Treinta

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Fue así que, bajo la alegría de ese nuevo, agradable y reconfortante hogar —junto a la familia más unida que nunca—, transcurrieron tres años más, cuando se dio lugar en invierno de ese año a uno de los días más tristes de mi vida

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Fue así que, bajo la alegría de ese nuevo, agradable y reconfortante hogar —junto a la familia más unida que nunca—, transcurrieron tres años más, cuando se dio lugar en invierno de ese año a uno de los días más tristes de mi vida. Durante aquel momento nostálgico, llegó el fallecimiento de Capitán, que con el tiempo y mucho cariño, llegamos a apodar como Capi y como Tán. Fue algo que me trajo malos recuerdos y que resultaba ser comparable con la misma muerte de Rocco por varias razones. Una de ellas, había sido porque fueron momentos muy distintos de mi vida —con respecto al tiempo en que sucedieron—; y la otra había sido porque ambos fueron muy especiales en mi vida. Claro está que ninguno había sido mejor —ni peor— que el otro y es eso, principalmente, lo que quiero dejar en claro. Cada uno estuvo presente en épocas distintas y ocupó un espacio irremplazable, llenando algo que, de lo contrario, siempre hubiera permanecido vacío, presa de un sentimiento gélido y extraño. Decidí enterrarlo ese mismo día en el patio —y recordé cuando, muchos años atrás, había hecho lo propio con Rocco, con la ayuda de mi padre— pensando que, cuando Ceci nos preguntara por él, le diría que solo se había marchado; aunque aquello le rompiera el corazón, sería mucho mejor a que se enterara de lo que le había sucedido. No quería, para nada, que tuviera esa clase de traumas, del mismo tipo que me acecharon durante tanto tiempo.

Así, luego de ese triste, melancólico y nostálgico día, en el que observaba viejas —aunque algunas bastante modernas— fotos de Rocco y Capitán, para recordaros con todo mi corazón, a nuestra Ceci comenzaron a sucederle cosas como las que me habían acosado a mí durante toda mi infancia. A pesar de que no resultaban ser tan graves como los asuntos míos que habían ocurrido con Clarence, en especial el asunto de Rocco, aun así se la pasaban burlándose de ella. Karen, aunque hablaba con sus madres —y ellas, sé de buena fe que las castigaban, les decían que eso no era correcto y que no lo hicieran más— seguían con las molestias, haciendo caso omiso de los reproches.

Transcurrió cerca de un año más. Durante ese lapso, atravesó momentos muy feos y yo lo entendía a la perfección, en realidad, creo que era el único que podía entenderla, pues le estaba sucediendo lo mismo que me había ocurrido a mí. A veces, me quedaba hasta muy tarde, cuando ella se acostaba a dormir, hablándole para calmarla, para que dejara de llorar, mientras se desahogaba entre mis brazos hasta quedar dormida. Luego, la acostaba, la arropaba y podía dormir bien, cómoda, tranquila y no tan triste y tensa, que era el momento cuando empezaban las pesadillas.

Pero un buen día, cuando un mocoso del colegio le había cortado el pelo con un par de tijeras —y le había roto parte de la ropa que tenía puesta—, Karen y yo habíamos decidido mudarnos a otro lugar. Supuse, entonces, que no había mejor lugar para que viviéramos en Lima, el pueblo donde aún trabajaba mi Padre. Este siempre era tranquilo, con muy poco tráfico y, aunque no había mucho para hacer, consideraba muy extraño que le sucediera algo como lo que le había estado ocurriendo en Rosario. Era un lugar sin mucho para hacer, quizá, pero ella se adaptaría con mucha facilidad; sospechaba que a pesar de la falta de actividades, ella encontraría algo con lo que pudiera distraerse.

Loki (Wattys 2020 Horror)Where stories live. Discover now