XXXIX

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Angeles

Ni bien llegaron al Viola House, emprendieron rumbo al interior del castillo pese a que Ángeles seguía con la cabeza embotada, y los deseos de explorar ese mundo tan desconocido para ella a flor de piel.

No había tenido demasiado tiempo para pensar en sus actos, ya que Duncan no le había dejado cabida para sus dudas, pues el regresar de sus pasos estuvo colmado de besos y caricias.

No les importó que estuviesen para nada presentables, pues apenas ella puso un pie fuera del carruaje le alzó, llevándole como si fuese una princesa dirigiéndose a la parte superior de la mansión.

La racionalidad se apoderó un poco de su cabeza, cuando la tensión en su cuerpo fue más que evidente.

Él no se detuvo precisamente en los aposentos, si no que continuo de largo hasta internarse en los de él.

Los cuales desde que llevaba en el lugar pese a que a que los piso, no reparo en ellos como se debía, de la forma en la que acostumbraba.

El pareció notarlo, porque paro antes de abrir la puerta aún con su persona a cuestas.

—Te aseguro que serás la primera en retozar en mi lecho— intentó tranquilizar uno de sus tantos temores, pero lo que verdaderamente le inquietaba es que iba estar expuesta bajo su escrutinio.

Sin contar con lo ocurrido antes de salir de la mansión, cuando se toparon con Austin, el mismo que de alguna manera le enfrentó con sus palabras mordaces, queriendo estropear sus avances con el rubio.

Esos mismos que perdería después de esa noche, porque se iría.

» ¿Confías en mi palabra? — insistió, haciendo que volviese a enfocar en su entidad— ¿En que lo que te profeso no es más que la verdad? — se mordió el labio con duda, no pudiendo olvidar a la que poseía el corazón de su amado gigante.

La tal Anika era despampanante.

Su melena rojiza al viento de un color más intenso y puro que el de ella, mucho más alta, piel de porcelana, figura estilizada, pechos grandes, boca hermosa, nariz perfilada, y unas hermosas esmeraldas como ojos que le hacían honor no solo a su belleza, si no a su descaro.

Reparó tanto en esa belleza desbordante, que cada que la rememoraba su esencia se debilitaba.

Porque en comparación, ella... solo era el esperpento, la monstruosidad con la que él había sido obligado a casarse solo porque prevaleciera su título y riquezas.

El solo la tomaría para cumplir su objetivo, la poseería para marcar su territorio.

—Se... se perfectamente que lo haces por obligación a tu título— necesitaba exteriorizarlo, o se ahogaría—, y no me parece correcto causarte tamaña tortura— se removió para liberarse de su agarre, pero el en ningún momento la soltó afianzándola contra su cuerpo sin darle posibilidades de escapar—. Puedes ir a los brazos de tu amada, que yo seguiré siendo la esposa engañada, y estúpida de siempre— se cruzó de brazos enfurruñada, queriendo librarse de la melancolía que embargaba su pecho, al ambicionar pertenecerle en cuerpo y alma, pero no de esa forma pese a que su deseo la estuviese gobernando.

—Yo también tendría demasiado que reprocharte ninfa, pero en ningún momento me has escuchado mencionar algo acerca de ese acercamiento que me está desquiciando— remarcó lo último haciéndola estremecer.

De alguna manera eso había sido más grave porque eran familia directa, en cambio aquella mujer constaba como un recuerdo vago de su memoria que tuvo el infortunio de conocer, precisamente el día de su boda.

UNA OPORTUNIDAD PARA AMAR (LADY ESPERPENTO) © || Saga S.L ||  Amor real IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora