Luego de la tormenta

8K 1K 25
                                    

Gruñó molesta, al sentir que Cep la tenía sujeta a su cuerpo, cual boa constrictora a su presa. ¡No se podía mover! Y lo peor de todo, es que sentía su erección pegada a su trasero, incomodándola.

—Cep, suéltame —gruñó intentando poner distancia entre ellos.

Pero era imposible, ni los brazos podía mover, ya que él los estaba sujetando al pecho de ella, con su abrazó exageradamente sobreprotector.

Lo escuchó murmurar algo dormido, y rodó los ojos. Lo único que le faltaba era que le dijera Shimei, y ahí sí lo molía a golpes.

—Cep, ya ¡Despierta!

—Kumi —murmuró, pegándose más ella.

—No, basta, sal de encima mío y suéltame.

—Tengo frío.

—¿Frío? ¡Ya salió el sol! Suéltame Cep, o me harás-

La soltó, no quería hacerla enojar más, y ella rápidamente se puso de pie, gruñendo, saliendo de la cueva.

¿Por qué se enojaba tanto? Se giró en la arena, y al intentar juntar los muslos, sintió quizás la causa del enojo de ella. ¿A caso no tenía un hermano? Debería saber que ellos a veces se despertaban así.

Kumi observó la playa, alguna que otra palmera caída, ramas, restos de la tormenta... y comenzó a caminar hasta la orilla del mar, buscando algo que pudiera servirle.

La castaña se puso a recolectar algunas ramas, cuando escuchó un suave sonido, como un maullido, débil. Se giró hacia la cueva, y Cep seguía durmiendo, así que no era él, quizás haciéndose el gracioso.

Continuó caminando, y volvió a escucharlo.¿Habrían llegado más personas luego de la tormenta? Era extraño, eso no sonaba a un animal, aunque así pareciera.

Siguió caminando, y el sonido se hizo más audible, pero seguía sonando bajo, y provenía de detrás de un monolito natural. Al rodearlo, vio aturdida una joven muy delgada, tendida en la arena, y junto a ella, una especie de caja hecha con troncos finos, y la manito de un bebé saliendo de ella.

—¡Cep! ¡Cep ven aquí! ¡Ayúdame! —le gritó acercándose rápidamente a la caja.

Y al muchacho sólo le llevó unos segundos llegar hasta ella, asustado.

—¿Qué ocurre? —preguntó preocupado, rodeando el monolito.

Y entonces notó el bebé en los brazos de Kumi, y la mujer en la arena. Se agachó junto a la muchacha, y la volteó con cuidado, buscando el pulso en el cuello de ella.

Al no encontrarlo, apoyó su oreja en su pecho, mirándola con pesar al levantarse.

—Debe tener un par de horas aquí, aún está mojada... Y muy fría.

—¿E-Está muerta?

—Sí.

Levantó la cabeza al escuchar aquel maullido bajito, ronco, y se paró junto a Kumi, para ver a aquel pequeño bebé, que tenía un color muy mal.

—E-Está muy frío Cep —le dijo con lágrimas en los ojos la castaña—. Y se escucha muy fea su respiración.

—Quítate la camisa.

—¿Q-Qué?

—Sólo hazlo Kumi —gruñó.

Cep tomó al bebé, quitándole la manta mojada que lo envolvía, y luego lo acostó sobre el pecho de Kumi, piel con piel.

—Abrázalo a ti —le dijo, al instante de que ella lo tomara, y lo cubrió con la camisa de ella, que ya estaba seca.

—A un kilómetro está la casa de Ubías, creo que tiene un auto, vamos.

Ella asintió con la cabeza, frotando suavemente la espalda de la criatura, que apenas se quejaba contra su pecho. Debían llevarlo a la central cuanto antes.

...

KumiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora