió una maldición. Extrajo el aparato y desvió la llamada. Entonces, ante la mirada atónita de sus compañeros, abandonó su lugar y rodeó las mesas del restaurante con dirección a la salida.

Al abrir la puerta, una campanilla sonó. Miró a la ventana de antes, luego a ambos lados de la acera. No había señales del cuervo.

Suspiró, cansada, intentando recuperar la compostura. Eran ideas suyas. Sabía que no había dormido lo suficiente. Por supuesto, ¿cómo podía ser que un cuervo estuviera siguiéndola?

Un poco más aliviada, se dispuso a regresar y disculparse con sus amigos por irse así de la nada. Giraba sobre sus talones, cuando chocó con alguien que salía al mismo tiempo que ella entraba. Sacudió la cabeza y alzó la vista para encontrarse con quien había colisionado, pero se encontró con la mirada de peridoto de Garfield. Ella retrocedió instintivamente.

—Rachel —la llamó él, sujetándola del brazo.

Estaba por contestar, cuando su móvil vibró de nuevo en el bolsillo de su chaqueta. Esta vez se hartó. Se zafó del agarre de Garfield, extrajo el teléfono y, por primera vez, contestó la llamada.

—¡¿Qué mierda quieres?! —le espetó al que estaba al otro lado de la línea. Esperó unos momentos, con la respiración agitada y las pupilas dilatadas, hasta que oyó la voz de Trigon.

En ese momento, el suelo bajo sus pies se volvió inestable y el cielo nocturno la aprisionó entre garras hechas de fantasmas del pasado y cuervos con cuatro ojos. Su corazón dejó de bombear sangre al resto de su cuerpo, el sonido llegó amortiguado a sus oídos y tuvo ganas de vomitar sobre su vida de porquería.

Arella está enferma. Quiere que vengas a casa —dijo él. Y cortó la llamada.

Rachel permaneció unos segundos con el teléfono aún en la oreja. Una, dos, tres horas, un día, un siglo. ¿Acaso importaba?

—¿Rae? ¿Estás bien? —preguntó Garfield, avanzando unos pasos en su dirección.

Ella solo se derrumbó en sus brazos.

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Muchas gracias por leer ^^

My inner demonsWhere stories live. Discover now