Capítulo 4.C - Abel

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[ 13 horas después de la luna ]

Manfred se encontraba preparando la comida para las decenas de prisioneros rescatados o, como les gustan llamarlos los demás sirvientes, los never-free. Mientras revolvía la mezcla del pastel para el postre, con dificultad ya que tenía parte del brazo aún petrificado por las Yada Yada Berries, escuchó el sonido de una piedrita cayendo dentro de un recipiente de metal.

- ¿Uh? - volteó, sin lograr ver a nadie peculiar.

De regreso a su tarea, el sonido se volvió a escuchar. No le dio importancia ni a la segunda, ni tercera, ni cuarta vez. La quinta se mosqueó y la séptima tiró todo por los aires, en cólera.

- ¡Ya mismo te presentas antes de que los guardias te cuelguen del pescuezo, pequeña comadreja maleducada!

- Oye, tranquilo viejo. - exasperó Janna, sentada sobre uno de los estantes superiores de la cocina. - estoy intentando relajarme aquí arriba, ¿podrías no hacer tanto escándalo? - a lo que arrojó una novena piedrita dentro de la cacerola donde iría la mezcla.

- Tú.... ¡Tú, por encima de todas las personas en este lugar.... es la que menos derecho tiene! - arrojó la mezcla al suelo, pisoteó su delantal de cocina y derribó a uno de los asistentes del cocinero por el camino hacia afuera. El chef intentó detenerlo pero solo recibió un grito en respuesta. - ¡¡Renuncio!!

Todos los presentes voltearon la mirada hacia Janna, frunciendo el ceño y murmurando reproches. La chica, sin darle la más remota importancia al asunto, bajó de los estantes como si la hubiesen llamado de la sala contigua y se fue de allí.

- Lo que sea. - contestó a las miradas de los asistentes.

Sus ojos se perdieron antes en la pantalla de su celular antes de que ella se perdiera en el húmedo laberinto de pasillos que descendían a los pisos inferiores del templo. Su paso autómata no se detuvo hasta resbalar con el último escalón de la última escalera que daba al último salón del lugar. Y así, solo así, sentada torpemente de nalgas con la suela de sus zapatillas mirando a la tenue oscuridad, es que despertó del sonambulismo digital.

- Woah... ¿dónde estoy? - alumbró con la linterna de su celular.

Las columnas del salón, pobremente iluminado con un par de antorchas a los lados, tenían grabados que Janna no había visto antes. Las figuras demoníacas se levantaban hasta lo alto del techo, imponiendo un aura temible. Janna se imaginó, por un instante, en aquellos grabados, ya que técnicamente ella era en ese momento una híbrido de demonio por haber dividido su alma en dos con la Severing Stone. Pero un ruido la distrajo de su fantasía, un crujido o, más bien, un aullido, un pedido de auxilio. Volteó al centro del salón para identificar de donde venía, pero Janna no vió nada. El ruido se volvió a escuchar.

- ¿Uh? Acaso viene de... ¿allí? - se acercó hasta las puertas del final del salón - ¿qué es este lugar? - el sonido se volvió a escuchar con más fuerza - ¡Diablos! mejor me voy de aqu... - se escuchó un llanto desde adentro - ¿Met-meteora?

- ¡Whoaaaah! - el llanto aumentó.

- ¡Meteora, espera un momento! - soltó el celular en el aire e intentó abrir las puertas a mano limpia.

Sin embargo, las puertas estaban selladas. El conjuro de Eclipsa podría abrirlas, u otra cosa más potente.

Por más fuerte que Janna tirase de la puerta, no se movía ni un grano de piedra. El sudor en el rostro empezaba a ponerla nerviosa. Al ver que no podría abrirla a la clásica, fue con su mejor opción.

- Hora de abrirte al estilo Janna Banana. - sacó una navaja suiza de su gorro y de ella desplegó una ganzúa.

- ¡Pequeña insolente! - una voz gruesa retumbó en todo el salón - ¿Crees que podrás llegar a mí con tu hojalatería?

Luego de la LunaOnde histórias criam vida. Descubra agora