Cinco

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Si no me equivoco creo que, hasta ahora, nunca lo he comentado

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Si no me equivoco creo que, hasta ahora, nunca lo he comentado. Me pasa que la memoria me está fallando un poco, es por ello que debo darme prisa; tengo el presentimiento de que ya todo será muy tarde si no logro escribirlo con una rapidez asombrosa, de todos modos, trataré de no preocuparme mucho por ello por ahora. Haré mi más grande esfuerzo para poder contarlo todo, cueste lo que me cueste.

Los días siguientes fueron muy tranquilos, sí señor. La verdad es que fueron de los más tranquilos que tuve en mi vida desde que expulsaron a los tres del colegio. Rubén, un chico que tenía la misma edad que yo, los empezó a llamar así, del mismo modo como los llamaba yo. Era una palabra que, por desgracia, se le tuvo que pegar mucho, de hecho, la usábamos con una frecuencia mucho mayor a la que hubiéramos deseado, ya que era como una especie de código. De alguna que otra manera, nos sentíamos más cómodos llamándolos de aquel modo, pues no podíamos ser tan idiotas como para llamarlos por sus nombres cuando queríamos hacer alguna clase de referencia a ellos, si es que teníamos que hablar pestes sobre los tres malditos.

"Los matones", se la habían agarrado con unos cuantos, inclusive con él, de allí que empezara a repetir tanto la palabra, como tantos otros lo habrían hecho también. Sin embargo, con quien más se ensañaron, no fue con otro más que conmigo o, al menos, siempre tuve esa sensación. La verdad es que no recordaba que le hubieran dado semejante paliza a otro de los chicos que yo conocía y no es tampoco que se lo deseara a nadie, todo lo contrario. Teniendo suma consideración de todos estos detalles, no podría decir que tuviera lo que se llama paz, ya que siempre me encontraba con un enorme —y más que constante— miedo de que me diera vuelta y, tras de mí, se encontrara Clarence. Siempre tenía el desbocado temor que, tomándome de sorpresa, con un aspecto tan escalofriante como desquiciado —y como si hubiera surgido desde las puertas de un verdadero infierno—, me diera otra paliza, una mucho más grave que la anterior. Tanto terror me daba al pensar en todo aquello que llegué a creer, durante más de un ocasión, que lo otro, por lo que hubiera deseado que regresase el tiempo, me había parecido una magnífica bendición; incluso, llegué a considerar que quizá, no mucho tiempo más adelante, tuviera las agallas para llegar a lo grande y que me matara solo por el placer de su venganza, únicamente por el simple —y desgarrador— hecho de verme sufrir, de admirarme malherido, tanto de forma física como mental. Por suerte, nada de lo que pensé ocurrió; bueno, en realidad, fue algo que solo sucedió en parte.

En uno de aquellos tantos días, se dio lugar el día de mi cumpleaños. Antes que ninguna otra cosa, quise que mi papá me llevara al hospital para saludar a mi madre. En casa, no tenía organizada ninguna fiesta, la verdad es que no estaba con muchos ánimos como para festejar por ello y, además, no tenía tantos amigos como para hacerlo. Solo 2 o 3 de ellos —compañeros de la escuela—, me fueron a saludar a casa y les convidé con la torta que mi papá me había comprado, una en la que, hacia el mediodía, encendimos las once velas, aunque yo no tenía ganas de pedir ningún deseo en especial, solo que mi mamá se recuperara. De todos modos, lo pedí en silencio, aun sabiendo que aquellas cosas jamás suceden en la realidad; ya no era ningún chiquillo de jardín, y ya sabía que —con esas cosas— no hacíamos más que engañarnos a nosotros mismos, que con ello solo buscamos auto compadecernos, refugiarnos bajo la primera excusa que parece que nos promete maravillas, que nos jura protección de todos los males que nos aquejan; situaciones maravillosas con las que, luego, nos ilusionamos vanamente. Quizá, si hubiera tenido dos o tres años menos, hubiera caído presa de aquella terrible mentira, oculta en un concepto tan simple como estúpido y, luego, con seguridad, hubiera resultado más dañado que nunca, enojado con todo y con ganas de mandar el mundo a la mierda.

—Roly, no te amargues con todo el asunto de esas basuras. —La voz de mi padre sonaba bastante alegre, en lo que respecta y, un poco divertida, también— pero sin dejar de sonar preocupada, a pesar de todo—. Desde hace un tiempo, que te noto preocupado. No sé si sea esa la palabra más adecuada para decirlo, pero se le parece bastante, ¿no?

—Sí —respondí yo, queriendo agregar que, en realidad, tenía bastante miedo, pero no me pudo salir ni una sola palabra. Era como si, la tierra del suelo, como si el barro, se las hubiera tragado por completo, sin dejarme expresar ninguna de las preocupaciones que deambulaban, sin sentido, por todas mis memorias, por mi corazón y por todo mi ser. Era algo que me pesaba como si, una enorme piedra, estuviera aplastando mi pecho, comprimiéndolo por completo y logrando que se me dificultara, de una increíble manera, el poder respirar y lograr perseguir las emociones, las direcciones, que me dictaba el corazón. También, se me hacía muy difícil, poder dar la razón a mis sentimientos. Además, creo que él debió de saberlo pues, aunque yo no se lo dije en ningún momento, mi cara, y mis ojos, seguro que me habían delatado; ambas expresiones, entre tantas otras, hablaron de alguna por sí solas, por mí, confesándolo todo a su modo.

—Bueno Roly —insistió mi padre, ahora haciendo uso de un total optimismo—, no te preocupes de nada ahora, solo disfrutá del momento, de cada uno de ellos. Vivilos con mucha plenitud—, terminó de decirme mi padre, logrando que se me levantara mucho el ánimo como jamás me lo hubiera imaginado en toda mi vida.

Fue hacia las vacaciones de aquel invierno, que ya me había olvidado —por completo— de todo lo sucedido. Apenas sí era un lejano sueño, tal y como alguno que hubiera tenido muchos años atrás. Quizá, mi mente, consiguió bloquearlo por completo, como si nunca hubiera ocurrido semejante cosa. Eso había dado lugar unos cuatro o cinco días —una semana como mucho— después de lo que había sucedido con Clarence y su séquito de imbéciles. Ya estaba ya empezando a pensar —a tener la certeza—, que todo marcharía mejor que nunca de ahí en adelante pero, a fin de cuentas, resultó que me equivoqué al pensar de aquella manera tan optimista como esperanzada. Lo cierto es que, luego de no mucho tiempo más, las cosas darían un giro bastante inesperado y sin retorno.

Loki (Wattys 2020 Horror)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora