II

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Ángeles

Desde el gran ventanal de los aposentos que le fueron asignados, Ángeles observaba como los familiares de sus tíos llegaban por montones.

Aunque asumía que la mayoría eran conocidos, ya que su tía Catalina no escatimaba en esfuerzos por hacer sentir especial a un ser querido, pese a que en su persona causaba el efecto contrario.

Reparaba como opción factible volverse a montar a un barco, y regresar sus pasos.

Apreciando que el motivo de su aparición era una excusa para reunir a toda la familia, que por las obligaciones no se veía con frecuencia.

No podía negar que se advertía intimidada, y fuera de lugar.

¿Pero cuando había tenido ese sentimiento de pertenencia?

Ni siquiera al lado de su padre, por más de que este se esforzara por agradarla.

Ni mucho menos en los salones de baile de España, los cuales la trataron de la peor manera desde el primer momento que los piso.

Las miradas desdeñosas de los hombres guapos y estirados, al igual que los comentarios mordaces de las matronas, y sus pequeñas víboras en creación.

Optando por esconderse detrás de las grandes columnas, o en las mesas de aperitivos para no ser objeto de escrutinio por sus peculiares rasgos.

No pudo evitar, que un sonoro suspiro saliera de su garganta, invadiendo el lugar.

Uno tan pesaroso, como tormentoso.

—Ya debería estar arreglada, Milady— habló Honoria, acercándose para tratar de animarla un poco.

Era la única que se tomó el tiempo de escucharla, y conocía de ante mano lo que estos eventos lograban hacerle a su autoestima.

—¿Sería muy grosero de mi parte si me disculpo alegando un resfriado? — miró a su buena amiga, con aquellos ojos sin iguales rojizos, a punto de derramar unas acuosas y gruesas lágrimas.

El miedo estaba en su sistema.

No quería que se rieran más de ella.

Un año viviendo esa pesadilla, era más que suficiente para querer estar enclaustrada en cuatro paredes lo que restaba de su existencia.

Rectificó su pensamiento al instante, porque pese a que su corazón estaba herido por el desprecio, no era de las que se dejaba doblegar.

Su resistencia de acero forjada con los años tenía que servir para lidiar con la ola de críticas, y masacre a su autoestima, que estaba por empezar.

Bien se lo advirtió su prima de lado paterno, Lady Luisa de Borja, en su momento.

No entendía como ella aguantó la situación por tantos años.

—Milady, eso sería una falta de respeto para los Duques y las personas que desean conocerle— le recalcó lo que ya deducía por su propia cuenta, aunque no creyó que fuera tan importante.

No tuvo más remedio que inclinarse de hombros desinteresadamente, y llevar su cuerpo aun enfundado en una bata de seda detrás del biombo, para ponerse el vestido que le acercaba Honoria.

—¡Ni creas que bajaré arreglada de esta manera! — salió con la prenda a medio poner, sosteniendo la parte delantera con una de sus manos para que no se le fuese a caer—. Me veré ridícula aparentando lo que no soy— replicó enfurruñada, tratando de hacer una escena que no era propia de ella.

Solo quería excusas para quedarse un poco más.

Para no ser expuesta tan rápido.

Ni siquiera tuvo tiempo para descansar como se debía.

UNA OPORTUNIDAD PARA AMAR (LADY ESPERPENTO) © || Saga S.L ||  Amor real IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora