Prólogo

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Prólogo.

April.



14 de febrero, 2015.

Estoy llorando.

No son grandes sollozos, pero si labios temblorosos, nariz sonrojada y grandes lágrimas por mi rostro.

Como siempre, él muere. Siempre sucede, siempre duele.

Cumpliré veintisiete años en dos meses, pero todavía tengo esta adolescente llorona en mí que se aflige por ver morir a su actor favorito en una serie televisiva.

La primera vez que la vi, tenía diecisiete años y estaba internada en una clínica para ser tratada por mi enfermedad. Estaba débil, los sangrados eran mucho más frecuentes, los latidos de mi corazón eran irregulares y se estudiaba si estaba teniendo un caso de agrandamiento de mi corazón, suena romántico pero no lo era.

Así que en uno de esos televisores culones de antes, yo me vi la primera película de Kurt Johnson que cambió mi vida. Lloré mucho de tristeza, pero también de admiración ante la forma en la que su personaje lidiaba con el hecho de morir. Me hizo cuestionarme sobre mi temor a la muerte y la posibilidad de que las cosas salieran mal.

Kurt interpretando un personaje me dio mejor perspectiva sobre luchar, la muerte y fe a lo que hacía mi médico y decían mi psicólogo, mi abuela que ya manifestaba características del alzhéimer, y mi mejor amigo Ethan con su mal intento de positivismo. No es que los culpes, no es fácil ser la que padece de una enfermedad, pero tampoco es fácil tener un vínculo fuerte emocional con la persona que podría morir.

Tuve la fortuna-desgracia, de que mi madrina fuese una doctora que me remitió a un hematólogo. Tuve la fortuna, nótese el sarcasmo, de heredar una enfermedad materna; para cuando fui diagnosticada mamá había muerto porque no llegó a obtener un trasplante de medula ósea. ¿Mi papá? Nunca lo conocí, por lo que fuimos mi madrina, mi abuela July, Ethan y yo enfrentándonos a mi anemia aplásica hereditaria.

Lo correcto hubiese sido que estando pequeña mamá me realizara los exámenes pertinentes para determinar si yo la padecía luego de ser descubierta en ella. Pero mamá estaba demasiado ocupada en su continúa depresión y la falta de dinero para su tratamiento. Así que fue a los quince años cuando comencé a presentar síntomas, un día sangré tanto por mi nariz que pensé estaba muriendo, se lo conté a la abuela y cuando me llevó con mi madrina, ella lo sospechó.

Así fue como obtuve una extracción dolorosa en mi medula ósea y luego muchos exámenes que determinaron que mi anemia aplásica era hereditaria y estaba en una fase muy grave. A los diecisiete años fui internada en una clínica que mi mejor amigo, en ese momento ascendiendo como estrella musical, se encargó de pagar. Me trataron muchos hematólogos y esperé mucho por el trasplante de células madres que ayudaran a mi medula ósea. Las posibilidades de alguien compatible eran muy nulas, todo sería más sencillo si tuviese un hermano y ¿Adivina qué?

Ethan es persistente cuando lo quiere, contrató detectives y encontramos a mi donador de esperma, quien resulta que no solo tuvo un hijo: tuvo tres. Uno mayor que yo, dos de ellas menores. Ninguna con interés de conocerme, pero uno de ellos con la suficiente – el mayor – decencia y deseos de ayudar, éramos compatibles y las esperanzas crecieron. No fue fácil, pero lo logré. Sobreviví, le di un abrazo a mi hermano, le agradecí muchísimo y luego él salió de mi vida tal como llegó, yéndose en dónde residía: La India.

Le debo mucho a Ethan, sin él y su esfuerzo, pude haber terminado como mi mamá.

Pero luego yo fui y me enamoré tontamente. Estaba sedienta de vivir la vida, de no desperdiciar ninguna oportunidad. Entonces hice uno que otro desastre, pero fue a mis veintitrés que me volví enamoradiza por Kenneth, mejor conocido como Ken bastardo ladrón.

Enloqueciendo a Kurt (BG.5 libro #4.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora