CAPITULO 8 - DESTELLOS DE DOLOR

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Estaba parada en el balcón, mirando al cielo, mi madre y abuela se habían ido a la misa anual que hacían por el aniversario de la muerte de Sara.

¿Por qué no fui? ¿Por cuál de estas razones no asistí?

a) Soy un monstruo de maldad, mi hermana siempre me desagradó y yo planeé el accidente con ayuda de mi amigo imaginario, el canguro bailador.

b) No quería toparme con papá.

c) Soy atea.

d) Ninguna de las anteriores.

Respuesta correcta: b)

No quería verlo ni en pintura, jamás le perdonaría su abandono. En cuanto a Sara, creo que ella estaría ofendida de que ese hombre se presentara con su nueva familia.

¿Cómo podía hacerse el mustio y a la vez ser tan descarado?

Si fuera él, no tendría cara para dar terapia.

"Es como si un asesino fuera párroco"

Para colmo moría de hambre, era tan difícil pretender ser perfecta. Llevaba todo el día en ayuno.

De repente un ladrido me exaltó, Lina, la perra de Octavio, salió hacia el balcón de mi amigo y me gruñó. Era una chihuahua escandalosa. Odiaba a los perros, les tenía miedo desde que era niña, una vez uno me mordió cuando iba por mi vecindario vendiendo boletos para una rifa escolar.

Cada vez que se me acercaba uno, por pequeño que fuera, me ponía nerviosa, no soportaba sus ladridos ni aullidos, nada relacionado con ellos podía ser lindo.

Aunque Lina no podía saltar a mi balcón, me moví al extremo más alejado de ella. Entonces Octavio salió y la cargó en brazos.

Tartamudeé. —¡Ya llévate esa rata de alcantarilla!

Hizo un ademán como si fuera a lanzármela y yo grité.

—¡Por Dios, encierra esa cosa!

Octavio se pasó a mi balcón con Lina en sus manos y dijo, bromeando. —¡Huy! ¡Qué miedo!

—¡Idiota!

Pasé a mi cuarto y cerré la puerta de mi balcón con fuerza. De pronto, los escuché en el fondo, detrás de aquellos ladridos incesantes había un chirrido seguido de luces en el cielo: El estruendo me erizaba la piel y volvían a mi mente imágenes del accidente. No sentía mi cuerpo, la ansiedad me había desbordado...

Octavio que me veía llorar desconsoladamente en el suelo, aventó a la perra hacia su balcón, miró al cielo y su cara se crispó, entró a mi cuarto apresurado y me abrazó.

—Cálmate —decía con su voz aterciopelada, mientras yo cerraba los ojos y me tapaba los oídos frenéticamente...

Ámbar ¿Morir por ser perfecta?Where stories live. Discover now