Diez

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En efecto, al día siguiente fuimos al cine Centurión

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En efecto, al día siguiente fuimos al cine Centurión. Como bien dije, era uno en el que —durante los domingos— se proyectaban películas viejas y clásicas; en la mañana, cuando desayunábamos, mi papá me había preguntado qué película era la que deseaba ver en la tarde, de hecho, iríamos a las cuatro y media y, cuando saliéramos, ya sería el atardecer y el sol comenzaría a dejarnos una vez más, para cerrar otro de sus ciclos y para que empezara a existir el otro, ese que parece casi un antagonista, hasta que pudiera volver a resurgir otra vez, como hiciera lo propio el ave fénix durante una mismísima e interminable eternidad, de las cenizas . Yo le había dicho que quería ver la película de Drácula del treinta y uno, pues, sabía de antemano que la darían y ese había sido uno de los tantos clásicos que nunca había podio ver, pero que siempre había querido y tenido la intención de hacerlo. Él había asentido —quizá no con muchas ganas—, aunque yo sabía que este tipo de películas no le agradaban mucho a mi padre; pero, a pesar de ese contratiempo, él me dedicó una sonrisa muy bonita y me dijo que estaba de acuerdo, que, si eso deseaba, entonces aquella sería la película que veríamos. Creo que, en parte, no se quejó de nada porque él sabía, mejor que nadie —tal vez mejor que yo mismo, si es que eso era algo posible—, que yo no me encontraba muy bien, además, yo comprendía que a él no le agradaban pero, por el contrario, él entendía que a mí me fascinaban mucho y ese había sido, sin lugar a la más mínima de las dudas, uno de los factores que lograron que, luego de unos años más tarde, me decantara por ser un escritor en el futuro. Así como mi papá sabía muy bien todo aquello, también debió saber que, si me decía que no, que veríamos otra cosa debido a que ese tipo de películas no eran las más adecuadas para mí, para mi edad —y quizá aquella afirmación hubiera sido cierta del todo—, no me ayudaría en absoluto y eso, de forma contraria a todo lo mencionado, no era con exactitud su objetivo; sino todo lo contrario, él quería que, por un momento —en realidad desde aquel mismo en adelante— no pensara en todas las cosas que habían sucedido, deseaba que pudiera despejarme, que me relajara y me pudiera divertir como solía hacerlo siempre.

Su objetivo funcionó, al menos, en parte puesto que, durante aquel terrible día, fue cuando me enteré de lo más aterrador que hubiera escuchado en toda mi vida y, me atrevo a afirmar, que nunca jamás escuché algo tan horripilante como lo había sido eso.

Drácula era un film que, como bien dije antes, nunca había podido ver. Había leído el libro de Stoker durante unas vacaciones de verano, hacía un par de años; a día de hoy lo considero un verdadero tesoro de la literatura. Pero, a pesar de todo, nunca había logrado ver la película —en realidad, una de las dos adaptaciones que había, aunque solo una era vieja, pues, la otra se había estrenado hacía, solo, dos años atrás y era a color— hasta aquella fría tarde de invierno.

La verdad que la película me gustó muchísimo, tanto que me había logrado olvidar de todo. Me impactó muchísimo la actuación de Dwight Fríe, el tipo que hace de Enfielad, más que la de cualquier otro, incluso la de los actores principales. Estaba atontado con ese film y no lo podía creer, era una sensación agradable tras otra y, fue justo en esos momentos, cuando me di cuenta de que me quería convertir en escritor —en realidad, la idea comenzaba a tomar forma de a poco, en lo más profundo de mí— no sé si tanto de terror, pues, me fascinaban mucho más los libros que eran mezclas de varios géneros, como misterio, drama y, tal vez, un poco de terror o suspenso y, ¿por qué no?, un poco de romance y de fantasía, también.

Loki (Wattys 2020 Horror)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora