33: El Vuelo de Cinco Horas

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Cuento cada una de mis pertenencias antes de cerrar la maleta que yace sobre mi cama. Me aseguro de no olvidarme absolutamente nada. Una vez que he revisado todo cierro la maleta. Guardo en la pequeña mochila que llevaré conmigo en el avión mis documentos, dinero, lentes, audífonos cargador, cámara entre una que otra cosa que vaya a necesitar tener al alcance.

Mi mamá no deja de gritarme desde el piso de abajo que mi desayuno está listo y que el taxi llega en unos diez minutos.

Arrastro la maleta fuera de la habitación y me cuelgo la mochilita al hombro.

Llevo puestos unos leggins negros, la sudadera de Stark Industries de Drew, dentro de esta un top deportivo color gris, un par de zapatillas de cuero metálico color rosa y unos lentes Tom Ford sobre mi cabeza. Me he maquillado a penas, un poco de base, mascara, corrector, brillo labial, rubor y mis cejas. Nada más, lo suficiente como para salir decente en las fotos del viaje y que el maquillaje no se me derrita en Hawái.

Dejo mi maleta en la entrada y me siento a tomar el batido que me preparó mamá.

—¡Apura! ¡No quiero que pierdas ese vuelo! —dice sentándose frente a mí.

Mi papá está sentado en el sofá mirándonos regocijándose en su risa.

—Si sigues gritándole el batido se le saldrá por la nariz —dice haciendo que mi madre le ponga los ojos en blanco.

Enciendo la pantalla de mi teléfono para ver la hora, admiro un segundo la foto de Drew y yo en la playa años atrás.

—Así que ya te contó la historia —dice mamá mirando mi pantalla con una sonrisa.

—Sí —admito sonrojada.

—Son preciosos —dice acariciando mi cabello—. Tengan mucho cuidado allá en Hawái, sé que te cuidará, sean prudentes y no hagas tonterías,  —susurra lo suficientemente bajo como para que papá no escuche.

Me rio mientras termino de comerme mis panqueques.

Brendon baja las escaleras con el cabello hecho una maraña, con una sola media puesta y arroces pegados en la sudadera.

Mi hermano es un encanto, siempre pulcro.

—¡Caracol de tierra africana! —exclama corriendo hacia mí.

—¿Qué? —pregunto confundida.

—La babosa más grande del mundo —explica pegándome un lapo.

Cuánto amor...

—Qué lindo —digo, sarcástica.

Dejo los trastes en el lavabo y tomo mi mochila al escuchar el claxon del taxi.

—Toma, enana —dice extendiendo un par de billetes hacia mí—. Cómprate algo bonito, manda fotos.

Tomo los billetes y le doy un abrazo.

—Nos vemos en cinco días —le digo.

—Salúdame a Drew —dice—. Dile que cuando vuelva nos tomaremos una cerveza.

Mi papá me abraza y me da más dinero.

—Llama cuando aterrice —dice besando mi frente—. Manda fotos, te amo, disfruta el viaje, lo mereces.

—Te amo, llamaré —digo.

Mamá me abraza.

—No hagas tonterías –repite poniendo los ojos en blanco—. Te amo, hijita, ve a divertirte.

¡Profe, No Borre El Pizarrón!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora