VIII

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Sunhee cerró la puerta de su departamento con las manos temblorosas. Miró la hora en su teléfono. Eran tan sólo las diez y cuarenta y cinco de la mañana.

Dejó sus zapatos a un lado de la puerta y arrastró los pies hasta llegar al sofá y se dejó caer en él. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo al recordar la oleada de sensaciones que había sentido aquella mañana. ¿Cómo era posible que su monótona vida hubiera cambiado tan repentinamente? De la nada, San había decidido hablarle pasados dos meses del inicio de clases. Y a partir de allí, todo fue poniéndose cada vez más extraño.

Aunque no descartaba la idea de que el pelirrojo y sus siete hermanos fueran vampiros —o quién sabe qué otra cosa—, trataba de mantenerse positiva y pensar que sólo estaba paranoica por los rumores de la época.

Sin embargo, para aquel momento comenzaba a pensar que tal vez no se tratase de simples rumores.

Sus pensamientos se toparon con el muchacho con el que se había tropezado un rato antes; y la piel se le erizó ante el recuerdo de aquella voz aterciopelada que sentía haber escuchado mucho antes.

«Nada malo va a pasarte».

«Ho...».

El familiar, aunque extraño timbre de su celular la hizo dar un pequeño brinco en su lugar. Había pasado un tiempo desde que lo había oído. No obstante, una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro cuando sus ojos oscuros observaron el nombre de su madre en el identificador.

—Madre —saludó ella inmediatamente después de haber descolgado.

Sunhee Unnie, Sunhee Unnie~ —escuchó detrás de la línea. Su sonrisa se hizo más grande.

—Hola, Suni —saludó tiernamente. Le pareció más común que su hermana hubiera tomado el teléfono de su madre para llamarle, probablemente sin el consentimiento de la mujer. Sunhee recibía pocas llamadas de casa los últimos días. Aquello porque ella misma había informado que tenía un tiempo bastante escaso y que llegaba agotadísima a casa luego del trabajo. Aun así, su madre mandaba mensajes de texto todo el tiempo para saber de ella—. ¿Has tomado el teléfono de mamá de nuevo? —cuestionó risueña. La pequeña tardó un par de segundos en responder.

—No —susurró, agudizando su voz más de lo usual. Sunhee soltó una carcajada— No lo hice —repitió con la voz temblorosa.

—Lo hiciste —pudo oír la castaña de fondo. Era su madre, que se oía dura. Pero no enfadada.

—Lo hiciste —repitió la mayor, acusando a su hermana. Qué no tardó en comenzar a gimotear.

—No lo hice —arrastró las palabras, haciendo reír a Sunhee.

—Lo hiciste. Pero nadie va a enfadarse contigo esta vez —explicó tratando de tranquilizar a la pequeña, quien a su vez guardó silencio—. Sólo no lo hagas nuevamente. A nadie le agrada que tomen sus cosas sin permiso. ¿Te gustaría que yo tomara tus juguetes sin tu autorización?

—... No —respondió desganada y Sunhee rio— No lo volveré a hacer, Unnie. Lo siento, mamá —se disculpó sinceramente.

—Todo está bien —respondió la señora.

—Cuídate mucho, Unnie. Te extraño. Te llamaré luego —a Sunhee se le encogió el corazón ante la voz infantil de su hermana, cargada de añoranza y tristeza.

—También te extraño, Suni —exhaló calmada, tratando de abrazar a su hermanita con palabras, puesto a la distancia.

—Hola, Sunhee —oyó la calmada voz de su madre. Y como acto reflejo, sus ojos se cristalizaron.

Red, Like the Blood «Lee Jooheon»Where stories live. Discover now