Primaveral

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Es difícil especificar el momento exacto en que Garfield Logan se dio cuenta de que estaba enamorado de Rachel. Es posible que lo haya sabido desde antes, mucho antes de que en su mente se juntaran todas las piezas del rompecabezas, porque el sentimiento que lo embargaba se remontaba a la época de las mejillas calientes, el sudor frío, las hormigas en el estómago y el pulso acelerado.

Se podría decir que todo comenzó el día en que él le gastó una broma por primera vez, luego de que hubieran entrado en una extraña sensación de confianza, no mucho tiempo después de que se conocieran formalmente aquella tarde del viernes. Rachel no sería capaz de recordar muy bien el chiste más allá de que tenía algo que ver con galletas, doctores y migajas, pero lo que sí recuerda es que le propinó a Garfield una colleja tan fuerte que lo hizo lamentarse durante la siguiente hora.

Eso hubiera sido suficiente para alejar a cualquiera, excepto a alguien tan terco e infantil como él.

Había algo en la forma en que ella fruncía en ceño que, si bien le resultaba amenazante, también la volvía adorable; quizá fuera la manera en que su rostro se acaloraba por el enojo o cómo torcía la boca en un mohín gracioso.

Desde ese momento no paró. La alcanzaba en cualquier momento que la veía sin la compañía de Kory, caminando sola por el campus de la universidad, en los pasillos de su facultad o almorzando en la cafetería, se colocaba a su lado y soltaba uno de los chistes de su amplio repertorio que, para desgracia de Rachel, parecía no tener final.

Hubieran continuado así hasta que, finalmente, sucedió. Fue un día memorable en el mundo de Garfield, tan memorable que incluso lo resaltó con marcador rojo en el calendario con fotos de perritos que tenía al lado de su cama.

Fue una noche del viernes en el que todos salían del Alfred's. Dick y Kory se fueron por su lado, y Víctor dijo que tenía cierto pendiente con Karen, así que se subió a su auto y se fue, por lo que al final solo quedaron ellos dos, cosa que Garfield no iba a desaprovechar.

—¿Cómo maldice un pollito?

—Déjame en paz —dijo ella. El chico no le hizo caso.

—Caldito seas.

Rachel soltó algo parecido a un bufido y un amago de sonrisa se asomó por entre las comisuras de sus labios. Fue algo tan rápido, que Garfield casi se lo pierde.

—Te estás riendo —dijo él, sonriendo con ilusión.

—No me estoy riendo —soltó ella con brusquedad, la gracia había desaparecido de sus ojos.

—¡Sí te estás riendo!

—Que no. Y ya déjalo.

Fue en un impulso que Garfield se le abalanzó por detrás y empezó a hacerle cosquillas en el estómago. Rachel soltó una carcajada, pero pronto frenó el impulso de reírse, le asestó a su compañero un codazo en las costillas y se libró de su agarre.

—No me estaba riendo —fue todo lo que dijo ella, mientras esperaba a que el muchacho se levantara del suelo, lugar donde había permanecido luego del golpe que le había quitado el aliento.

Cuando Garfield se recompuso y alzó la vista hasta el rostro de Rachel; vio que ella portaba en su mirada púrpura un brillo travieso que oscilaba entre la gracia y enojo.

Aquello produjo una especie de hormigueo en su estómago, y no estaba tan seguro de que fuera a causa del golpe.

Aquel fue solo el comienzo.

En un principio fueron nimiedades, detalles que algún otro pasaría por alto. Advirtió que ella tenía la costumbre de rascarse la mejilla cuando no entendía algo, que al aburrirse se ponía a garabatear líneas desprolijas con los dedos en los bordes de sus jeans, o que las puntas de su cabello rozaban su cuello con la misma gracia que lo harían los pétalos de una lila.

Garfield no habría sabido ponerle nombre a esas cosas, porque eran sucesos tan efímeros que al poco tiempo de desaparecer, ya se había olvidado de ellos.

Pero esos gestos evolucionaron, al menos lo suficiente como para que fueran notorios. A veces Garfield se quedaba observando el camino por el que Rachel se había ido cuando se dirigía a su facultad, o se sonrojaba cuando sus miradas se cruzaban de casualidad, o se le hacía un nudo en la garganta cuando le hablaba.

Para Kory todo eso era más que obvio, aunque para Dick y Víctor no significaban la gran cosa.

Fue una cálida mañana de martes cuando se dio cuenta. Era otoño y corría una brisa fresca en el campus de la universidad. Rachel estaba subiendo las escaleras de su facultad para dirigirse a su siguiente clase, cuando Garfield le dio el alcance.

—¡Hey, Rachel! —dijo el muchacho, subiendo hasta llegar a ella.

Rachel se giró hacia él con hastío y se detuvo, porque sabía que el otro era tan insistente que no le dejaría en paz hasta que le contara su nuevo chiste. Era más fácil tener paciencia y esperar a que él terminara para luego empujarlo escaleras abajo.

Sin embargo, eso no pasó. Garfield se le quedó mirando unos segundos, apreciando cómo el viento agitaba la punta de la bufanda azul que llevaba para abrigarse, el ligero fulgor naranja de la estación centelleando en sus ojos violetas. La broma que quería decirle se negó a salir de su garganta, su corazón empezó a bombear con mayor velocidad, sus mejillas se arrebolaron y pudo jurar que las de ella también.

Jamás había tenido tantas ganas de besar a una chica.

Pero Rachel no le esperó. Es más, cuando Garfield se había recuperado de su embeleso, ella ya estaba al final de las escaleras, a punto de desaparecer dentro del edificio. Para disimular (y no caer tanto en el ridículo) hizo un megáfono con las manos y le gritó, aún cuando sabía que ella no podía oírlo.

—¡¿Sabes por qué la escoba está feliz?! Porque ba-rriendo, ¿Entendiste? ¡Va-riendo!

Y ahí se quedó, solo en las escaleras con las pocas personas que habían visto la escena y se dirigían a sus respectivas clases.

La primavera floreció en su interior en forma de luz, calor y mariposas. En ese momento lo supo. La razón de que cuando Rachel le miraba sintiera que se iba a derretir en una masa gelatinosa en el suelo, de que se riera de los puros nervios cuando ella arrugaba el entrecejo luego de escuchar alguno de sus chistes malos, de las miradas disimuladas de Kory, de toda la situación en sí.

Y eso que para él fue difícil comprenderlo, si de por sí se le hacía complicado comprender la clase de química. Para él percatarse del bochornoso sentimiento que se asentaba en su garganta, estómago y espina dorsal podría compararse fácilmente desde alguien que encendía un interruptor en su cerebro hasta una explosión que estallaba detrás de él para irradiar luz sobre asunto, aunque sea de una manera brusca y nada agradable.

Se había enamorado de Rachel.

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Créditos de los chistes en el capítulo a una amiga que tiene un repertorio de bromas tan malas que le hace competencia a Chico Bestia  >.<

Gracias por leer ^^

My inner demonsWhere stories live. Discover now