XVIII

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Ángeles

Las peleas y Ángeles eran enemigos acérrimos.

Si bien era cierto que a veces se excedía en cuanto a sus comentarios si una persona no caía en su gracia, ver pelear a golpe limpio, espada o algo que se asemejara a las anteriores, a dos o más personas no solo le provocaba pánico, si no que la dejaba en un estado de petrificación total.

No podía mediar palabra porque la lengua le pesaba, el cerebro no conectaba con su cuerpo y sin exagerar dejaba de sentir.

A ciencia cierta nunca supo el porqué de esas reacciones, pero cuando pasaba aquello tenía pesadillas recurrentes de hombres entrando a su casa disparando, golpeando por doquier cobrando vidas a su paso y después todo se volvía penumbras, dejando como desenlace su cuerpo bañado en sudor, seguido de un grito desgarrador de su parte que despertaba a medio castillo.

Y eso precisamente era lo que estaba a punto de ocurrirle.

Su primo la tenía todavía cautiva, mientras intercambiaba palabras nada amables con el Duque de Rothesay.

El mismo que lanzó una amenaza velada, haciendo valer su superioridad como si fuese de su propiedad.

—MacGregor, no te tengo miedo, así que las intimidaciones están de más— exclamó Archivald entre dientes envarándose en su postura, pese a que el gigante rubio lo sobrepasaba por una cabeza.

—Te lo repito por última vez— concedió con tono sereno, llenó de soltura que intimidaba aún más que su presencia—. Deja en paz a mi prometida, o me olvidare que te conozco de toda la vida, y va a correr sangre— se denotaba que todos los músculos los tenía en tensión, pese a que estaba hablando con una calma espeluznante, de lo cual la única en percatarse hubiera sido la susodicha si no estuviera en aquel letargo.

—¡Caballeros! — una nueva voz se sumó, y no era precisamente la de la pelirroja—. Deberían calmar sus ímpetus, que estamos en un lugar pacifico como es la casa de los Duques de Montrose— al ver que la mujer por la cual se estaban pelando no tenía la iniciativa de apaciguar las aguas, Freya intercedió.

Definitivamente le faltaba demasiado para saber manejar una situación como aquella.

—Le aconsejo Lady Allard, que se mantenga al margen de una situación que no le concierne— Archivald escupió con odio evidente, hacia la muchacha dejándola muda.

—Deberías medir tus palabras, y recordar que no estas tratando con cualquiera— de nuevo el tono amenazante porque la francesa era intocable, sumándole a eso que aún tenía a su prometida tomada como si fuese la de él.

Demasiado para su temperamento voluble.

» Te lo advertí— Duncan empuñó su gran mano dispuesto a atestar un golpe en la cara del hijo de Montrose, pero un grito lastimero brotó de la mujer que era la culpable de aquella discordia.

Ángeles entre su ensimismamiento rememoró las pesadillas, en donde le hacían daño a las personas que amaba.

Ninguno se percató que balbuceaba, negando en repetidas ocasiones mientras un sudor frio recorría su frente y rostro ceniciento.

Cuando captó la atención de los presentes forcejeó con Archivald, y este en su confusión la dejó libre al instante.

Retrocedió unos pasos, entre tanto los que le acompañaban la miraban atónitos, mientras con las manos negaba sin permitir que se le acercaran.

—¡Ángeles! — habló su primo que fue el primero en reaccionar, tratando de aproximarse— ¿Qué sucede? — interrogó con tono impotente.

—No te me acerques— su rostro era una masa de miedo—. Déjenme sola— dos gruesas lagrimas bañaron sus mejillas, y a estas la siguieron más— ¡QUIERO ESTAR SOLA! — gritó desgarradoramente, dejándolos más que sorprendidos.

UNA OPORTUNIDAD PARA AMAR (LADY ESPERPENTO) © || Saga S.L ||  Amor real IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora