XX

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— ¡Ja! Nos llegaron refuerzos... Quién lo diría — comentó Zoro, misteriosamente más animado que antes.

— Vaya... Esto sí que es inesperado — se dijo Sabo sin dejar de luchar.

— ¡Todos, a luchar cabrones! — gritó Ussop con energías renovadas, sin saber de dónde las había sacado.

Y entonces una feroz batalla se desató entre los bandidos y los tres chicos que, ahora, estaban siendo apoyados por los seres del bosque. Sin que nadie se lo esperara, apareció otro pequeño grupo de sirvientes de la casa de Gen-san, todos muy bien armados y dispuestos a dar la cara por sus hogares.

— ¡Ya que la armada real no hace nada, nosotros lo haremos! — gritó uno, levantando la espada y corriendo detrás de los hombrecitos del bosque para guardarles las espaldas.

— ¡Así se habla! Ahora, no dejen que los intimiden, son más cuerpo que inteligencia y casi no saben luchar así que, ¡podemos ganar esta! — gritó Sabo, desencadenando un enorme grito de júbilo por parte de las personas y de los seres mágicos.

Desde las sombras de los escombros de la ciudad, empezaron a aparecer rostros exhaustos pero esperanzados, que miraban con ojos brillantes a la chica pelinaranja parada en el centro de la plazuela, con los puños apretados a sus costados de pura impotencia. Sin querer alargar más el asunto invadió el espacio de Don Quijote, acumuló una gran cantidad de saliva en la boca y se la escupió encima, viendo como empezaba a deshacerse la piel y la carne que su saliva tocaba.

— Luffy... Si sirve, ¡si sirve! — exclamó entre nerviosa y emocionada.

— ¡Nami, apresúrate! — suplicó Ace, ejerciendo todas sus fuerzas para no soltar al hombre.

Volvió a escupirle, esta vez más cerca del rostro, pero se dio cuenta de que no tenía expresión alguna, y un casi imperceptible escalofrío le recorrió todo el cuerpo.

— "Tal vez debo besarlo porque así... Mi saliva entrará en él y lo matará desde la raíz" — pensó con el corazón latiéndole a mil. No podía detenerse a pensar cosas innecesarias en un momento como ese, más aún habiendo visto la fuerza desproporcionada que tenía. Seguramente gracias a los químicos que Law le había estado dando con la esperanza de que alguno lo matara.

Respiró hondo, nuevamente acumuló saliva en su boca y, tomándole el rostro entre sus manos lo besó, escupiéndole la boca para desechar cualquier partícula de él que quisiera tocarla. Luffy frunció el ceño a más no poder, y por haberse desconcentrado levemente, Don Quijote, riendo de dolor, se despojó de su agarre, tomó la espada que el moreno traía atada a su cintura y lo golpeó, lanzándolo lejos de su lado, entonces, en un rápido movimiento, atravesó a la pelinaranja por el estómago, fijando sus ojos en los de ella mientras una espantosa mueca se apoderaba de lo que le quedaba de rostro, hundiendo más y más el filo en el delicado cuerpo femenino.

— ¡MALDITA MUJER! ¡SI ME VOY AL INFIERNO NO SERÁ SOLO! — gritó con todo el odio del mundo, mientras su rostro empezaba a desfigurarse y su carne a desprenderse de los huesos, quitando la espada del cuerpo de Nami para lanzarla lejos.

— Luffy... Ahora todos podrán... Estar a salvo — le susurró la pelinaranja, asustada y botando borbotones de sangre por la boca. Le dio una última sonrisa delicada, que se mezcló con dolor, y entonces se desvaneció en el suelo, cayendo sobre un charco de su propia sangre.

— Nami...— susurró el moreno, sin sentir absolutamente nada. Su cuerpo estaba congelado, su mente no le traía ningún pensamiento, su corazón se había detenido. Le ardían los ojos, la garganta se le había secado y sus brazos se negaban a soltar a Doflamingo.

Mi querido guardiánWhere stories live. Discover now