CAPITULO 3 - RABIA

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Estaba en clase de química y ¡maldición!, tenía tanta hambre, jugaba con la liga de mi muñeca como loca, estirando su plástico una y otra vez. Me sujeté el estómago y di un sorbo de agua a mi botella.

La maestra se había puesto pesada, según ella no respetábamos su clase.

Decía que hablábamos demasiado y claro que sí, pero que más daba, si la mayoría eran unos idiotas que ni siquiera pisarían la universidad. La maestra se lo tomaba demasiado personal y así era en todas las clases, ya me tenía harta.

Además, tenía mejores asuntos que resolver, en la clase de comunicación tenía que entregar un trabajo, una especie de manualidad estúpida, que no le dejaba nada a nadie.

En mi equipo éramos seis: Lucy, la idiota de Brenda, otros más del equipo que no valía la pena ni mencionar y yo.

Le había dicho bien a la cabeza hueca de Brenda que se trajera los materiales para que yo terminara el trabajo el fin de semana, ¡pero no!, ¡por qué lo haría ella!

Fue un error fiarme de ella, por supuesto que no lo hizo, y el trabajo valía el cuarenta por ciento de la calificación.

¡Había tratado con gente medio imbécil!, ¡pero ella era una imbécil completa! Para lo único que servía era para manosearse con su novio detrás del salón de Idiomas. Ni siquiera entendía lo que él le veía, no era más que una flaca desabrida y con sus ojos saltones como canicas, lograba el aspecto de una chihuahua. Todavía nos ladró que el trabajo era en equipo y por lo tanto no podíamos dejarle todo a ella. ¡Qué perra!

Ahora me quedaban dos opciones:

a) Corretear a los demás del equipo para terminar.

b) Hacerlo yo misma.

La respuesta era obvia, b) No me fiaría de más idiotas. En cuanto a Lucy, no la contaba en ese aspecto, era lenta como una tortuga y me desesperaba, además siempre decía algo como:

"No seas neurótica, cálmate"

Eso me ponía aún más furiosa, ¿cómo podía calmarme, si en su mayoría estaba rodeada de puros ineptos?

Sabía que estaba mal, pero detalles como esos siempre me hacían enfurecer, aunque claro, me contenía, no iba por ahí diciéndoles incompetentes a todos. Sólo de vez en cuando Lucy oía mis quejidos, lo demás lo reprimía.

—¡Pongan atención! —nos reprendió la maestra—. ¡Ya me harté de su comportamiento!

—Y yo del suyo —dije en un susurro imperceptible.

—¡Si no quieren estar en mi clase, váyanse! —dijo en tono autoritario y golpeó la mesa con la palma de su mano—. ¡No les pondré falta, sólo dejen aprender a quienes de verdad vienen a estudiar!

Guardé mi libro, tomé las pinturas y me levanté, todos se me quedaron viendo. Sin más me fui. No tenía tiempo para sermones ridículos.

Me agarré del barandal y comencé a ir escaleras abajo cuando sentí un bajón de energía, casi caigo.

Por un momento no podía ver nada, era como si me hubiera vuelto ciega. Preocupada, toqué los escalones y me senté. Esperé a que se me pasara la extraña sensación. Las manos me hormigueaban.

Me puse de pie y caminé hacia atrás de los salones, ahí había una mesa de concreto con asientos metálicos. Era uno de los lugares más solitarios del colegio y por lo tanto mi favorito, odiaba los lugares concurridos.

Sobre la banca comencé a hacer el trabajo, me sentía explotada, siempre tenía que hacer todo el trabajo, para que todo mi equipo tuviera la misma nota que yo, que me había estresado y esforzado, pero bueno, no podía hacer nada al respecto, si me quejaba, yo sería la bruja del cuento.

Daniel se acercó desde uno de los salones y se acomodó de espaldas al cerco para prender un cigarrillo. Era uno de esos idiotas guapos, siempre me llamaba la flaca, con sarcasmo.

Aspiró el cigarro y soltó el humo.

—¡Eh, flaca! ¡¿Ya estás haciendo ejercicio?!

Yo fruncí los labios, el humo del tabaco lo estaba haciendo más imbécil de lo usual.

—¡No! ¡¿Por qué?! ¡Genio!

—¡Juraría que has bajado varios kilos, ya no te miras tan gorda como siempre!

Tomé un lápiz y se lo aventé a la cara. —¡Vete al diablo, Daniel! ¡Tú y tu séquito de idiotas!

Por desgracia el lápiz no le dio en la cara.

Entonces un carro con música alta pasó y se detuvo junto a él. Era Lexía, había rumores de que ellos eran pareja, pero también los había de que tenía un free con Natasha. Chismes de pasillo.

Luego de brincarse hacia afuera, el muy imbécil me miró de reojo, me lanzó un beso y se fue en el auto.

¿¡Dónde rayos estaban los prefectos cuando se necesitaban!?

Continué con el trabajo. Al finalizar di un gran respiro en el que escapó el estrés que había acumulado las últimas horas. Es más, sonreí, Daniel tenía razón, yo había adelgazado, aun con la llegada de mi abuela me las arreglaba bastante bien.

Sólo desayunaba, para la comida decía que había comido en la escuela o con una amiga y en la cena decía que no tenía hambre o que comería más tarde y ese "más tarde" nunca llegaba.

Era duro mantenerme firme y más en los días en que el vacío se acrecentaba. Era la sensación de que nada valía la pena, de que no había razón para existir, estaba desesperada, simplemente no entendía por qué estaba en el mundo y no era que estuviera deprimida, ¿cómo podía estarlo, si nada nuevo, bueno ni malo, me ocurría? Sentía que estaba muerta. Esa sensación era insoportable.

Ámbar ¿Morir por ser perfecta?Where stories live. Discover now