CAPITULO 6 - PRECIPICIO

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Tuve más encuentros con Daniel, el segundo, el tercero, el cuarto fue en su casa. Nos drogamos y después nos deslizamos a su habitación, nos recostamos en la cama y sucedió, tuvimos sexo.

Mi vida había dado un giro inesperado, de pronto era muy "amiga" de Daniel y eso me gustaba, aun cuando quería ser algo más...

Estaba en el patio, sentada en una banca metálica, resolviendo un cuestionario de historia.

A lo lejos Octavio hablaba con su novia, se notaba que su conversación no era agradable, no desde donde yo estaba. Hacía dos semanas que casi no sabía nada de mi amigo y ahora que lo veía tenía un aspecto fatal, pálido, encorvado y con la cara de un enfermo de urgencias.

Ella se dio la vuelta y se marchó, mientras Octavio extendía las manos al cielo. Él me miró de reojo y dejó caer los brazos con rostro inexpresivo. Después caminó hacia mí, atravesando el patio rodeado de rosales y salpicado de estudiantes hasta el fondo.

Llegó a mí cabizbajo y recargó su frente en mi hombro. Sus ojos cristalinos denotaban tristeza, nunca lo había visto tan abatido.

Sin problemas rodeo mi cintura con sus amplias manos. Eso, antes hubiera sido una hazaña. Ahora era esbelta e incluso algunos de mis huesos se esculpían tras mi piel, huesos que antes estuvieron cubiertos de una gruesa y deforme capa de grasa.

Lo había dejado, su novia lo había terminado y no sabía por qué. Lo consolé acariciando su espalda con ligeras palmadas mientras se desahogaba en susurros. Como la mayoría de los hombres, él no lloraba, pero Octavio era diferente, era maduro y fuerte, no temía hablar de sus sentimientos y era seguro de si mismo. Era el tipo de persona que yo admiraba.

Cuando el timbrazo de entrada a clases sonó, me dio un último brazo, bese su mejilla y se marchó.

De repente Daniel se plantó a mi lado haciendo un mohín. —¿Y ese qué?

—Es un amigo —contesté extrañada por su reacción infantil.

Me sentí rara, nunca antes había tenido que explicarle a alguien el tipo de lazo que me unía a Octavio, aquello era nuevo.

Daniel me desconcertaba. A veces no entendía por qué lo quería, me atraía, de eso estaba segura, pero el cariño que le tenía era extraño. Por alguna razón me sentía identificada con él y no entendía por qué. Él no sabía lo que quería, iba terriblemente mal en la escuela, se drogaba por lo menos una vez al día y además era un patán.

Había días que sentía que podía tener algo serio con él, otras veces que no, estábamos en órbitas completamente diferentes. Aun así me sentía atada a él, y todo por aquella atracción irremediable que me arrastraba. Cuando estaba con él, sentía como si hubiera fuego y no me interesaba que todo a mí alrededor pudiera arder, porque por ese instante el vacío desaparecía. Ya no me preguntaba ¿cuál era el significado de mi vida? o ¿cuál era mi motivo para vivir? Porque en esos momentos ya no me preguntaba ¿cuántos kilos había bajado?, o si la ropa se me miraba bien, o ¿cómo me iba a zafar de los interrogatorios de Lucy?, o ¿cuántas calorías tenía la manzana que me comía cuando ya no aguantaba el hambre? Ese vacío era experimentar mi nada. Yo no era nada.

Si conseguía su amor sería feliz. Estando a su lado todos mis problemas se solucionarían.

Suspiré fastidiada al ver a Lucy pasar a lo lejos. Me estaba pisando los talones con el tema de la comida, aquella mañana cuando me atrapó tirando mi almuerzo. Me enfrentó:

—¿Lo sigues haciendo verdad?

—Define hacer, se pueden hacer muchas cosas, Lucy.

—"Entre ellas, dejar de comer"

El tono en que lo dijo hizo que me fastidiara de inmediato. Como si hubieran arrojado leña al fuego.

—¡Entre ellas, dejar de meterte en lo que no te importa!

—Eres mi amiga, me preocupas.

—¿Por eso me vigilas? ¡Me tienes harta, cada que llega una golosina a mis manos, te me quedas viendo como si fuera un mago a punto de hacer un truco!

—Te estás haciendo daño.

—¡¿Y?!

Me fui dejando sus palabras en el aire, no necesitaba escucharla, no necesitaba escuchar a nadie.

Ese día me salté las últimas clases para fumar marihuana con Daniel, para estar de nuevo junto a él, observando cómo sus amigos se burlaban de los demás y cómo a cada segundo se extinguía la parte noble de mi alma, mi esencia.

Horas después, cuando él y yo nos quedamos solos, fuimos a uno de sus departamentos. Sacó un frasco de su mochila y sonrió. —Jarabe para la tos, esto nos llevare al siguiente nivel.

Reí. —Es un simple jarabe, ¿qué podría hacernos?

Lo tomamos y yo me sentí tan relajada y contenta, ¿por qué uno no podía ser así de feliz todo el tiempo? Bastó con la mitad del jarabe para sentirme en las nubes.

Daniel y yo fuimos a la cama y cuando me senté encima de sus piernas, se comenzó a convulsionar.

—¡Dios! ¿¡Qué hago!?

Él cayó al suelo convulsionando. Su cabeza chocaba contra el piso. Estaba fuera de control, se estaba lastimando y yo no tenía la fuerza para inmovilizarlo. Tras unos largos segundos su cuerpo se aquietó y perdió el conocimiento.

Cuando volvió en sí, lo abracé con desesperación. Nunca nadie me había asustado de esa manera. Quizás era egoísta, pero lo que más me aterraba de que el muriera era la idea de quedarme sola, irremediablemente sola...

Ámbar ¿Morir por ser perfecta?Where stories live. Discover now