XIX

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— Entonces, ¿esto es todo lo que tienes? — se burlaba Don Quijote, pateando y pisando a su hermano menor.

— No exactamente... Va a llegar alguien que será capaz de destruirte con solo tocarte, hermano, y todo gracias a que yo lo dispuse de esa manera — decía entre quejas y alaridos Law, afirmándose el estómago de dolor.

— Como si eso fuera posible. Nadie es suficiente para acabar conmigo, ni siquiera tus raros experimentos químicos. ¡Todos aquí deberían simplemente rendirse y aceptar el cruel destino que les estoy otorgando! — gritó, riéndose roncamente y dándole la espalda al que alguna vez le obedeció.

— ¡Eso lo veremos, maldito llorón quejica! ¡Cabrón! — se escuchó a la distancia.

— Pero qué demo... ¡Chicos! — dijo animado Sabo, ayudando a las pocas personas que quedaban en el lugar a escapar.

— Quiere hacerle a ustedes lo que nos hicieron a nosotros, por eso es aquí y no en otro pueblo... Por eso es a tú familia, Nami, y no a otra. Gracias a que Gen- san invitó a nuestros padres a un baile, ellos murieron cruelmente por un accidente de coche. El vehículo cayó por un barranco y ellos solo... O al menos eso es lo que dicen, pero lo que realmente pasó fue que murieron en un jodido incendio que comenzó por culpa de unos vagabundos. El lugar en el que nos estábamos quedando comenzó a incendiarse, nuestro padre nos pudo sacar a nosotros pero no pudo salvar a nuestra madre, ni a él mismo... Y las personas simplemente nos veían llorar y pedir ayuda. Nadie quería ayudarnos, y Gen-san estaba demasiado ocupado con las cosas del baile como para darse cuenta de lo que pasaba, entonces, cuando ya casi no quedaba nada del lugar y el fuego había empezado a apaciguarse, llegaron los de la armada real con baldes de agua y demás, pero ya era demasiado tarde — confesó Law, con la poca energía que le quedaba luego de la golpiza que había recibido, mientras perdía lentamente la conciencia.

— Ellos no quisieron ayudar y ahora yo tampoco lo quiero hacer... Además, también es tu culpa Law, tú querías venir a ver a esa fea mocosa de la que estabas enamorado... Si te hubieses negado a ese viaje, nada hubiese ocurrido — terminó diciendo Don Quijote escupiéndole despectivamente en la cara. Por un instante pensó que se había muerto, hasta que vio que en realidad estaba respirando.

— ¡Pero eso no es motivo suficiente para hacer algo como esto! ¿Qué clase de desquiciado eres? — le gritó Ace, acercándose a él para golpearlo con todo el enfado del mundo.

— Bueno, hay quienes dicen que las personas nacemos así, siendo impuros — se mofó, esquivando el ataque y golpeando duramente su estómago, sacándole todo el aire que tenía.

— ¡Ace! — gritó enfadado Luffy, que se había mantenido a raya escuchando todo y tratando de procesarlo, comprendiendo que en realidad Don Quijote estaba demente, y sintiendo lástima por Law, que había tenido que vivir con él todo este tiempo para no ser asesinado.

Con la sangre hirviéndole y la vena de la sien latiéndole a mil por hora, corrió con espada en mano y empezó a luchar contra él con todas sus fuerzas. No quería ser un héroe, no quería ser un salvador, solo quería que todo aquello terminara pronto, quería tener paz, quería que Law fuese libre, como él, como Ace y como sus amigos. Quería que Nami viese de lo que él era capaz solo por obtener a cambio una mirada suya. Pero por más que luchó, por más que Ussop le disparó, y que cada uno de sus amigos trataron de hacer algo contra el maldito sujeto, nadie lograba desestabilizarlo.

— Qué demonios... ¡Qué demonios! — gritaba Ussop, exasperado.

— No... Eso no servirá contra él. La única que puede derrotarlo es Nami — susurró Law, sintiendo cómo sus ojos querían cerrarse para siempre.

Mi querido guardiánWhere stories live. Discover now