EPILOGO

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Esperaba en la puerta principal de la central de autobuses, sosteniendo una pequeña maleta café y observando el paso de los peatones.

Llevaba un vestido de holanes blancos, una chaqueta negra y el gorro de Octavio sobre la cabeza.

Me veía diferente, aunque había ganado algo de peso, era esbelta, mis mejillas habían recuperado su color rosado y mi cabello había crecido: era largo, espeso y brillante.

Afortunadamente, había obtenido un permiso para salir por unos días del "Cielo Sur", un conjunto de edificios de muros blancos y ventanales amplios y enrejados.

Muchos de los que estábamos internados teníamos trastornos alimenticios. Algunos otros, episodios psicóticos o dependencia a las drogas, por ello nos tenían separados por secciones.

Mi psiquiatra era el doctor Martínez, joven y blanco como el mármol. Su bata siempre lucia impecable y acostumbraba ver, casi de forma automática, el reloj de su muñeca, un gesto muy parecido al de mamá.

Al principio, yo creí que sólo me trataría por lo de mi anorexia, pero me equivoqué. Una tarde el psiquiatra me lo dijo:

—Ámbar, ya sé cuál es la raíz de tu anorexia, tienes un trastorno.

Acomodó su corbata a cuadros y entrelazó sus manos. - Se llama Trastorno Limítrofe de la Personalidad o TLP, como prefieras decirlo.

—¡Qué!

—No te alteres, no estoy diciendo que estés loca, sólo estás...

—¡Trastornada! —solté con amargura.

No tomé bien la noticia ¿Quién podría?

Fue hasta que leí la lista de síntomas que lo entendí.

1) Problemas de identidad, como sus intereses y valores son dados a cambiar rápido, llegan a sentir que no saben quiénes son.

2) Tienen ideas extremistas.

3) Pueden cambiar la forma de pensar sobre una persona, pasar de admirarla... a odiarla.

4) No pueden controlar sus sentimientos y emociones. Pasan de estados eufóricos a depresivos en cuestión de minutos.

5) No soportan la soledad, se sienten vacíos constantemente.

6) Ira intensa.

7) Impulsividad, como con el consumo de sustancias o las relaciones sexuales.

8) Descontrol en la alimentación. Anorexia y/o bulimia.

9) Actos autolesivos: cómo hacerse cortes en las muñecas o tomar sobredosis.

Sí, en definitiva, era yo, parecía que alguien había tomado nota de mi comportamiento y lo había convertido en una enfermedad.

Los siguientes días los pasé con personas como yo, fue difícil escuchar sus experiencias, porque me sentí identificada con ellas, algunos casos eran más graves que otros.

¿Qué hubiera sido de mí si no hubiera sido atendida a tiempo? Muchos de ellos habían destruido sus hogares y muchos otros habían intentado suicidarse.

A las semanas empecé a tomar unas medicinas y poco a poco me volví a sentir más tranquila y estable.

El Cielo Sur era bueno, me daban algunas clases: de canto, costura y repostería, sin contar mis materias de preparatoria. Además, me daba tiempo de pintar, pronto acumulé un bulto de lienzos con colores y formas diversas.

Lo único desagradable era estar aislada, no podía comunicarme con el exterior. Sólo me permitían una llamada por semana, la mayoría se las dedicaba a Lucy, a pesar de todo seguíamos siendo amigas.

En el Cielo Sur a ningún paciente se le permitía salir, a menos que se le otorgara un permiso especial, como en mi caso. Había mejorado bastante con esos seis meses y en un par más sería dada de alta.

Lucy paró frente a mí en su minivan. Le había pedido que fuera a recogerme para darle una sorpresa a mi mamá.

Bajó del auto y nos dimos un abrazo fraternal. Subí la maleta a la cajuela y fuimos a una nevería. El helado sabía mal, aun cuando llevaba tiempo en terapia no podía disfrutarlo. Platicamos sobre cientos de cosas, hablamos acerca de nuestra amistad y le agradecí todo cuanto había hecho por mí. Era una buena amiga, tal como lo había sido Octavio antes del accidente.

Más tarde fuimos al cementerio, el aire era fresco y el sol brillaba sobre las lápidas. Seguimos varios senderos, la tierra estaba suelta y se levantaba a mi paso. Cuando llegué al lugar donde Octavio descansaba me quedé ahí, parada, sin decir nada. El corazón se me encogió de la tristeza, cómo lo extrañaba.

Lucy me tocó el hombro y me abrazó, su contacto me brindó alivio y resignación.

Aunque lo necesitaba demasiado, estaba segura de que él reposaba en algún lugar maravilloso del cielo y yo me quedaba con lo mejor de él: el recuerdo de su amistad.

Ámbar ¿Morir por ser perfecta?Where stories live. Discover now