4. Felicidad

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Gabriel.

Los músculos de mi cuerpo arden.

—¡Diez flexiones más!— ordeno.

—¡Sí señor!

Un pequeño hilo de sangre resbala por entre mis nudillos blancos, manchando de un tono rojizo oscuro la tierra debajo. El dolor de las cortadas es penetrante pero me agrada sentir esa picazón por el esfuerzo que hago. Gotas de sudor atraviesan mi frente, resbalando por mi rostro y cayendo al suelo, mientras me obligo a hacer sólo un par de flexiones más. El calor de media mañana es un tanto agotador, el sol brillando en lo alto del cielo libre de nubes. Sé que deberíamos disminuir un poco la intensidad en nuestros entrenamientos, es sólo que soy una de esas personas que creen que un lobo, especialmente un Alfa, debe estar preparado para cualquier reto. Así como yo les exijo a mis compañeros, me exijo a mí mismo. 

Debo ser siempre el mejor.

Sólo un par de planchas más y descansaremos hasta la ronda de mañana.

—¡No los escucho jóvenes!

—¡Uno alfa!— responden al unísono —¡Dos alfa! ¡Tres alfa! ¡Cuatro alfa!

De reojo veo el cansancio en el rostro de la gran mayoría de los lobos frente a mí. Es increíble cómo aún después de tanto tiempo en arduos y agotadores entrenamientos matutinos, sigan sin poder soportar durante mucho tiempo el ritmo que tengo. Esto que me obligo a ponerles no es ni lo mínimo que tenía que enfrentar diariamente mientras estudiaba en la academia militar. En aquella época no era más que un joven estúpido, creído, inmaduro e imbécil. Pensaba que el mundo entero estaba a mis pies y sólo para mi propio beneficio. Los entrenamientos diarios, el despertar de madrugada, pasar días sin comer y corriendo bajo la lluvia, fueron los factores que me ayudaron a convertirme en el hombre que soy ahora.

Sé que soy muy inflexible con los más jóvenes de la manada, pero como su líder tengo que serlo con todos por igual. Tal vez en otras partes del mundo se rijan de diferente manera, con leyes mucho más flexibles que las nuestras, pero mientras un Gallicchio esté a cargo el entrenamiento será parte fundamental y especialmente obligatorio para todos. Mi trabajo como su Alfa es estar siempre pendiente de todo lo que ocurre en mi propia manada, en particular con ellos.

Aunque esto sólo me ha traído una mala fama. Muchos de mis subalternos me consideran una persona fría, dura, alguien que parece no tener ninguna clase de sentimientos por nada ni mucho menos por nadie. Me critican por lo despiadado que puedo llegar a ser con los adiestramientos tan agudos a los que someto a los machos desde que cumplen los quince años de edad. Pero insisto sobre lo necesario que es todo esto. Tienen que aprender el significado de lo que es la responsabilidad y aún más trabajo en equipo.

Como la cabeza de la manada más importante y fuerte de toda Italia, es mí deber estar preparado para todos los posibles desafíos que pueden aparecer de repente. Ellos, como parte esencial y futuro de la misma, tienen que estar capacitados también. Las tensiones con nuestros vecinos están aumentando. El maldito Alfa ruso que tienen ahora me está sacando de mis casillas, jugando con la poca paciencia que tengo. Si ese muchacho estúpido cree que podrá contra mí y mis lobos, estoy más que dispuesto a demostrarle lo equivocado que está.

Sacudo mi cabeza. Mi atención otra vez en la realidad.

Antes de que ellos terminen con las flexiones yo terminé con las diez extras.

Me levanto del suelo, sangre chorreando por mis palmas abiertas. Estoy cubierto de sudor, la remera blanca pegándose a mi cuerpo. De un solo tirón desgarro la tela en dos, arrojándola a un lado. De inmediato, y sin que se lo pidiera, uno de mis asistentes se acerca hasta mí con una enorme botella de agua fría. Bebo de golpe parte del líquido, utilizando el resto para mojarme el pelo y refrescarme un poco el cuerpo. Me relajo al sentir cómo el agua fría resbala por mi torso desnudo. Las miradas ansiosas de los jóvenes a mi alrededor. Deben estar tan exhaustos como lo estoy yo.

Dejame amarte. [Quallicchio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora