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Siempre quiso buscarla, porque el hilo lo conducía a la verdad.

Siempre quiso buscarla, porque era algo más que su destino.

Me faltaba el aire.

Exactamente eso fue lo que sentí al ver cómo la cola de la serpiente de vidrio empezó a moverse detrás de Tauren, como un soldado oculto dispuesto y preparado para atacar.

¿Qué se suponía que debería superar ahí? ¿Para qué?

Los Espejos siempre habían sido respetados desde antes que naciera. Incluso mis padres fueron lo suficientemente inteligentes como para nunca entrar a uno para encontrar respuestas sobre mí. Yo, lamentablemente, nunca seguí su ejemplo.

Aparentemente muchos reflejos y seres tampoco ahora.

Contaban las Driagnas, que los primeros Espejos habían salido de las lágrimas de los Antiguos, lo cual no era común. Los sentimientos de los cuales nacía tal reacción, eran demasiado poderosos, podían crearse guerras, podían morir naciones. A diferencia de muchos de los tesoros que habían dado los Antiguos a seres de tinieblas con el pasar de los siglos, esas lágrimas, habían creado algo tan terrible y misterioso como los Espejos.

El Antiguo que custodiaba y estaba a cargo de uno de los planetas del Gran Árbol de mundos, se había enamorado perdidamente del guardián que le acompañaba. Ellos se amaban demasiado, nadie nunca había presenciado un amor como el que se profesaban día a día desde su llegada al planeta. Pero eso iba en contra de las reglas.

Así que, cuando declararon los separaron y torturaron, declarando una guerra entre ambos, por la eternidad.

Sinceramente no tenía ni idea de si eso era verdad o no, pero en el mundo de las tinieblas todo era posible, y si las Driagnas le habían contado esa historia a mi madre, algo debía tener de verdad. Porque solo los sentimientos podían crear algo como lo que estaba observando en ese momento, sintiendo un frío sobrenatural que se paseaban de pies a cabeza por todo el salón de cristal donde seguía atrapada.

Mi corazón latía con fuerza, podía sentir el retumbar en mis oídos como una canción. No una alegre como las que sonaban antiguamente en mi hogar, al punto que todos empezábamos a danzar. Mucho menos romántica. Era el tambor de la muerte que empezaba a llamar a los espíritus de otros mundos a transportar un alma más consigo.

—Moriste una vez—susurraron las voces dentro de la serpiente. El cascabel resonó contra los cristales.

No tenía ni idea de lo que estaban hablando. Sin embargo, Tauren sí, como si estuvieran atravesando su piel para sacar todos los secretos que se había encargado de esconder por siglos. Miró la serpiente con aquella frialdad inquebrantable que solo le pertenecía a esos ojos azules y solo hizo un movimiento de cabeza en negación, algo bestial, instintivo.

Bien, tenía la ventaja.

Y sabía usarla, porque empezó a moverse hacia lo que parecía ser una puerta. Se trataba de un Espejo común y corriente, de esos que veías en las tiendas de humanos, donde todos quizás se detenían a verse de lejos o lo suficientemente cerca para detallar algunas imperfecciones.

Porque era eso a lo que se acostumbraban.

Su reflejo en los espejos no era más que la manera de enumerar cada uno de sus imperfecciones, de reprocharse cosas que habían hecho o no, de cosas que habían dicho o no. Como si verse a sí mismos fuera la única manera de enfrentar lo que yacía dentro, quebrando sus almas.

—Príncipe Tauren, quieres asesinar a alguien.

El movimiento de la serpiente se reflejó en el cristal frente a mí. Empujé con toda mi fuerza el cristal, pero era complicado. ¿Cómo iba a sacarlo de ahí? Las voces dentro de la serpiente parecían haberlo esperado por mucho tiempo, y no lo dejarían salir fácilmente.

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⏰ Última actualización: Mar 26 ⏰

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