II

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Cuando fue la hora de regresar, el cielo seguía igual de gris que cuando Sunhee salió de casa. Tomó una respiración profunda y abrió el paraguas mientras se dirigía a su auto. Un estudiante común habría tomado rumbo a su casa, especialmente con aquel clima. Pero lamentablemente, ella no tenía esa opción, así que se dirigió a la librería.

Al llegar, hizo una pequeña reverencia en dirección a la dueña del local, quien le sonrió detrás de la enorme montaña de libros. Las arrugas profundas a los costados de sus ojos se acentuaron, y éstos se entrecerraron tras las enormes gafas. La señora Kim había fundado aquella librería con su esposo cuando ambos eran jóvenes. Ahora sólo quedaba ella, que rezaba todos los días por su difunto marido.

Todas las tardes solía contarle a Sunhee la misma historia sobre ellos dos y aquella librería. De cómo cada rincón de aquel lugar tenía alguna pequeña anécdota de ambos. E independientemente de haberla oído cientos de veces, a la chica no le molestaba escucharla, de todos modos. De cierto modo, aquellas historias la hacían sentir como en casa. Tal vez era la forma de hablar de la señora Kim, tan similar a la de su abuela.

Sin embargo, y para su extrañeza, aquella tarde se quedó en silencio, como si su mente fuera un universo diferente. Y el tiempo se pasó tan lento que a la castaña le resultó asfixiante.

Ya eran las siete de la tarde y el único sonido que había oído la chica desde que había llegado había sido únicamente el sonido de los truenos que constantemente la hacían saltar en su asiento y aferrarse con mucha más fuerza al libro que sostenía entre sus manos.

Comenzó a arrepentirse de haber ido a trabajar aquella tarde. Nadie iba a meterse a una librería a aquella hora con el clima así de lluvioso un miércoles. Al menos eso pensó ella. Y el hecho de que aparte de la anciana que estaba al otro lado del local organizando los libros viejos, nadie hubiera entrado en todo el tiempo que llevaba ahí, le daba más pie a decir que definitivamente, nadie sería capaz de entrar al local aquel día.

Sin embargo, se equivocó. Aunque en esta oportunidad lo agradeció, al oír el sonido de la campanilla de la puerta. Miró atenta. Era un chico, probablemente algunos años mayor que ella. Vestía una capucha negra y un cubre bocas. Durante las épocas de lluvia o cuando hacía mucho frío, era más común ver a la gente vestirse así para evitar pescar resfriados.

—Buenas tardes —saludó ella cordialmente—. ¿En qué puedo ayudarlo? —trató de disimular el sobresalto que sintió al oír otro trueno. Cómo los odiaba.

—Buenas tardes —respondió de vuelta. Su voz era agradable. Tranquila y serena. Como si fuera un ser sin preocupaciones—. Me gustaría saber si tiene estos libros —cuidadosamente, dejó sobre el mostrador una pequeña lista de nombres. El ceño de la muchacha se frunció un poco. Entre algunos clásicos de la literatura, había nombres que jamás había oído en toda su vida. Sin embargo, ella tomó el papel entre sus manos.

—Enseguida regreso —él asintió, guardando sus manos en los bolsillos de la chaqueta negra que llevaba puesta. Sunhee se acercó a la señora Kim y le mostró la lista—. Estoy segura de que tenemos al menos cinco de estos libros, pero necesitaba preguntarle si tenemos por lo menos alguno de los demás. Sinceramente jamás había oído hablar de ellos.

—Ya veo —habló ella por primera vez y una sonrisa se dibujó en su rostro—. Ese jovencito viene de vez en cuando. Aunque generalmente viene temprano. Casi siempre compra antigüedades. Incluso yo he batallado encontrando algunos de los libros que busca. Pero estos los tenemos. Están en el ático.

—¿En serio? —la castaña no pudo disfrazar el desconcierto en su voz—. No lo sabía —miró de reojo al muchacho, quien tranquilamente miraba algo quisquilloso las novelas juveniles y luego su mirada se posaba en el libro que hasta hacía apenas unos minutos ella estaba leyendo. Se rio en silencio cuando descubrió que a él definitivamente debían desagradable demasiado las novelas juveniles.

Red, Like the Blood «Lee Jooheon»Where stories live. Discover now