Carta 11.

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Después de la boda de Kaimy, tenía un motivo en mi horrorosa vida para sonreír. No sabía cual, simplemente, sonreía.

Las cosas en casa seguían siendo iguales, a veces, aun peor; pero lo único por lo que luchaba era por proteger a mi bebé.

Estaba en el séptimo mes de mi embarazo. Ya faltaba tan poco para tenerla en mis brazos.

Anderson luchó porque Teylor dejara a Kaimy ver a Thony mas seguido.
No sé como lo logró, pero al fin accedió a que lo viera una vez por semana.

Eso era lo que me mantenía viva, deseaba que llegara ese sábado para salir de casa y llevar a Anthony a casa de Kaimy y Anderson; yo siempre salía con una previa amenaza de Biel.
Desde la boda, sus celos habían aumentado a un potencial inexistente. Me arreglaba para salir, eso lo ponía furioso, pues él pensaba que tenía una razón más para hacerlo.
Según Biel , yo tenía una aventura.

¡No lo entendía!
¿Quién iba a fijarse en una mujer con siete meses de embarazo? Casada y prácticamente en estado deplorable.

No era para nada atractiva, el maquillaje no hacia milagros. Había perdido todo mi brillo, tenía marcadas bolsas y estaba agotada, deprimida, siempre de mal humor.

A pesar de lo que Biel me hacía, yo me había prometido a mi misma a no meterme con ningún otro hombre que no fuera mi esposo.

Sé que estaba enferma, me estaba volviendo masoquista al obligarme a acostumbrarme de sus constantes abusos y maltratos.
Todo por el maldito y estúpido amor, ciego, incondicional, aun esperado el momento en que las cosas cambiaran.

Siempre me daba las mismas excusas:
"Solo es una etapa, ya pasará."
"Todos los matrimonios tienen problemas, él me ama."
"Yo soy la que estoy fallando al no darle lo que quiere, cuando dé a luz, todo se solucionará."

Me estaba volviendo aquella típica mujer, culpándome a mi misma de lo que hacían. Enamorada de su abusador. Justificándolo por todo.

Todos los sábados desde la primera vez que llevé a Thony a casa de Kaimy, alguien que no vivía en esa casa me abría la puerta.

Siempre quedaba prendida de sus ojos verdes.
Él era capaz de robarme el alma con solo una mirada y esa sonrisa... Jean.

Kaimy siempre terminaba saliendo a la puerta y mirándonos desafiante, como una madre sobre protectora.
Ella seguía empeñada en que no lo dejaría acercarse de más a mí, continuaba pensando en que mi relación con Biel era perfecta y no me dejaría cometer un error que arruinara mi matrimonio.

Yo había terminado por rendirme en intentar hacerle entender lo espantosa que era mi vida al lado de Biel; pero ni yo misma me lo creía.

Ella siempre terminaba dándole un manotazo a Jean por la cabeza y haciéndonos pasar. Para mí, era casi imposible dejar de mirar sus ojos y, mientras él no dijera nada, yo continuaba prendida de ellos.

Un día, Kaimy y Anderson desaparecieron de la casa. Quedamos solo Jean y yo, sentados en el sillón de la sala de mi hermana.

Él me miró seriamente y me preguntó cómo iba todo en casa y con Biel.
Yo le mentí diciéndole que no podía estar mejor. Sin embargo, no me lo creyó.

Delicadamente, me tomó de la mano y corrió las mangas de mi blusa; dijo que aunque ya sabía que le mentía, reconocía las nuevas marcas en mi piel y sabía que las cosas estaban empeorando.

Tal y como lo hacía conmigo misma, empecé a desglosarle todas las excusas que me había obligado a creer.

Él me tomó del rostro y me obligó a mirarlo a los ojos, diciéndome y suplicándome que entendiera que no había nada malo conmigo.
Biel era el que estaba mal y que debía salir de ahí antes de que me hiciera daño permanente a mi o a la bebé.

Con cada ataque él tomaría mas fuerzas, y un día no se detendría.

Mis ojos se aguaron, en el fondo sabía que Jean tenía razón; pero no podía dejarlo, nunca me atrevería a hacerlo.

Él se pondría furioso; muchas veces lo me había dicho, si lo dejaba, se iba a encargar de arruinarme; en una ocasión llegó a decir que me mataría.

Una mujer que había sido de él jamás llegaría a ser de nadie más.
Tenía aquellas palabras gravadas en mi mente, hasta podía escuchar su voz.

Jean bajó una de sus manos por mi brazo hasta tomar mi mano y colocarla en mi vientre, sobre la mía, puso la suya, cubriéndola; me volvió a mirar a los ojos y me dijo:
"Déjame ayudarlas".

No tardé en derramar mis lágrimas y amarrarme a su cuello, desahogándome sobre su pecho. Nadie me había dicho eso en mucho tiempo, eso me hacía sentirme protegida a su lado.
Era un sentimiento hondo en mi, uno que me costaba comprender.

Sentí un fuerte patada que pegó directo a mi estomago, me aparté de Jean y respiré insistentemente.
Mi bebé había sido capaz de sacarme el aire de un golpe.

Jean me sobó la espalda; luego se levantó y me trajo un vaso de agua.

Cuando logré normalizarme no pude evitar reír, por alguna razón ella siempre se movía de más cuando Jean estaba a mi lado.

Él me preguntó si ya tenía nombre para ella:
"Stella Maris", le había prometido a Kaimy que así se llamaría.

Jean puso un almohadón en mi espalda y me ordenó que me recostara sobre ella. Podía ver en sus ojos que algo pretendía, yo solo obedecí.
Luego de que lo hice, él tomó con timidez el borde inferior de mi blusa maternal y la levantó hasta descubrir mi barriga.
Reí al verlo hacerlo, tenía miedo de que yo me enojara por su atrevimiento.
Luego se inclinó un poco y le habló a mi pancita.

"Bien Stella, quiero que tu y yo nos llevemos mejor", dijo y ambos reímos.

Él puso sus manos sobre la piel moreteada acariciando mi vientre con cuidado; ella se movía ante su tacto, podía sentirla con total claridad.

Luego de un momento dejó de luchar para moverse con tranquilidad; ella entendió que Jean no intentaba hacernos daño como su padre y tío, si no todo lo contrario, él quería protegernos.

Cuando los sueños son mas que fantasías ©Where stories live. Discover now