Capítulo 26

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Capítulo 26

Mavis se aclara la garganta haciendo un sonido para hacer sentir su presencia. Carraspea. Ramsés no lo ha hecho porque no se siente con derecho y sería un momento demasiado incomodo, en cambio la chica le ha importado un bledo y lo ha hecho para romper ese momento entre ellos dos. Lo ha logrado.
Se rompe el silencio cuando Sebastián saluda a Ramsés, lo hace de una manera tan simple que hace parecer que no era especial ese momento entre él y ella. Julia vuelve a la realidad y su trance desaparece por completo cuando el chico apartó la mirada para gesticular con el búho.
Los gemelos siguen peleando por la jarra de agua, Leo va ganando, ya la tiene más en su propiedad, más cerca de su burbuja personal.
—¿Qué tal estuvo el partido? —pregunta Julia cuando Ramsés y ella ya habían terminado de saludar a Mavis, los gemelos y Sebastián.
Los gemelos sentados en un sillón y todos los demás están de pie a punto de empezar una charla sobre el partido.
—Creo que he sido la mejor. —fanfarronea Mavis.
—Claro… —ríe levemente Sebastián.
—¡Ey! He notado tu tono burlón.
—Imagino que Julia también sería muy buena. —interrumpe Ramsés la discusión.
—Ni de juego, que yo soy un total fiasco con el balón.
—Vamos, que yo creo que si lo serías. —espeta Sebastián.
Los gemelos siguen peleando por la jarra de agua, Luis se apodera de ella cada vez más, ya han derramado un poco en el sillón, el resto del grupo no les presta atención.
—Soy una total basura con el balón.
—Tal vez serías incluso mejor que Mavis. —sarcasmo a domicilio del chico de ojos color miel.
Las dos chicas se quedan calladas. Momento incómodo.
¿Saldrá a flote la rivalidad?
—Vamos, que en serio soy muy mala. —dice Julia nerviosa.
—Si la chica lo dice ha de ser verdad. —comenta con risa Mavis.
Se miran a los ojos las chicas, y antes de decir cualquier palabra se fulminan con sus miradas penetrantes. Los gemelos siguen peleando, Ramsés y Sebastián observan con un poco de gracia lo que está pasando, para ellos dos esto sí que es bastante entretenido.
—Y yo pienso que si Sebastián lo ha dicho es obvio que también te falta gracia jugando al futbol. —sonríe hipócritamente Julia.
—Como te has expresado no creo que peor que tú.
—Tal vez he exagerado.
La tensión comienza a elevarse y el chico y el búho se dan cuenta de que fue suficiente, tal vez ya deban detenerlo. Parece algo inofensivo pero puedo volverse algo comprometido si siguen discutiendo tan continuamente.
—Bueno, pensándolo bien creo que se te ha de dar muy bien eso de jugar con las bolas. —dice Mavis insinuando algo pervertido con su sonrisa.
—¿Qué has dicho, estup…? —comienza a decir Julia acercándose hacia Mavis con los puños cerrados. Sebastián la detiene.
—Espera, espera —la abraza rodeando sus brazos por sus hombros—. Tranquila, no explotes. —acerca sus ojos miel peligrosamente a sus ojos verdes. Lo más cerca que ha estado de todo su semblante, el corazón se acelera y el coraje empequeñece.
El enojo se ha mudado a Mavis cuando ha visto esta escena; Ramsés por su parte comparte levemente el sentimiento que invadió a Mavis. No es que no le importe, es que no quiere volver a sentir los celos que le comen por dentro.
El búho se ha acercado hacia Mavis para detenerla porque esta comenzaba a ir hacia la pareja, y aunque le doliera debía de atajarla, más que nada no quería que la otra chica le fuera a hacer algo a su amada. No le dijo nada, simplemente le estorbo el paso y Mavis no se opuso.
Los gemelos seguían discutiendo por la jarra de agua, ahora estaba mitad a mitad de cada uno, derramaban más y después de que Luis jalara con fuerza la jarra, el agua salió volando hacia el suelo de la sala principal junto con su envase de vidrio, no se derramo ni una sola gota. La jarra estaba al revés, el agua que contenía estaba levitando dentro del envase imponiéndose ante la gravedad, empujaba con fuerza hacia arriba, sin permitir que el vidrio fuera a romperse en mil pedazos en el rígido suelo.
Los gemelos miraban fijamente el acontecimiento, Ramsés volteó junto con Mavis también a ver lo que sucedía. Incluso Sebastián que miraba de reojo la pelea volteó rápidamente cuando miraba como el cristal caía, sorprendiéndose por lo que observaba, Julia perdió el momento con él y siguió su mirada para encontrar también esa sorpresa. Todos miraban eso pensando solamente en que había un aprendiz de elementos cerca que maneja el elemento del agua.
