12. ¿Cómo? ¡Así!

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Renato.

El silencio entre nosotros no es tan incómodo como pensé.

Gabriel maneja por las calles de una Florencia nocturna. Lo miro de reojo. Tiene la mano izquierda sobre el volante de cuero, la derecha en la palanca de cambios. Es uno de los hombres más hermosos que conocí en mi vida, y también, uno de los más enigmáticos. Sigo creyendo que hay algo en él que todavía no conozco y no sé si llegue a conocer. Una neblina semi transparente que cubre su vida, pero que no me deja ver más allá de la pura apariencia. Aunque en realidad ¿estaría yo dispuesto a intentarlo? Con todo lo que está pasando en mi vida estos días, creo que sé la respuesta. Es mejor aceptar la cruda realidad.

Apoyo la cabeza sobre el vidrio de la ventana.

Mi aliento lo empaña.

—Espero que te guste la comida Italiana.

Dice sin quitar la vista de enfrente. Giro y lo observo.

—La verdad es que jamás probé.

—No quisiera presumir pero, el lugar al que vamos, es reconocido por hacer la mejor pizza de toda Florencia, si no es que del mundo entero.

—¿Eso pensás?— sonrío.

—Por supuesto, estamos hablando de la cuna de la pizza. Cualquiera hecha acá es sin lugar a dudas una de las mejores. No hay punto de comparación.

—Sí, creo que tenés razón.

Me gusta el leve acento que tiene su voz. A pesar de que parece dominar el español a la perfección, tiene ese ligero arrastre en las palabras que resulta en momentos encantador, en otros más un poco excitante. Todavía resuenan en mi oído las palabras de esta mañana. La forma en la que me aprisionó entre sus brazos y apretó con dureza la piel sensible de mi trasero. Su aliento haciéndome cosquillas mientras me susurraba al oído las ganas que tenía de enterrarse en mí.

Sacudo mi cabeza, un ligero rubor cubre mis mejillas.

Es curioso cómo hay situaciones en la vida, en las que simplemente no lográs explicarte cómo es que llegaste ahí en primer lugar. Momentos que, de alguna manera, te hacen pensar en lo irónica que puede resultar la suerte. Cómo las pequeñas decisiones que tomás, te conducen de manera abrupta a un camino que, en lo personal, no es ni remotamente cercano a lo que algún día imaginé que pasaría. Ya que lo que bien se planea, nunca pasa.

Dicen que el destino trabaja de formas misteriosas. Nunca fui una persona que crea en el destino, pero sí comparto el significado de esa frase. Las posibilidades son tan grandes, que resulta asombroso como el azar puede llegar a actuar en momentos. Una de las mayores verdades en la vida es que ésta es tan momentánea que un día podés estar arriba disfrutando al máximo, y al siguiente abajo probando la suciedad del suelo.

He estado pensando mucho en eso estas últimas semanas.

Cinco minutos después nos estacionamos frente a un pequeño local llamado il Francescano. Una pequeña pizzería junto a la Biblioteca Nazionale Centrale di Firenze y la Basílica di Santa Croce. Bajo del auto. Gabriel se apresura a caminar a mi derecha. Un mozo, que no debe tener más de dieciocho años, nos recibe con una sonrisa y un fuerte apretón de manos. Creo que ambos se conocían, o al menos es la impresión que me da. Los escucho hablar en italiano. Tengo que recordarme que ya no estoy en Argentina. De la nada veo cómo nos encamina hasta una pequeña mesa cuadrada con dos sillas de madera, justo al lado de las ventanas que dan a la calle. La mano de Gabriel reposa en mi espalda baja.

—¿Ustedes dos se conocían?

Sonríe, me indica la silla antes de sentarse él.

—Sí— responde —Es el nieto del dueño. Siempre que me quedo hasta tarde en la oficina, me gusta venir a cenar a este lugar. Tiene una de esas atmósferas que te relajan. El local no es tan conocido, por eso es que lo disfruto tanto.

Dejame amarte. [Quallicchio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora