Capítulo 4.A - Fuego Blanco

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[ 9 horas 1 minuto después de la luna ]

- Oh, querido, no seas tan dramático. Nadie ha muerto por tomar el trono a la fuerza. Oh, espera... - se tomó de las costillas al soltar una carcajada.

- ¿Cuál era tu nombre? - Tom entrecerró sus ojos - Digo, es difícil darse cuenta en medio de la penumbra ¿sabes? No es como si pudiera ver en la oscuridad.

- Pero sí pued... - intentó corregir Star.

- Oh, espera... - una llamarada demoníaca se desprendió de su mano, en dirección a la figura.

- ... uedes. No me refería a eso. - se cruzó de brazos.

- Star, déjame decir mi frase genial también. ¿Siquiera la escuchaste? ¡No le hemos visto el rostro y ya ha dicho dos frases geniales!


La llamarada cruzó todo el salón, iluminando las columnas, hasta llegar al trono de piedra, en el cual estaba sentada ella. El fuego impactó justo por encima, sobre la pared agrietada justo detrás del trono y esta cayó estrepitosamente. El inmenso agujero que Tom ocasionó daba directo con la sala contigua.

- ¿Es enserio? ¿El templo se cae por sí solo y vienes a derribarlo? - farfulló la figura.

- Te dije que podría tirarlo como un castillo de naipes - le susurró a Star.

- ¡Cuidado! - Star se puso delante de Tom y levantó las manos juntas, con las palmas al frente - ¡Escudo de algodón!


Un escudo, de punta alargada en su parte inferior, con superficie blanda y esponjosa, apareció justo delante de ellos. Pero no duró. El escudo de pronto recibió un golpe abrupto y se hundió. Una extremidad nació desde la figura, como si estirara su propia sombra para alcanzarlos, con cinco puntas, cuál imitación de mano dejaba qué desear, afiladas como agujas.

Las cinco puntas se hundieron en el escudo, intentando llegar a ellos, pero el algodón las atrapó y las detuvo a pocos centímetros. Luego de un momento estático, las puntas empezaron a retraerse hasta volver con su dueña. El escudo de Star se deshilachó en el aire, consumido por manchas negras que dejó la extremidad.

- Oh, tonta de mí. ¿Cómo olvidar a las Butterfly? Aunque no tiene varita...

- ¿Me conoces?

- No. Y no hará falta. - volvió a atacar con la extremidad de sombra.

Tom levantó las manos, con las palmas hacia arriba, y conjuró un obelisco negro, con inscripciones desconocidas al ojo común. Los grabados dejaron entrever el fuego que imbuía al obelisco por dentro, desterrando las sombras del salón. Se podía apreciar con detalle las columnas, con variedad de adornos y dibujos en ellas: criaturas enormes, algunas con más de dos brazos, luchando entre sí; bestias aladas, zurcando el cielo negro, representado en el techo del salón; cadáveres, ejércitos enteros de ellos, marchando bajo el mando de un monarca, cuya corona no era sino sus propios cuernos.

- Supongo que eso lo confirma, llevas la sangre Lucitor en tus muertas venas. - comentó la figura.


El fuego del obelisco también llegó a iluminar a la figura. Lo que Tom y Star vieron no fue otra cosa que a una demonio de casi dos metros de alto, de contextura delgada, casi esquelética. Su piel blanquecina no era como la nieve, sino como la ceniza, aquella que respira un volcán dormido. Sus ojos, hundidos en lo profundo de lo que se puede entender como ojeras, negras como la espesa oscuridad de una cueva, destilaban un rojo apagado. El cabello, negro, grasiento y enmarañado, pero con un intento de mantenerlo arreglado, le caía hasta la cintura y unos mechones sobre la frente. Pero lo que más perturbaba, eran las notorias venas marcadas a lo largo de lo visible de su cuerpo, sus brazos, desnudos, estaban rodeados de ellas, cuál raíces atrapan a su presa.

- Zrdahajk... - conjuró, elevándose en el aire y con los ojos iluminados por su propia magia.

- Ssfadnmak - recitó la figura.


La sombra volvió a formarse y se abalanzó contra el obelisco, avanzando furiosamente, con poco qué envidiarle a un toro durante San Fermín. Pero Star interrumpió su ataque con un puño arcoiris, golpeando la sombra y derribandola contra una de las columnas. El techo dejó caer polvillo. El templo no le quedaban muchas cartas, el castillo de naipes temblaba.

La sala contigua al salón principal estaba iluminada, los tres se percataron de ello, pero la figura, más que nadie, se sorprendió. Se suponía que no se debía manipular antorchas dentro del templo, ni hacer fogatas, nisiquiera un inocente cerillo sería permitido. Pero ahí estaba, una fuente de calor y luz. Se acercó al hoyo, ocasionado por Tom, apoyó sus heladas manos sobre la apertura, y observó. Aquél, al que una vez le juró venganza por haber raptado a su rebaño de dragocicletas, ahí estaba, combatiendo a sus guardias uno por uno. Los armadura negra volaban por el aire, y detrás del hombre responsable salieron una fila interminable de prisioneros.

- ¡Rápido, hacia el portal! - gritó el encapuchado.

- De a dos, no sobrecarguen a Nachos. ¡Hey, no se toca! - reprochó la chica de pelo verde a un prisionero que, mientras esperaba su turno, acarició las puntas filosas de su pelo.

- ¿Pero qué draggfjak está sucediendo? - maldijo la figura, en demonio.

- ¡Muy bien, son todos! - gritó el encapuchado, desde la puerta a las celdas.

- Bien. Nachos, un último viaje.

La dragocicleta asintió, cargó a los últimos prisioneros y se zambulló en el portal. La figura no podía creer lo que sucedía, su prisionero más jugoso, libre, y sus presas, sueltas vaya saber quién en qué dimensión. El encapuchado y su compañera la llegaron a ver por el agujero que había hecho Tom y, sin dedicarle ninguna mirada dramática, dieron un clavado al portal para desaparecer.

No sabía qué hacer, un nudo en la garganta era lo de menos que tenía en ese momento. La punta de sus dedos se clavaron en el material de la pared, como si quisiera hundir las manos en la mismísima pared y partirla desde adentro. Los colmillos que sobresalían de sus dientes superiores apretaron tan fuerte por la mandíbula que se adentraron en su encía inferior, varios hilos de sangre espesa le cayeron por las comisuras. Por no mencionar sus ojos, desorbitados, perdidos en la nada y en todo a la vez.

- ¡Te tengo! - gritó Tom, quien se echó a volar a toda velocidad, largando fuego por sus manos y pies, hacia ella.


Pero no lo logró, era muy difícil alcanzarla, sobretodo con lo que ocurrió en aquél momento. En cualquier otro segundo, Star y Tom habrían tenido oportunidad, pero les fue tarde. Ya era tarde. Un grito, tan solo un grito bastó para derribar a Tom y empujarlo varios metros hacia atrás. Tan agudo como para romperle los tímpanos hasta un sordo, tan chirriante que clavar uñas de metal en una pizarra es algo menor, tan desgarrador que el grito de dolor de un adulto sería apenas un juego. La figura estaba encorvada sobre sí misma, engullida en su propia ira y miseria.

La sombra que usó como arma antes, ahora la envolvía en algo más tenebroso. Y antes de que todo estuviera perdido, su cuerpo se desvaneció en la oscuridad.


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Luego de la LunaTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang