Carta 13.

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Desperté.

El aire frío, el sonido punzante, las sabanas tiesas y el dolor de cabeza me hicieron darme cuenta de que no estaba en mi cama.

Me senté de pronto y vi a mí alrededor con alarma.
Todo era tan blanco y ese olor a medicamento penetró en mi olfato.
Estaba conectada a varios aparatos, tenía puntadas de agujas por todo mi brazo y cinco puntos cerrando una herida en mi muñeca.
Toqué mi rostro y brazos.

¿Cómo había llegado ahí?
¿Hace cuanto tiempo estaba allí?

Miré mi reflejo en la ventana que daba al pasillo, pude ver claramente que estaba en la peor de mis situaciones.
Parecía que un camión me había arroyado.

Distinguí una figura en el pasillo, era Kaimy hablando con alguien. No podía ver de quien se trataba.

Cuando ella se marchó al fin pude ver su rostro, caminó hasta la ventana y sonrió al verme despierta, levantó su mano y la puso sobre el cristal.
Aun tengo grabada la expresión de su rostro en mi mente, el alivio que me expresaba era reconfortante.

Pero no entendía que había pasado conmigo.

¿Por qué él estaba ahí y Biel no?

Jean se apartó de la ventana; luego de un par de minutos la puerta se abrió, él volvió a verme para luego caminar a mí con rapidez y abrazarme con todas su fuerzas.
Yo apenas tenía las fuerzas para tocarlo.

Empecé a llorar y pedir explicaciones.
Jean tomaba mi rostro con sus manos y secaba mis lágrimas interminables con sus pulgares. Me pidió que me calmara y él me lo explicaría con tranquilidad.

Según la versión de Biel unos fanáticos maniáticos habían entrado a nuestra casa y me habían hecho esto. Supuestamente, cuando él llegó me encontró en nuestra sala a medio morir.

Cuando Jean me lo dijo, mi mente viajó hasta ese momento.

Yo lo había visto, no habían sido fanáticos, había sido Biel, mi propio esposo me había golpeado hasta el punto de mandarme al hospital.

De inmediato recordé, llevé mis manos hasta mi abdomen y me di cuenta de que algo faltaba.

Miré a Jean y le supliqué con la mirada que me dijera que ella estaba bien.

Él bajo su rostro y negó lentamente.
En ese momento todo dentro de mí se derrumbó; sentí como aquella enorme pared de esperanzas, ilusiones y amor se venían abajo. Mi cielo se nublaba y mi vida perdía cada gota de color.
Ella estaba muerta y con ella se habían ido mis ganas de vivir.

“¿Es mentira, cierto?”, preguntó Jean.

Yo lo miré monótonamente. ¿Qué se suponía que era mentira?

“Fue Biel. ¿Verdad?”, dijo y aclaró mi mente.

Yo asentí y me dejé caer sobre mi rostro, llorando desconsoladamente.

Jean detuvo mi caída y me apoyó sobre su pecho. Sobando mi espalda, llorando conmigo.

Aquel detalle no lo olvidaría jamás.

Por largo rato nos mantuvimos así hasta que un doctor y su enfermera lo obligaron a dejarme mientras hacían un chequeo general de mis signos vitales.

Durante su examen mi respuesta fue robótica, sin colaboración.
El doctor me dijo que aun debía esperar de dos a tres días por el alta.
Permanecí inconsciente por una semana; necesitaban saber que mi cerebro actuaba con normalidad, después de mi cita con el psiquiatra, tal vez, me darían el alta.

¿Psiquiatra?
¡No estaba loca!

No tenía energías para luchar, solamente asentí aprobando todo lo que decían.

Ellos se marcharon, dejándome nuevamente a solas con Jean.

Lo miré seriamente e hice una pregunta sin sentido.
Mis labios solo se movieron de forma automática al formularla: “¿Dónde está Biel ?”.

Jean se sorprendió al escucharme; mi tono no era de un odio o con deseo de venganza.
Sonaba como si yo quisiera que él estuviera ahí.

Jean se acercó a mí y me tomó del rostro; mirándome con seriedad y preocupación impregnada en sus pupilas. Jamás olvidaré sus palabras:

“Olvídate de Biel , tu no le interesas; eres solo un objeto de diversión para él. Nunca te apreció, nunca te amó. Mató a tu hija. Entiende que él no vendrá por ti. Si vuelves a buscarlo, no tardará en acabar con tu vida... Biel te matará”.

Sabía que tenía razón, me lo dijo tantas veces. Los hechos lo demostraban; pero había algo en mi mente que me dominaba.

Corrí a Jean del pecho y lo obligué a soltarme.
Nuevamente, contra todo lo que sentía, mis labios hicieron de las suyas, diciéndole:

“Debes irte, Biel llegará en cualquier momento; si te ve aquí, todo será peor”.

Al escucharme a mi misma entendí el sentido de la palabra: “psiquiatra”.

Jean me miró con paciencia, él sabía que no era un buen momento para mí. Mi mente no estaba centrada.
Sin embrago, me hizo caso; pero antes de irse me dio algo que me obligó a sentarme en la realidad.

Una vez más tomó mis mejillas, esta vez, con una intención diferente.

Fue el primer día que probé el glorioso sabor de sus labios, nunca nadie ha logrado igualar lo que sentí al prenderme de ellos.

Mi rostro lo siguió al desunirnos, buscando extender ese beso por un poco más.
Jean me acarició para luego marcharse, sentí como si mi corazón se fuera con él y necesitaba que volviera.

Cuando los sueños son mas que fantasías ©Where stories live. Discover now