XLIV

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Angeles

Su aroma, esencia, poder, virilidad, la mirada fría pero que le calentaba las entrañas, su rostro esculpido por el propio Miguel Ángel, formando así la obra casi perfecta de un hombre que a todas luces parecía un sueño.

Porque estaba segura de que eso era.

Un sueño que se veía tan real, que le estremeció a tal punto de que lograra pararse, y llegar a paso lento hasta él, pese a los pocos metros que los separaban, para que estirase como una soñadora empedernida la mano y poder así tocarle.

Rogándole al creador, que no se desapareciera como la neblina antes del amanecer.

Cuando por fin logró que su cuerpo se moviese con presteza para llegar a este, posó su pequeña mano lentamente y de manera titubeante en la mejilla de aquel gigante escoses escaso de cerebro que le robó el corazón, haciendo que sacase de sus labios una exclamación de alivio.

Cerraron los ojos en sincronía, mientras que sus corazones latían al compás de una sinfonía, que sus acordes eran acelerados, pero no por eso menos entonados.

La calidez la arropó por completo, permitiendo que se dejase embriagar por ese sentimiento tan sobrecogedor, que solo percibía al tenerle cerca.

Su frialdad que helaba a todo Londres, y Escocia era como una suave brisa de verano para ella.

Suspiró fuertemente cuando su gran mano se posó también en su mejilla, acariciándole con devoción.

Como si en cualquier momento fuese a esfumarse.

Todo su cuerpo se estremeció al percibirle tan cerca, y más cuando lentamente este puso una mano sobre su abultado vientre, en muestra de cariño.

El líquido salado salió disparado de sus cuencas, pero prefería no mirarle porque despertaría y se daría cuenta que todo había sido producto de su mente.

Necesitaba un poco más de ese momento para poder soportar su ausencia, el tenerle lejos.

Pero todo ese sentimiento pasó a segundo plano, cuando otro se sobrevino trayéndole devuelta a la realidad.

Abrió los ojos de golpe, encontrándose con esos zafiros que se habían vuelto no solo su debilidad, si no su punto de quiebre al igual que de fortaleza, ya que los rememoraba cuando sentía que todo se salía de control, y caería en cualquier momento en picada.

Convirtiéndose en su punto de apoyo, aunque él no lo supiese, al igual que el de la criatura que estaba creciendo en su vientre.

Al solo palparle por unos momentos había hecho lo que ella trató por tanto tiempo sin éxito con nanas, y hablándole para que reconociera su voz.

Moverse.

Con tan solo un roce él bebe se movió por primera vez, y estaba segura de que eso era tan real como la brisa que estaba despeinando su cabello, y las lágrimas que caían ahora por montones de sus ojos.

—Se movió— escuchar su voz ronca en un susurro tras una mueva patadita se lo confirmó, haciendo que fuese un placer para sus oídos.

Era el.

No podía ser producto de su imaginación casi enfermiza, que por las noches lo rememoraba.

Todo el día, cuando en la soledad su recuerdo se hiciese más patente.

...

Movió su cabeza como pudo en afirmación, ya que las palabras no salían de su garganta.

—¿No... no eres... un sueño? — preguntó torpemente con los sentidos embotados, y la lengua pesada.

UNA OPORTUNIDAD PARA AMAR (LADY ESPERPENTO) © || Saga S.L ||  Amor real IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora