CAPITULO 11 - SOMBRAS DIFUSAS

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David era tierno cuando lo conocías, había salido varias veces con él. Una noche de copas le pregunté qué era lo que más le daba miedo desde pequeño.

Desde luego yo le conté sobre las pesadillas que tenía del 16 de septiembre y él me habló de sus padres: Su papá era un ex policía que desertó porque fumaba mota y su mamá se ocupaba de la casa, además de lavar ropa ajena.

Cuando mi amigo era pequeño ellos peleaban mucho, incluso frente a él, entonces David se ponía ansioso y corría a cubrirse bajo las cobijas de su cama, cerraba los ojos y tapaba sus oídos. Esa era su defensa cuando las palabras subían de tono.

Por alguna razón él era muy abierto conmigo y eso me agradaba.

Tiempo después nos seguimos frecuentando, siempre había algo nuevo, por lo común nos veíamos de madrugada, nos metíamos a casas abandonadas a tomar, íbamos a la via del tren o a veces me avisaba donde había fiestas y me le unía, sin importar nada siempre llegaba a la fiesta, incluso en aquel tiempo que mi carro estuvo en el taller por un problema con el motor, lo que hacía era salir de casa y caminar a su encuentro.

En esa ocasión, ambos caminábamos hacia el cerro que estaba cerca de su casa, mientras él me relataba que habían metido a un amigo suyo a la cárcel. También me contó que hacía dos semanas uno de sus enemigos había intentado apuñalarlo en aquel lugar donde lo conocí.

—¡¿Y no te da miedo que vuelva a intentarlo?! ¡Está loco!

—A cada quien le llega su hora, aunque tenga miedo o no.

—Hablas de esto con demasiada ligereza. ¿Qué fue lo primero que pensaste cuando pasó? —Le pregunte mientras casi me tropezaba con una roca en la subida del cerro.

—Pensé: ¿En serio? ¿En este lugar?

—¿Qué importa el lugar?

—¿Sabes?, tengo la teoría de que el lugar donde te mueres, es donde descansa tu alma hasta la eternidad.

Ahora que lo pensaba, siempre me encontraba con David en lugares extraños o aislados, ¿acaso quería morir en el cerro donde estábamos?

Ya nos encontrábamos casi a la mitad del camino, a unos metros había una casita a medio construir, grafiteada y descolorida. Cuando llegamos a la casita nos sentamos en lo que debía ser el marco de una amplia ventana con vista a la ciudad: Un montón de puntos resplandecientes que parecían luciérnagas.

—¿Y qué lugar hubieras preferido? —inquirí con cierta curiosidad.

—El mar —dijo riéndose entre dientes—. Ya es en serio...en el mar.

—Pero, ¿por qué?

—Porque me gustaría aprender a nadar en el mar. ¿Y a ti... donde te gustaría pasar la eternidad?

—A veces cuando estoy cansada de todo, salgo a ver las estrellas a mi balcón. Es el lugar a donde siempre voy cuando estoy triste, feliz, pensativa o cuando quiero platicar con Octavio, mi mejor amigo.

—Parece un lugar estupendo —conjeturó David con una media sonrisa.

—¡Auuuuu!

Un aullido fuerte y claro me atravesó a la mitad como un rayo.

—Se oyen cerca los coyotes —dijo con tranquilidad mientras encendía un tabaco.

—¡¿Coyotes?! ¿Estás demente? ¡Vámonos de aquí!

La piel se me puso de gallina. Si le tenía miedo a Lina, la chihuahua anciana de Octavio, ¿qué podía esperarse de un coyote salvaje y hambriento?

—No grites —ordenó acomodando el cigarro en sus labios—. El miedo les atrae.

Agité los brazos hacia el cielo y solté en un tono iracundo, pero bajo. —¡Genial! ¡Ahora tengo miedo de tener miedo!

—Por Dios, cálmate y dame una roca por si se acerca.

—Hablas como si ya lo tuviéramos enfrente. —Traté de burlarme mientras tomaba una roca del suelo y se la daba.

El humo salió de su boca como si fuera una chimenea vieja. —Lo tenemos enfrente.

El corazón se me salió por la garganta en un grito inaudible. Volteé hacia el frente asustada y al no ver nada le reclamé. —¿Me quieres matar de un susto o qué?

Mi corazón apenas recuperaba su ritmo habitual cuando David me volvió a inquietar.

—¿Lo miras debajo del árbol? Es esa sombra. Debemos tener cuidado, cuando tienen hambre acostumbran bajar para morder a la gente, en especial a los niños.

¡Sí! ¡Miraba una sombra debajo de ese arbolucho seco!

Chillé. —¡Estupendo! ¡Moriré en un cerro en las garras de un coyote hambriento y mi alma vagará en esta casita semi construida! —Lo jalé del cuello y miré hacia la sombra—. ¿Crees que tenga mucha hambre?

Me palmeó las manos. —Suéltame, me estás asfixiando.

Farfullé. —Y lo peor es que está en el camino de bajada.

David se zafó de mi agarre y se levantó de un salto, tirando su cigarrillo a un lado. —Vamos, si intenta atacar le lanzaré la roca y huiremos—afirmó muy seguro mientras la agitaba.

Al principio cuando nos acercamos, mi miedo se acrecentó y luego disminuyó al darme cuenta que era la sombra de... ¡un estúpido arbusto!

—¡David! ¡Te voy a matar! —le amenacé mientras le daba manotazos en la espalda y me reía escandalosamente.

Aunque no tenía mucho de conocerlo, David era un gran amigo. Sentía que a pesar de sus malas bromas podía confiar en él...

Ámbar ¿Morir por ser perfecta?Where stories live. Discover now