7. Lujo

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Renato. 

Si pudiera describir lo que veo con una sola palabra ésta sería: hermosa.

Bajo del taxi con asombro, Ángela a mi derecha. La miro de reojo, tiene la boca abierta y los ojos como platos. No es para menos, cuando mi hermana me hablaba por las noches para contarme todos los detalles de su nueva vida, olvidó mencionar sobre esto. Una de las casas más hermosas e impresionantes que he tenido la oportunidad de ver. Techos de tejas rojas con formas variadas e irregulares, piedra caliza decora la fachada principal. Puertas de madera tallada, picaportes dorados, a ambos lados de la entrada dos enormes macetones de barro cocido, con pequeños árboles en ellos. Desvío mi atención de un lado a otro de la mansión. No alcanzo a divisar los extremos.

Cientos y cientos de ventanas reflejan la luz del sol.

—¿Acá vive tu hermana?

—Eso parece 

—Es impresionante. ¿De qué dijiste que trabaja?

—Marketing— respondo soltando el aire —Dale, entremos.

Agarro mis valijas del suelo. Ángela un paso atrás mío, los dos subimos por los escalones de piedra hasta la entrada principal. Una puerta doble de madera tallada y vidrios decorados. Suspiro profundamente. ¿Por qué no había mencionado nada de esto Bruna antes? ¿A qué se dedica su futuro esposo? Dios tan solo espero que no esté en cosas raras. La fama de los italianos es... al igual que la del argentino, un tanto peculiar.

Dejo mi valija en el piso. Me limpio el sudor de mis manos con la tela de mis jeans color negro. Me da miedo tocar el timbre, pero al mismo tiempo una corriente de adrenalina me empuja a hacerlo. ¿Qué puede esperarme al otro lado de la puerta? Veo la manija dorada con curiosidad, mi reflejo se observa en la superficie. Todo huele a limpio, a nuevo. Ángela camina hasta mi lado, empujándome con diversión. Su cabello bailando por una suave brisa.

—¿Listo?

—¿Qué puede salir mal?

—Exacto...

Toco el timbre con una sonrisa, esperando ver a mi hermana pronto.

Se suponía que Bruna y Andrés nos estarían esperando en el aeropuerto cuando llegáramos, pero tras dos horas de una tediosa espera en una sala llena de nenes chiquitos que no dejaban de llorar, ancianos con sus carros eléctricos y libros de vaqueros, madres que gritaban en italiano para intentar callar los gritos de sus propios hijos, Ángela y yo decidimos que lo mejor para ambos era mandarnos por cuenta propia. ¿Qué podría salir mal? Un par de días perdidos en Italia no serían tan malos como pudieran parecer. Por suerte había anotado la dirección de mi hermana en mi celular, sólo en caso de emergencia.

Bruna tiene la maravillosa cualidad de ser una mujer muy olvidadiza en ciertos aspectos. Cuando se sumerge de lleno en su trabajo, o en algún otro tema de su interés, no hay arma humana que pueda distraerla. Es como si el mundo entero a su alrededor simplemente desapareciera en ese momento. Por eso, cuando vi que los minutos seguían pasando en mi reloj y que ella no aparecía por ninguna parte, decidí arriesgarme a la aventura. Un calor sobrehumano llenó mi cuerpo, mis manos temblaban de la emoción.

La nueva vida de Renato Quattordio ha comenzado.

Un par de pisadas, al otro lado de la puerta, me vuelven a la realidad. Sonrío, esperando ver a mi hermana aparecer. Mi sonrisa desaparece con rapidez al ver a un joven, no debe tener más de veintiocho años, semidesnudo y parado con las manos cruzadas sobre su pecho. Lo veo con curiosidad. Rubio, de cuerpo escultural, piel ligeramente bronceada. Viste unos short deportivos azules, ojotas del mismo color. Tiene el torso desnudo y húmedo. Un par de gafas negras cubren sus ojos. Ángela a mi lado sonríe coquetamente.

Dejame amarte. [Quallicchio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora