Veintidós

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Pero cuando terminaba de abrir la gran puerta, me daría cuenta de que todos los pensamientos negativos que me invadieron habían sido incorrectos y se desvanecerían de mi mente —y de mis preocupaciones— como si nunca hubiera habido cabida para ello...

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Pero cuando terminaba de abrir la gran puerta, me daría cuenta de que todos los pensamientos negativos que me invadieron habían sido incorrectos y se desvanecerían de mi mente —y de mis preocupaciones— como si nunca hubiera habido cabida para ellos, como si jamás hubieran existido y no quedara ni un solo rastro de ellos, al menos, no hasta que recordara todos los detalles, todas las anécdotas de aquel día, se las contara a mi esposa y nos riéramos a carcajadas —y hasta el cansancio— de todos los disparates que se me habían ocurrido.

Terminé de abrir la puerta de forma lenta y nerviosa y, entonces, vi fue cuando vi a Aldana. En ese momento, caí en la cuenta de que el pensamiento correcto resultó ser —gracias a dios— el que tanto había deseado durante todo aquel tiempo. ¿Durante cuando tiempo había sido eso? ¿Fue durante treinta segundos?, ¿o quizá había sido mucho menos que eso? La verdad es que ya no tenía capacidad ni para pensar durante un mísero instante más, solo quería entrar ahí y convertirme en el padre más feliz del mundo. Por mi mente, cruzaba un solo anhelo: deseaba que aquello sucediera lo más rápido que fuera posible.

Ella giró hacia mí en cuanto sintió que la puerta se abría, haciendo un chirrido importante. Era claro que la puerta tenía algunas bisagras demasiado oxidadas o algo por el estilo. Supuse que Aldy pensó, durante un breve instante, que se trataba del doctor, quien se hubiera adelantado unos cuantos minutos.

—Tranquila amor, ya voy para allá. No me vas a perder —bromeé un poco cuando vi a Karen. Noté que ella intentaba moverse para verme y logré interrumpir lo que quería hacer, también me di cuenta de que quería hablarme. Entonces, mostrándome un poco más serio que antes, pero sin perder la gran sonrisa que tenía dibujada, añadí—: no te esfuerces, cielo.

Aldy me saludó y yo le correspondí, dirigiéndome hacia ella y luego la saludé con un cálido, tierno y sincero beso en la mejilla derecha. Me dio la impresión de que ella se ruborizó un poco, tal vez por la situación que se estaba llevando a cabo.

—Te agradezco mucho por avisarme, Aldy. —Mi voz se percibió bastante serena, aunque lo dije de una forma algo pausada—. Te debo una.

—No tenés nada que agradecerme, ¿acaso no estamos para eso los amigos? —acotó Aldana, con una voz muy familiar para mí de una forma tan agradable, como siempre solía ser característico en ella. Parecía que ya no se encontraba ruborizada, si es que lo había estado unos segundos antes, aunque apostaría mi vida que, en ese momento, ya no lo estaba. Luego, hizo un gesto que de forma cómica y, a la vez armónica, acompañó ese tono de voz que a mi tanto me gustaba desde el día que nos habíamos conocido. Su enorme corazón y, la amabilidad con la que siempre se desenvolvía, la naturalidad con la que trataba temas serios como esos, la convertían en una gran y adorable mujer.

—No me debés nada, ¿acaso no estamos para eso? —me preguntó casi de inmediato, de la misma cálida manera que antes—, vos hubieras hecho lo mismo. No tengo ni la menor duda.

Yo le sonreí, haciendo un cortés y elegante ademán de asentimiento con la cabeza, que le hizo quedar en claro que ella estaba en lo correcto sin la necesidad de que yo le dijera que tenía razón. Fue una simple mirada, un simple gesto. La manera en que podíamos entendernos, prácticamente sin hacer nada, era una de las cosas que más me gustaba de la relación que —tanto Karen como yo— teníamos con ella, había muchos ocasiones en las que podíamos saber lo que el otro pensaba sin siquiera dirigirnos la palabra y eso era maravilloso; sabíamos —a la perfección— cuándo era el momento más oportuno para decir algo o para bromear, de la misma manera en que nos dábamos cuenta de cuándo era el momento para no cagarla y quedarse callado. A veces, cuando las personas están pasando por momentos difíciles, no hay nada mejor que el silencio; lo más adecuado es dejarlas sumidas en sus pensamientos y que reflexionen por sí solos, pero haciéndoles saber que pueden contar con uno en cualquier momento en que lo necesiten o cuando sientan que van a explotar por la tensión acumulada. Cuando creen que ya no pueden más, —que no podrán dar más de sí mismos—, es el momento en que uno, como amigo, debe estar presente pase lo que pase y eso también hay que hacer que lo comprendan.

—Bueno, chicos... me tengo que ir a buscar a Doro al colegio, más tarde me doy una vuelta para ver esa cosita hermosa —Le dio un beso a Karen y luego otro a mí. Después nos miró a ambos y nos dedicó las palabras que yo esperaba, esas que nos iban a dar ánimos; lo hizo de una manera confiada y auténtica—: No se preocupen, que todo va a salir bien.

—Sí, seguro que sí —Volví a dibujar una amplia sonrisa de lado a lado en mi rostro, no me cansaba de hacerlo, aunque ya lo hubiera hecho un par de decenas de veces desde que recibí su llamada. Sin embargo, fui incapaz de aplacar los nervios que habían comenzado a acosarme desde hacía un buen rato ya y, como me di cuenta de que no lo había hecho, le volví a dirigir la palabra para desearle lo mejor también, cuando ya estaba parada al lado de la puerta—: gracias por todo, Aldy. Y dale un saludo de nuestra parte a Doro y a Richie, espero que también estén muy bien.

Doro era hija suya y de Ricardo. Tenía cinco años y su nombre era Dorothy; Richie era mi mejor amigo de la universidad, a quien comencé a llamar así cuando nos hicimos los mejores amigos, cuando cursábamos en la universidad de lengua y literatura. Éramos inseparables, él era como el amigo que había estado ausente durante toda mi infancia y siempre he sospechado que algo similar le había sucedido cuando nos habíamos conocido en nuestra —vieja y algo borrosa— época de estudiantes. De una bonita manera, siempre habíamos podido recordar —y mantener— aquella verdadera amistad y eso era lo que más podía apreciar de mi juventud, luego de la historia romántica que había estado "escribiendo" junto con Karen, junto al gran amor de mi vida, claro está.

—Desde luego —La puerta había comenzado a lanzar aquel insoportable chirrido de nuevo y, entonces, se detuvo en seco, para dedicarnos unas últimas palabras—: Adiós, nos vemos más tarde.

Yo no le contesté, no hacía falta hacerlo, para decir la verdad. Solo me dediqué a alzar mi mano y a moverla en un suave movimiento, mientras la otra mano la tenía metida en el bolsillo de mi vaquero.

—Mandales saludos y besos de mi parte. —La voz de Karen se percibió bastante forzada, no cabía duda de que había hecho un gran esfuerzo para hacerlo, sin embargo no quería privarse de dejarlos sin sus deseos de bienestar. Me imagino que le dolería como mil demonios, aunque solo hubiera hablado; estaba convencido de que debía ser algo tan intenso que no podría imaginármelo ni en cientos de años, aún si me lo hubiera descripto con lujo de detalles y, más aún, creo que no lo hubiera sabido ni siquiera si me ocurría algo que fuera similar en cuanto a dolor—. Mandales los mejores deseos de nuestra parte.

—Mujer, lo voy a hacer. No te preocupes por algo tan insignificante. —Su sonrisa se desvaneció y se convirtió en una expresión seria a medida que su mirada volvía a recaer sobre ella, una vez más. Se encontraba parada del lado derecho de aquella gran puerta doble de roble y había estado a punto de irse pero, en cambio, hizo lo contrario—. Haceme el favor de no esforzarte por hablar, ahora es cuando tenés que ser lo más egoísta del planeta y solo pensar en vos. Me corrijo, ahora es cuando tenés que pensar en tu pansa, en lo que va a llegar cuando menos te descuides.

Y nada más pudo decirse. Cuando la última palabra brotaba de su boca, un segundo —o quizá, medio más tarde—, la puerta se cerraba tras ellas, cortando el gran —y no menos impresionante— eco de los que yo suponía que eran provocados por los instrumentos del personal de limpieza que, ahora, parecía estar cumpliendo con sus obligaciones allá, en el primer piso. Daba la impresión de que aquellos ecos que pude llegar a percibir antes de que cerrara la puerta por completo, se apagaran de forma abrupta, como si se hubieran tratado de golpes secos provocados por la madera de los instrumentos, que golpeaban contra las paredes del gran pasillo central. También estaba aquel peculiar ruido como de ardilla, que era provocado por la gente que comenzaba a caminar por aquel piso algo húmedo. Era bastante probable que, más de uno de ellos, pudieran llegar a perder el equilibrio tal y como me había pasado a mí pero, pensándolo bien, creo que solamente yo estoy destinado a tener una pésima suerte en todo lo que a ello se refiere. Supuse que docenas de personas, niños y ancianos caminaban a diario en aquel lugar y a ninguno le sucedía nada de aquello.  

Loki (Wattys 2020 Horror)Where stories live. Discover now