9. Completo

665 74 38
                                    

Gabriel. 

Estoy agotado.

Hace un poco más de dos horas que volví de España. Todavía tengo el sabor amargo que me dejó la visita que hice a Gastón. Cómo pude ser tan estúpido y creer que podría solucionar el mal entendido. Era obvio que no resultaría como yo esperaba. Debí haberlo entendido los primeros días en los que se notaba que sólo estaban jugando conmigo. Probando mi paciencia, burlándose desde las sombras de lo idiota que parecía cada vez que entraba por las puertas de vidrio. Fui yo quien manchó su reputación de una manera tan patética. Pero esto no va a quedar así, le voy a demostrar que conmigo nadie se mete.

Aprieto el volante del Lamborghini aventador J, con fuerza. El cielo comienza a oscurecerse, tiñéndose de un rojo descolorido. El paisaje es hermoso, parece sacado de un viejo cuadro al óleo. Siempre fui amante del buen arte. Es increíble cómo los pintores son capaces de plasmar universos enteros entre simples líneas de colores. Es por eso mismo que la mansión de la manada está llena de pinturas en las paredes. Me recuerda a las figuras del pasado, aquellas que buscaban la belleza a través del talento y el esfuerzo. No como parece ocurrir ahora, donde lo más inverosímil termina siendo considerado "arte" y el talento parece quedar relegado a un segundo plano.

Manejo por las calles de Florencia. Tengo el ceño fruncido, una mezcla extraña de sentimientos, rabia y tristeza combinada con una creciente desesperación. Jamás me voy a perdonar haber faltado a la ceremonia de casamiento de mi mejor amigo. El vuelo desde España tuvo complicaciones técnicas. Al parecer el motor del jet de la compañía tuvo algunos inconvenientes. Intenté llegar en un vuelo comercial, pero a esa hora de la mañana todos los lugares estaban ocupados. Sé que Andrés no me va a perdonar haberme perdido el día más importante de su vida. Más que un amigo, él es para mí como el hermano que nunca pude tener. Siempre a mi lado, en las buenas y las malas, sin importar nada.

Desde que mis padres murieron cuando yo era joven, su madre me recibió como si fuera otro de sus hijos. Andrés y yo desde ese momento nos volvimos inseparables. A donde sea que yo iba él estaba detrás de mí. Nunca lo aceptó pero creo que tomó el rol de mi hermano mayor. Intentaba protegerme de un mundo que se pintaba cada vez más cruel y despiadado. Me sorprendió verlo conmigo al entrar en la academia militar. Fue en ese momento en el que supe que por siempre estaría a mi lado. Mi hermano, el beta de mi manada.

Veo de reojo el regalo de bodas a mi derecha. Una pequeña caja blanca con un moño rojo. Tan sólo espero que pueda perdonarme, aunque sé que yo jamás lo haré. Si no hubiera sido tan estúpido al cometer una idiotez como aquella, nada de esto habría pasado. Mis negocios con las empresas de Soffritti seguirían su curso natural, mi vino pronto llegaría al resto de Europa y América. Y sobre todo hubiera estado junto con Andrés en su boda. Creo que es momento de que cambie mi actitud. No puedo seguir comportándome como un adolescente hormonal.

Aprieto el volante con furia.

La noche empieza a ser más profunda. Manejo por una ruta desolada, los postes alumbrando el camino frente a mí. Una media sonrisa aparece en mi rostro al sentir el poder del motor bajo mis pies. Desde que era chiquito me excita la velocidad. Me apasiona sentir el viento helado sobre mi rostro, ver la extraña forma en la que el paisaje parece difuminarse cuanto más rápido vas, el movimiento suave al agarrar las curvas. Andrés me recrimina eso, dice que algún día voy a terminar teniendo un accidente. Pero es que no puedo evitarlo. ¿Por qué otro motivo compraría un auto de millones de dólares, si no planeo sacarle provecho al motor tan potente que tiene?

Me miro en el espejo retrovisor. Tengo los ojos hundidos, el rostro cansado. Mi pelo está hecho un desastre, apesto a sudor y traigo la ropa sucia. Estoy tan exhausto. Quiero llegar cuanto antes a la mansión, celebrar junto con mis mejores amigos y, por qué no, a la mitad de la noche dejar a mi lobo correr por entre los viñedos. Necesito dejar salir esa parte de mí. Estar encerrado entre cuatro paredes, en una ciudad caótica, sin la más mínima oportunidad de transformarme, hace que mi parte animal enfurezca. Es por eso que detesto salir de los territorios de la manada. Soy un alfa territorial, no puedo vivir más que un par de días afuera sin empezar a sentirme desesperado.

Dejame amarte. [Quallicchio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora