CAPITULO 10 - ALTURAS

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Octavio sonreía aun cuando su cara delataba tristeza. Me preguntaba ¿cómo lo hacía?

Mientras caminábamos por la escuela me hablaba muy entusiasmado, quería acampar en las montañas un fin de semana, pero sería hasta que su salud mejorara, tenía fiebres que lo dejaban en cama por días. Me preocupaba bastante y más porque intuía ese mismo sentimiento en la expresión de su madre, ella era tan bella y radiante, pero de la noche a la mañana habían absorbido su jovialidad, y en cuanto a su padre, ya nunca estaba en casa, sabía que algo andaba mal.

Estábamos en el segundo piso y el sol brillaba con fuerza. Miré hacia el techo y a las escaleras que llevaban a él.

Puse un pie en la escalera y Octavio me jaló de la muñeca. —¿A dónde crees que vas?

—Arriba, quiero saber cómo es, ¿vienes?

—Si te comes un chocolate que traigo en el bolsillo.

—Acepto —dije con una sonrisa fingida.

Trataba de no darle importancia al hecho de que me comería esa grasosa golosina, aun cuando me dolía en el alma. Además, estaba segura de que más tarde hallaría la forma de zafarme de aquello.

Ambos subimos y nos paramos a orillas del techo. El piso era lizo y había antenas de todo tipo.

Nos sentamos.

—Así que Daniel, ¿él y tú van en serio?

Me hice hacia atrás apoyándome en mis codos. —¿Qué con eso?

—¿Sabes que él es un mujeriego y un idiota? ¿Verdad? ¿O ya te cegó su encanto?

Me hizo ojitos mostrando sus dientes.

Reí. — No, lo quiero, pero soy realista. Es un tonto, holgazán, mujeriego y un vicioso.

—Vaya, "ese es amor del bueno" —Hizo una pausa. —No entiendo, ¿por qué estás con él? —Sacudió la cabeza haciendo sus mechones hacia los lados.

—Ya sé que él y sus amigos sólo buscan divertirse y burlarse de los demás, yo sólo les sigo el juego.

—Entonces tú estás peor que la mayoría, porque sabes que estás mal y no haces nada al respecto. —Sacó un chocolate de su bolsillo—. Casi lo olvidaba.

—¿Quieres engordarme para navidad? No soy un pavo.

Desenvolví el chocolate y le di una mordida pequeña, ¿cómo algo tan dulce me podía saber tan asqueroso?

—Es chocolate, no veneno, Ámbar —comentó al ver mis gestos exagerados.

Me terminé la tableta de dulce. Se me había arruinado el humor, había fallado la meta del día, no comer absolutamente nada.

Concluida nuestra conversación bajamos las escaleras y ¡sorpresa, sorpresa!, ahí estaba el prefecto, con las cejas alzadas y demasiado juntas, era sobrenatural.

—¡Jóvenes! ¿¡Se puede saber qué hacían allá arriba!?

—Platicar —dije en un tono monótono mientras nos arrastraba a la dirección.

No fue hasta que lo preguntó por tercera vez que entendí su pregunta.

—¿Qué era lo que hacían?

—¡No es lo que cree! —Le aseguré con un tono demasiado afectado para la situación, es decir, ¿a quién le importa lo que piense un vejete?

Cuando llegamos, el prefecto entró primero a la oficina, luego salió y con una seña nos indicó que pasáramos. Primero entró Octavio y después yo.

Entonces la directora Hernández se exaltó. —¡¿También había una mujer?!

"Todos tenían la mente demasiado cochambrosa"

—No sabíamos que estaba prohibido subir —indicó mi amigo como si fuera un niñito.

—No sabíamos que teníamos un alumnado tan ocurrente.

—¡Pues entérese! —Expresé ya irritada de tantas idioteces.

Cuando la directora se recargó en su escritorio las arrugas de la frente se le acentuaron. —Esto emérita la presencia de sus padres. —Abrió el cajón para sacar dos papeles—. Aquí están sus citatorios, quiero a sus padres mañana por la mañana.

Completamente furiosa tomé el papel entre mis manos y salí dando un portazo. Apenas di unos pasos y arrugué el citatorio para tirarlo. El coraje que sentía era demasiado intenso, como un volcán en erupción.

Jugué con la liga de mi muñeca torciéndola hasta que se reventó, entonces rasguñé mis brazos con las uñas, no entendía por qué estaba tan alterada.

Me sentía ansiosa sin motivo. Tal vez si vomitaba las calorías del día me sentiría mucho mejor, era lo único que se me ocurría.

En la tienda de la escuela me compré una botella con agua y me dirigí a paso rápido hacia el baño. Necesitaba deshacerme de ese chocolate y sólo había una forma.

Cuando entré, la luz del baño titilaba y los lavamanos estaban salpicados de agua. El piso tenía una fina capa de polvo y las puertas estaban rayoneadas con pincelín de arriba a abajo. Sólo el espejo estaba impecable, era como si recién lo hubieran limpiado.

Lavé mis manos y me metí en uno de los baños. Coloqué la botella en el suelo y cerré la puerta.

Con cuidado hundí dos de mis dedos en la garganta. Continué hasta que el estómago se me volvió. Di unas cuantas arcadas, olía asqueroso.

Escupí en la tasa. Tomé agua de mi botella y me enjuagué la boca y las manos. Entonces salí.

Lucy estaba bajo la luz débil del foco, con los brazos cruzados. —Esta no eres tú.

Era verdad, ni siquiera yo me reconocía. Era como si fuera otra persona, como si una intrusa se hubiera adueñado de mi cuerpo.

—¿Entonces quién soy?

No sé porque pensé que ella podría saberlo, cuando ni yo misma estaba segura. Lucy sólo se limitó a decir:

—No lo sé.

Quería descargar mi ira contra ella, pero no me lo permitió, antes de que pudiera alzarle la voz, ya se había ido. Sentí unas ganas tremendas de llorar. Me acerqué al espejo y le di un puñetazo, luego otro. Algunos fragmentos cayeron y de mi mano brotaron gotas de sangre que mancharon el suelo. 

Ámbar ¿Morir por ser perfecta?Where stories live. Discover now