CAPITULO 19 - SIN ESPERANZAS

10 0 0
                                    


—Fui a la funeraria, mas no pasé de la puerta principal, no pude...

—Descuida, no pasa nada. —Me confortó Octavio con su cálida presencia.

—¡Yo quería despedirme de él! ¡Cómo quisiera volver a verlo!

Acostados sobre la cama dejamos pasar el tiempo. Acariciaba el poco cabello que le quedaba y él me tomaba la mano. A pesar de aquel beso, Octavio y yo sólo éramos amigos, por el momento yo no podía ofrecerle nada más y él parecía estar conforme con ello.

Su madre entró sin avisar. Me sentí extraña por la posición en la que Octavio y yo nos encontrábamos, tan juntos, parecíamos una pareja. La señora Mariana traía una charola con dos tazas de chocolate caliente y dos piezas de pan Virginia. Olía delicioso.

—Aquí tienen, acaba de estar. —Acomodó la charola en el buró y le preguntó a mi amigo si ya estaba mejor.

Octavio asintió y su madre bajó la cabeza, con una expresión cansina.

Mi amigo me pasó una de las tazas con un pan y él se quedó con lo suyo, dio un trago y ella se marchó.

Yo fingí tomar algo de chocolate, jugué el líquido en mi boca antes de devolverlo a la taza sin que él se percatara, el sabor que dejaba en mi lengua era agradable.

El dejó su taza a medias y se recostó, estaba muy pensativo, me hacía creer que había algo malo. Quizás sólo se sentía cansado, las quimioterapias lo acababan mucho, cada día se veía peor, aun cuando yo se lo negaba.

—Mi cáncer ya es terminal —dijo Octavio sin quitar la vista del techo.

—No, ya verás que te recuperarás.

Lo tomé de la mano y él me la quitó de encima con brusquedad.

—¡No! ¡Es terminal! ¡¿No entiendes?!

Me quedé pasmada y callada, no quería molestarlo, sólo buscaba animarlo. ¿Por qué Octavio tenía que morir? ¿Por qué no yo?, que ya estaba saboteada.

Finalizó. —Voy a dejar el tratamiento.

Octavio ya lo había mencionado antes, había dicho que llegado el momento moriría en sus términos. Aquella vez llore toda la noche, me sentí molesta con él, porque yo quería que peleara hasta su último respiro, y esa misma impotencia debió ser la que él sentía conmigo. Yo me estaba matando lentamente a voluntad. A veces estaba convencida de que sólo sería perfecta cuando estuviera muerta. Esa inutilidad, el no poder hacer nada al respecto por alguien que quieres no era fácil de manejar. Por lo menos yo tenía opciones, pero Octavio ya no podía ganar.

—Aunque me duele, te voy a apoyar en lo que tú decidas.

Reconocí en sus ojos más allá del desconsuelo un miedo inmenso ante lo inevitable.

No podía seguir siendo la misma Ámbar caprichosa y egoísta, sería injusto. No podía quebrarme y suplicarle que se aferrara a una vida que ya no era posible. Trate de ser fuerte, de ser la amiga que él merecía.

Lo abracé y por primera vez lloró frente a mí, con la cara contra mi hombro. Los estragos de la enfermedad habían hecho que la vida tal y como la conocía se volviera dolorosa. Nos tumbamos en la cama sin soltarnos, duramos así hasta que se quedó dormido, acaricié su frente y le di un beso de despedida.

Después tomé mi bolsa de pinturas en aerosol y subí a mi auto. Necesitaba alejarme para tomar aire, para fingir que todo estaría bien.

Fui al lugar donde conocí a David. En la cancha de básquet estaba dibujada la silueta de un cuerpo, su cuerpo. Aunque hacía mucho frio puse manos a la obra. Usé la cancha como mi lienzo, pinté a David nadando en el mar, cerca de unas rocas, al atardecer. Si su alma iba a descansar toda la eternidad en aquel lugar, quería que fuera lo más parecido a lo que él deseaba...

Su cara era alegre y sus mejillas rojizas. El agua empapaba su cabello y se disponía a dar una brazada. Quería recordarlo de esa manera, aunque no fuera verdad...

Ámbar ¿Morir por ser perfecta?Where stories live. Discover now