Por la cocina entraban dos personas, dos sujetos que Julia conocía, también conocieron a su madre, viva y muerta.
—No has perdido la maña. —le decía un hombre con poco pelo a un hombre con ojos verdes grisáceos.
Todos voltearon a verlos, se sorprendieron al escuchar voces detrás de ellos, los miraban expectantes. Les echaban un vistazo fijamente y los escaneaban con su mirada. Se preguntaban ¿quién demonios eran ellos? Tarde o temprano Julia se dio cuenta de que a los dos ya los había visto, recordaba el rostro de los dos hombres; uno era el doctor que había atendido a su madre en el hospital y el otro era el ayudante del padre en la parroquia de Friston Rige, estuvo presente en el entierro de su madre, siempre al lado del padre.
—¿Quiénes son ustedes? —pregunta Sebastián con un tono desafiante.
—La puerta de atrás estaba abierta y decidimos pasar… —comienza a decir el ayudante del padre.
—¿Quiénes son? —pregunta Ramsés.
Todos permanecen callados, incluso Julia que sabe quiénes son, no conoce sus nombres pero sabe que pertenecen al clan. Solo Sebastián y Ramsés los han encarado, las chicas están al lado de los chicos y los gemelos permanecen detrás de ellos cuatro.
—Permíteme. —dice amablemente el doctor que mantenía la palma de su mano elevada conservando el agua dentro de la jarra, hace un movimiento tosco y en un instante la jarra con el agua dentro la asienta en una mesa que esta junto al sillón donde estaban contendiendo por ella los gemelos.
—Son del clan. —espeta finalmente Julia.
—Efectivamente, elegida. No somos enemigos, Mehmud nos ha llamado porque dice que es momento de la batalla, nos necesita. —dice el doctor.
—Supongo que es verdad. —expresa la chica.
—¿Y si mienten? —pregunta Sebastián.
—Ve a llamarle a Mehmud, si quieres. Sería bueno que fueras a decirle que hemos llegado Ramsés.
El ayudante del padre parece ser un poco prepotente y mandón, su apariencia es bastante ruda. Lleva unos jeans holgados rotos de las rodillas, una camisa sin mangas mostrando los brazos y un poco su pecho, llega a parecer de un modelo de esteroides, está bastante marcado de los bíceps y parece ser que de todo el cuerpo. El tatuaje del clan no se le ve por ningún lado, tal vez está escondido debajo de su ropa, aunque trae muy poca contando que es invierno y que ya es de noche, el sol ya se ha sepultado en las montañas. Tiene unos ojos verdes con toques de café y está casi totalmente calvo, es una de las cosas que lo hace verse más rudo.
—Al menos diles por favor. —le pide el doctor.
El doctor es un hombre distinto, tiene el cabello largo y hacia atrás, una barba un poco larga que le aumenta levemente la edad. Lleva una camiseta blanca de cuello V y unos jeans oscuros levemente entallados, no tiene el cuerpo del otro pero tiene una bondad única, era de esperarse porque es un doctor, guarda más virtudes como la paciencia. A él ya le había visto el tatuaje, está en su antebrazo izquierdo justo enfrente, la marca no es muy grande pero es notoria.
—Ya vuelvo. —dice Ramsés volando hacia las escaleras.
Cuando se acerca a los escalones escucha como alguien camina cerca y de repente observa al maestro Mehmud aproximándose a esta multitud, lo tiene justo enfrente.
Y todos voltean hacia ellos mirando como el hombre con larga bata baja por los escalones y Ramsés lo espera justo al inicio de los mismos.
—Ya no es necesario que vayas a buscarme. —le dice Mehmud con una sonrisa. Ramsés solo asiente con la cabeza.
—Ya eres todo un viejo. —le dice el doctor a Mehmud acompañado de un tono amistoso.
—Ustedes dos a sus cuarenta y tantos años ya se me van acercando. —se carcajea el maestro.
—Cállate que esa barba no te ayuda en nada, anciano. —bromea bruscamente el ayudante del padre.
Los chicos miran la escena como si fuera el reencuentro de tres viejos amigos a los cuales les une el deber, tal vez llevaban años sin verse porque no había llegado la ocasión correcta y demandante. Entre ellos tres hay una antigua pero simbólica amistad.
—Dejémoslo así, Ricardino. —finaliza Mehmud.
—Cuando te conviene, viejo.
—Oye, ¿nos presentaras con tus nuevos aprendices? —pregunta el doctor—, que este tiempo solamente han estado mirándonos, estaban a la defensiva sin saber quiénes éramos.
Mehmud voltea a ver a los chicos y les regala una mediana sonrisa escondida en su abundante barba, ellos solamente lo observan con ojos expectantes y más ligeros, ya no están tan tensos al ver a su maestro aquí.
—Para qué vean que tan bien los entrenamos aquí en la mansión. Te los presento: Leo y Luis, los gemelos. Mavis, Sebastián, Ramsés, a él lo conocieron más pequeño. Y por último Julia, la elegida. —cada que mencionó el nombre de cada uno los señalaba y ellos saludaban y sonreían, el doctor y el ayudante del padre les regresaban la sonrisa.
—Bueno, creo que es nuestro turno, yo soy el doctor Gregorio y él es el futuro padre Ricardino. —el futuro padre le golpeó el hombro al decir eso pero sabía que era verdad, pronto el será un sacerdote.
El ambiente está totalmente fresco y nuevo con estas presentaciones, la tensión se ha desvanecido y no hay nada de rivalidad entre las chicas, defensiva entre los bandos, nada malo, todo se ha reanudado. Un comienzo.
De repente el maestro Mehmud plantea un tema inesperado, no consintió más convivencia entre los nuevos habitantes de la mansión y los aprendices. Miraba a Julia porque lo que diría era hacia ella.
—Mañana ni Ramsés, Mavis o Sebastián nos acompañaran a la aldea, irán con nosotros los gemelos, Gregorio y Ricardino por eso les he hablado, aunque pensaba que llegarían mañana es un gusto tenerlos aquí desde hoy. No cometeremos el error de ir en el Sabre GT, ahora iremos en la camioneta. Pronto tres nuevos integrantes se unirán a nosotros, no les diré el elemento, prefiero que sea una sorpresa para ustedes.
—Nosotros ya sabemos. —dice Ricardino comentando fuera de lugar.
—¡Déjame terminar! —le pide el maestro Mehmud—. Hoy no habrá cena, pueden cenar lo que gocen, hay cereal, galletas, lo que quieran y halla pueden tomarlo. Mañana saldremos temprano, es un aviso para los que irán, tal vez iremos a dos aldeas es treinta de diciembre, el treinta y uno tenemos que salir temprano a la última aldea y regresar en la noche para celebrar aquí en la mansión el año nuevo, nuestro primer convivio todos juntos, se aproxima la batalla y tenemos que estar listos y unidos.
—Que rápido ha pasado el tiempo. —al decir esto Julia piensa en su madre, el simple hecho de ver a estos dos sujetos le ha recordado crónicamente a su mamá, siente nostalgia, pero más que nada nota el cariño materno como si ella estuviera a su lado.
—Lo sé. —dice el búho en voz baja y nadie logra percatarlo.
Todos hablaron un rato más después del aviso del maestro Mehmud, cenaron comida chatarra, comentaron sus primitivas impresiones al verse, platicaron sentados en los sillones y conocieron un poco más la personalidad del doctor Gregorio y el futuro sacerdote Ricardino, todos estuvieron ahí. Era felicidad pura, como si se tratara de una familia, ya lo eran.
El maestro Mehmud les recalcaba que mañana considerablemente temprano llamaría a sus puertas, quería que ya estuvieran despiertos, no quería esperar a nadie y fue el primero en irse a dormir, pero no sin antes repetir todo y decirles que los que se quedaran aquí no debían alejarse de la mansión, dejo pequeñamente el cargo a Ramsés, quedo dividido entre él y Sebastián.
Mañana sería un día entre Julia y gente nueva, a excepción de los gemelos y Mehmud.
La noche se hacía larga y uno a uno comenzaron a caer en el sueño, se iban a su habitación y dormían abismalmente descansando el cuerpo. Julia hoy no compartió la noche ni con Ramsés ni con Sebastián, fue de las primeras en irse a dormir. Mañana tampoco compartirá el día con ninguno, ellos no irían a las aldeas, entiende porque lo hace el maestro Mehmud; ellos son los más experimentados y deben cuidar la mansión y ocupa experiencia para custodiarla a ella también, por eso ha llamado a esos antiguos amigos pertenecientes al clan.
La noche ha terminado con todos en sus designadas habitaciones, divagando entre sus pensamientos e inquietudes, mirando sus respectivos techados, conquistando el sueño, preparándose para el nuevo amanecer que les aguarda juntos, como la familia que deben de consolidar para vencer el mal que los comienza a acechar cada vez más cerca, inclusive en el interior del grupo. ¿Un pilar caerá? ¿Traición?

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