CAPITULO 5 - FRENESI

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Sonará estúpido, pero la gente te trata mejor cuando te ves mejor. Amaba cómo todos parecían mirarme con otros ojos y cómo mi repertorio de amigos se había extendido repentinamente. Llevaba varios meses con Anna (Anorexia) y pesaba 60 kilos, 20 kilos menos que al principio, genial, porque yo media 1.65.

Con todo esto uno pensaría que comprar ropa se hizo más sencillo, pero no, seguía siendo aborrecible, porque era cuando me enfrentaba a mi peor enemigo: El espejo.

Tan frio, exacto y mezquino, siempre devolviéndote la imagen de lo que le das, ni más ni menos, el muy desgraciado no regalaba, ni quitaba nada, ni un kilo menos del bajado, no borraba ninguna imperfección, tan miserable cómo era, no tenía filtros que te concedieran bondades inexistentes, como una piel más tersa y limpia, o que arreglara el cabello enmarañado. No, inmaculado y cruel me mostraba lo mucho que aún me faltaba para alcanzar la perfección absoluta.

A veces, caprichosa ante el reflejo, compraba una talla por debajo de la mía, poniéndome el reto de bajar hasta que me quedara de forma decente. Me ponía esas prendas en casa para sentirme apretujada, incomoda por como la tela se me pegaba a la grasa del cuerpo y así recordarme lo gorda que aún estaba. Al cabo de unas semanas la meta era alcanzada y por un momento me sentía extasiada.

Si lo enfocaba así, no podía pintar mejor, estaba consiguiendo lo que siempre había deseado, sólo que Lucy lo estaba fastidiando. No dejaba de preguntar qué estaba haciendo, yo decía que no cenaba y que hacía ejercicio, pero yo sabía que tenía sus sospechas, no era tonta. Además se estaba volviendo una envidiosa, siempre me estaba ofreciendo comida y se molestaba sobremanera cuando mis nuevas amistades me hablaban, en especial aquellos que siempre habíamos considerado unos idiotas, como Daniel, Natasha y otros chicos pretenciosos.

Aquella noche nos habían invitado a una fiesta en el lago. Lucy no quiso ir, decía que esas fiestas eran una bobería en las que todos se ponían ebrios, y yo estaba de acuerdo, pero ya estaba harta de ser yo misma, de ser invisible. Por primera vez sentía que me miraban, que estaba del otro lado y no iba a desaprovechar.

En el lago había filas de carros en las orillas, cobijas en el suelo y tres hogueras grandes que iluminaban el lugar.

Cuando llegué fui directo a las mesas y agarré un vaso de vodka con jugo de piña, sabía delicioso. No me costó acostumbrarme al sabor y tampoco el hecho de ponerme ebria.

A las dos de la mañana muchos ya habían perdido su dignidad. Natasha, Lexia, Enrique, Nancy, Vanesa y otros desconocidos bailaban al lado de una de las hogueras con el estéreo a todo volumen.

Yo nunca me había sentido tan relajada, en una bolita de amigos escuchaba bromas y me reía. Ideas estúpidas surgían de mi mente, pero no, yo no haría el ridículo esa noche. Cuando caminaba me sentía algo mareada, entonces me esforzaba un poco y caminaba bien. Las otras veces sólo había tomado tequila, en mi cuarto o con Lucy, claro que a escondidas.

Me alejé un poco de los demás, aunque la estaba pasando bien ya era muy tarde y más importante aún ya se me había pasado la mano con la bebida. Me pasé algunos árboles y de pronto me lo topé, ahí estaba Daniel, con un pantalón obscuro y una playera verde.

Puso las manos en mi cintura. —¿Qué haces Ámbar? ¿Ya te cansaste de la fiesta?

—Para nada, ¿y tú?

—No. —Sacó una cajetilla de tabaco y me ofreció.

En otros tiempos hubiera dicho: ¡Antes muerta, vicioso!

Pero me sorprendí al ver como mis dedos se deslizaban aceptando su invitación. Coloqué el cigarro entre mis dedos, índice y medio, como en las películas, era lo único que sabía acerca de fumar. Mi familia me mataría si se hubiera dado cuenta.

El elevó el encendedor, lo puso frente a mí y yo aspiré del cigarro varias veces hasta que la punta se prendió.

Aspiré el humo y lo puse en mi garganta, cuando comencé a sentir el picor abrí levemente la boca, no quería verme tan novata. Afortunadamente, no tosí, cada vez pude retener más tiempo el humo antes de soltarlo. Unos minutos después, lo comprendí, la gente no fumaba con el fin de arruinarse los pulmones, había un propósito, el tabaco era un sedante, con uno solo me sentía el doble de mareada que con aquellos 13 vasos de vodka, era milagroso.

Daniel se acercó y me dio un beso en la mejilla, yo sé lo regresé y él me lo devolvió estampando sus labios en los míos. El contacto fue suave y duró algunos segundos. Luego me soltó y yo lo besé, esta vez de forma intensa, aquellos eran los primeros labios que probaba y me encantaban. Yo deslizaba las manos por su espalda, por todos sus músculos y acariciaba su cabello.

Cuando nos separamos él puso su dedo en la hendidura de mis labios. —Tranquila linda, tengo algo para ti.

¿Podía ser? ¿Daniel tenía algo para mí?, enseguida mis ojos brillaron de curiosidad.

Él sacó su billetera, adentro había una bolsita cristalina con matas verdes.

—¿Quieres?

¿Marihuana?, sabía que Daniel era un tonto, ¿a aquello también tenía que agregar drogadicto?

Agitó la bolsa. —Con esto estaremos más cómodos, si es que se puede.

Aunque aquella droga tenía un olor muy penetrante y las circunstancias me daban desconfianza, asentí, aquella era mi oportunidad, después no podría conseguir droga y yo tenía que saber qué se sentía.

Sacó unos pedacitos rectangulares de papel. —Estas son canalas, son para forjar.

—¿Qué es forjar?

—Es hacer el cigarrillo, quédate conmigo y aprenderás muchas cosas, preciosa.

Levantó la mano y tocó mi cabeza como si fuera su mascota.

—"Tu sí sabes hacerme sentir especial"

Él sonrió, al parecer no entendía el sarcasmo o fingía que no.

Esa noche cuando me drogué por primera vez me sentí confundida, no recordaba lo que quería hacer o lo que estaba por hacer, lo único que sabía era que en alguna parte del bosque, Daniel y yo nos toqueteábamos debajo de un sauce.

Ámbar ¿Morir por ser perfecta?Where stories live. Discover now