32- Tauro X Leo

1.9K 54 6
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


–¿Como pudiste perder el mapa? –preguntó Tauro, exasperada. 

–¡No necesito un mapa! Sé perfectamente donde estamos –dijo Leo.

     Por alguna razón, a la taurina se le había ocurrido ir de paseo al bosque que estaba cerca de sus casas con la leonina, su mejor amiga. Ambas jugaban bastante ahí cuando eran niñas, pero simplemente dejaron de ir y habían olvidado todos los puntos de referencia que usaban para ubicarse unos años atrás. A la leona no le había gustado la idea, pero cedió cuando Tauro prometió que tendría una buena visión de las estrellas, ya que estaba obsesionada con la astronomía. Solo tenían un problema; habían perdido un mapa que encontraron en el ático de Leo. 

–¿Y que vamos a hacer ahora? –preguntó la rubia, algo preocupada. Quería llegar a su casa para cenar, su madre haría pasta. 

     Tauro miró a su alrededor, intentando reconocer algún árbol o marca en especial, ya que habían dejado varias señales cuando eran niñas, hasta que vio un montón de hojas a lo lejos. Empezó a caminar hacia ellas y su amiga, confundida, la siguió. Cuando estuvieron a solo unos pocos metros, Leo reconoció el lugar. 

    Empezaron a mover las hojas hasta que encontraron la entrada a su antiguo refugio, que consistía en una mezcla de ramas y cartón que de alguna manera lograba sostenerse con la ayuda de mucha cinta y cuerdas. Antes, entraban perfectamente, pero ahora tenían que encorvarse para que sus cabezas no golpearan el techo. 

    Todo estaba tal como lo habían dejado, los árboles que lo rodeaban parecían haberlo protegido de la lluvia. La manta que Tauro había llevado seguía haciendo de piso y en una esquina habían envoltorios de dulces y un par de linternas viejas que usaban cuando acampaban ahí. Y, en una esquina oscura, casi visible, estaba su antiguo libro de aventuras. 

    El lugar estaba lleno de recuerdos de su infancia, como cuando pensaron que un oso las perseguía. Tenían al rededor de ocho años. Leo había entrado corriendo al refugio, diciendo que una criatura enorme y peluda la estaba persiguiendo. Tauro, que dedujo que era un oso, le puso papas fritas como carnada. Cuando el "Oso" empezó a comerse las papas, ambas salieron a pegarle con sus linternas, pero resulta que solo era el hermano mayor de Tauro. Eso no las detuvo de golpearlo un poco. 

    O cuando se quedaron a dormir ahí por primera vez. Habían pasado solo unas semanas desde lo del oso, cuando Leo insistió en que, si ese iba a ser su lugar, tendrían que dormir ahí alguna vez, por lo que esa noche agarraron mantas, almohadas, linternas y todas las gaseosas y dulces que pudieron encontrar. Se pasaron toda la noche hablando y jugando. Hacían sombras con las linternas, devoraban dulces y hacían guerra de almohadas. Durmieron con una linterna prendida, ya que a Leo siempre le había aterrado la oscuridad, incluso de adolescente. Desde entonces, al menos una vez al mes, se quedaban a dormir ahí. 

    Y como olvidar cuando empezaron a anotar todos sus secretos y aventuras en ese cuaderno que estaba medio escondido en una esquina. Un día, Tauro simplemente lo llevó junto con una lapicera de Tinkerbell. Ambas decidieron que sería buena idea escribir todo ahí, para después leérselo a sus nietos. La tinta estaba intacta, y era la prueba de que la letra de la taurina había sido siempre igual de prolija. Lo llamaban su libro de aventuras, porque relataba con detalle cada una de ellas. 

    También recordaron cuando Tauro tuvo su primer crush. Tenían unos diez años, y a ella le gustaba mucho un chico que se llamaba Piscis. Se llevaban muy bien, y Leo insistió en que le dijera que le gustaba. Ese día rieron bastante y planearon la declaración. Al día siguiente, Piscis les dijo que se mudaría al otro lado del país. Desilusionada, Tauro volvió con su amiga al refugio y comieron dulces hasta que se acabaron. 

    Y fue el lugar donde Leo le contó a Tauro sobre su primer beso. Tenían poco más de once años, y no había sido la gran cosa, solo un pico, pero para ellas era algo increíble. La rubia ya estaba planeando la boda. Después se dio cuenta de que solo había sido porque estaban jugando verdad o reto y lo habían retado a besarla. Se desilusionó un poco, pero eso no la detuvo de conquistar al chico un par de años más tarde.

     Después de eso, ya no iban tan seguido. Y dejaron de quedarse a dormir. Preferían estar en sus casas, cómodas, sin bichos, y con internet. Seguían yendo de vez en cuando, pero nunca se quedaban mucho. Poco a poco, simplemente dejaron de ir. 

    La última vez que fueron, fue la primera vez que se emborracharon. Tenían catorce, y Leo había robado un poco de alcohol de sus padres. Ni siquiera sabían lo que estaban tomando, solo sabían que quemaba y las hacía reír mucho. Se quedaron dormidas ahí, y al día siguiente les dolía tanto la cabeza que no salieron hasta que volvió a anochecer. No volvieron desde entonces. 

–Y pensar que tantas cosas pasaron en un lugar tan chiquito –comentó Tauro, todavía perdida en recuerdos. 

    Leo asintió, mirando a su alrededor, pensando en lo que les había costado encontrar cada rama y robar cada caja. 

–¿Por qué dejamos de venir? –preguntó.

    Tauro se encogió de hombros. 

–Crecimos, empezamos a tener más amigos, el lugar quedó pequeño. –intentó restarle importancia, pero se sentía mal por haber dejado ese refugio abandonado por tres años.

–Hagamos un trato –dijo Leo, inclinándose hacia adelante, como hacía cuando tenían trece y hacía que su amiga jurara algo –Vamos a volver. Siempre vamos a volver. No vamos a dejar este lugar abandonado de nuevo. 



    Y así lo hicieron, los primeros meses. Pero después, se fueron a la universidad, y a pesar de que no estaban muy lejos, dejaron de volver a visitar el pequeño refugio. Ni siquiera lo recordaron hasta que, años después, volvieron a buscarlo. 

–¡Nos perdimos! –dijo Leo, mirando a su alrededor.

–No, tiene que estar por acá –murmuró Tauro.

    Unos minutos después, lograron divisar el refugio. Pero no estaba como antes. Alguien lo había agrandado, y había puesto un cartel que decía "El castillo de A y A". Ninguna se atrevió a acercarse. Se sobresaltaron cuando escucharon risas de niños. Dos chicas de unos ocho años corrían hacia el refugio y entraban como si fuese de su propiedad. 

–Parece que ya no es nuestro –comentó Leo, con una sonrisa melancólica. 

–Creo que está en buenas manos –dijo Tauro, dejando aquel libro de aventuras debajo de un árbol, con la esperanza de que las niñas lo encontraran. 

    Ambas amigas se alejaron, sabían que sus secretos y su lugar estarían a salvo, al menos por un par de años más. 


Este capítulo es para @alicia8990 espero que te haya gustado 💙

One-Shots Zodiacales (PEDIDOS CERRADOS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora