Veintiuno

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Antes de dirigirme hacia la escalera, me cercioré de que la señora ya no estuviera contemplando mi marcha

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Antes de dirigirme hacia la escalera, me cercioré de que la señora ya no estuviera contemplando mi marcha. En parte, lo hice para asegurarme de que no tenía nada más para decirme y, por otro lado, porque me sentía incómodo cuando estaba apurado —tal y como en la situación que estaba viviendo— y que alguien, sin importar quién fuera, se me quedaba mirando, mejor dicho, cuando me daba la impresión de que me estaban observando, como si yo fuera un bicho raro. De hecho, lo había sido para Clarence y sus amigos o eso solía pensar, allá en el —ya lejano, horrible y un tanto borroso, aunque no por completo— año de mil novecientos sesenta; una época en la cual había sufrido —y atravesado— momentos de sumo terror, horror y tristeza, los peores, los más desgraciados y desafortunados de toda mi vida, los más agonizantes de todos ellos. Nadie, excepto por mi papá y algún que otro amigo —si es que, en realidad, los había tenido y no habían sido un producto de mi imaginación, que quizá comienza a mezclarse con la realidad por la repentina pérdida de mis memorias, de datos precisos que antes no me costaba, para nada, recordar—, habían podido consolarme.

Descubrí —sorprendido— que la señora abría la puerta que daba a la entrada del hospital y salía; tal vez iba degustar un cigarrillo o, quizá, había terminado —o estaba pronta a finalizar— ya su turno. Me quedé fascinado durante unos segundos ante ese hecho, ya que podía contar con los dedos de una mano las situaciones en las que, estando apurado, la gente me hacía sentir incómodo cuando me observaba. De hecho, esa situación, fue el momento en el que más apurado había estado en mi vida y creo, pensándolo bien, que en la única en que no se me quedaron viendo como a "ese ser raro del espacio exterior".

«¡Despertá, pelotudo!, ¡que llegás tarde! ¡Vas atrasado casi cinco minutos, nabo!» Salí de esa fascinación cuando mi inconsciente casi me gritó que me dejara de estar idiotizado ante toda idea que se me ocurría. Así me dirigí hacia las escaleras; había un ascensor, pero estaba siendo reparado, como otras cosas que también eran muy útiles como para dejarlas sin servicio. De igual manera, nunca me agradaron demasiado, siempre permanezco tenso, esperando que se descompongan. Apresurando el paso —y aliviado de que nadie me observara, a no ser que hubiera alguien a mi espalda— reemprendí la marcha y ni se me hubiera ocurrido darme la vuelta para confirmarlo, porque sería volver a hacer las mismas cosas de siempre; no tenía tiempo para esas estupideces. Apresuré aún más el paso y poco faltó para que perdiera el equilibrio, cuando mi zapato derecho, que usaba en mi trabajo cuando enseñaba, tocó un sector del piso del hospital que se encontraba algo húmedo y que —al parecer— había sido limpiado tal vez quince minutos antes de mi llegada. Ahora se encontraba en el período en que se secaría muy pronto, tal vez, en unos cinco minutos más.

En ese preciso momento, mis ojos se desorbitaron y pensé —por un breve pero tenso y horrible instante— que saldrían volando, como una nave espacial que se dirigía al espacio exterior. Me imaginé el cuerpo girando en el mismo momento en que perdía y retomaba el equilibrio de forma parcial, pensé —con cierto alivio encima— que nadie estaría allí viendo como "ese ser del espacio exterior" daba vueltas sobre sí mismo, perdía el control y —tratando de recobrarlo— caía y se largaría a reír presa de los nervios. Pero eso no sucedió porque logré aferrarme a la baranda, con bastante seguridad. Me sentí aliviado, en parte por no haber sufrido ninguna caída pero, en especial, porque nadie allí se estaría riendo, de la misma desgraciada manera en que había sucedido lo propio en muchos momentos de mi vida, en especial, con Clarence y su pandilla del demonio.

Loki (Wattys 2020 Horror)Where stories live. Discover now