Así

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Murmullos, palabras y frases que ya no alcanzaba a distinguir. Que aburrido estaba, miraba por la ventana en busca de alguna distracción, nada. Suspiró por enésima vez, tal vez su única opción era dormir, aunque no tenía sueño. Se levantó, decidió que ya tenia suficiente.

—Shiroyama —lo llamó el profesor—. ¿A dónde cree que va? La clase aun no termina —dijo molesto con las fórmulas matemáticas desplegadas en el pizarrón, aunque su voz se había vuelto sólo un zumbido molesto durante la última media hora.

El chico pelinegro de delgada complexión se volteó a ver a su superior fastidiado, se echó la mochila al hombro—. No sirve que me quede, ya sé todo eso. Probablemente lo sepa mejor que usted —chasqueó la lengua, ignorando la cara de furia del profesor o los rostros asombrados de sus compañeros y salió del salón.

Yuu Shiroyama, tenía dieciocho años, iba en último año de preparatoria y era un bendito genio. Tenía el coeficiente más alto que muchas personas que realizaban un doctorado, y por supuesto, mas alto que cualquiera en ese edificio. ¿Por qué estudiaba ahí entonces? Fácil, su padre era poco menos que un imbécil, creía que Yuu no debía adelantarse años si no estaba dispuesto a estudiar la carrera que él quería. Yuu no tenía otra opción mas que resignarse. ¿Por qué? El dinero no crece en los árboles, aun si eres un genio y para lograr entrar a la universidad que él quería, tenía que ser bajo sus propias reglas.

Tal vez el pelinegro era súper inteligente, pero seguía siendo un adolescente con el peor carácter y las hormonas a flor de piel. Era un chico problema, se la vivía saliéndose de clases, ofendiendo profesores y haciendo cosas indebidas. Sin embargo, Yuu tenía sus calificaciones a su favor, había ganado varios concursos académicos y la preparatoria estaba en la mira de la región gracias a sus altos puntajes en los exámenes nacionales. La escuela poseía y se enorgullecía de un alto prestigio, gracias al cerebro de Yuu. Él, sólo se aprovechaba de su gran ventaja. Prácticamente la escuela le pertenecía.

Al salirse de la clase de matemáticas resolvió caminar por el pasillo, a esa hora la mayoría de los alumnos estaban en clase, por lo que no podría buscar a nadie con quien distraerse, jugaba con la perforación de su labio inferior mientras pensaba a dónde dirigirse. Fumar y dormir eran las opciones más fuertes; sin embargo, si tenía la suficiente suerte, tal vez encontraría a una de aquellas zorritas que se morían por él y podría cogérsela para el aburrimiento. Yuu era dueño de la escuela por su inteligencia y era dueño del cuerpo estudiantil por su reputación, tal vez no había una sola chica en ese plantel que no quisiera pasar la noche con él y mas de la mitad ya lo habían hecho, incluso por un rato.

A Yuu le gustaba el sexo, ¿y qué? Le gustaba el placer que producía, él mismo pensaba que era su pequeña debilidad mundana, podría ver a todos como lombrices estúpidas pero si de sexo se trataba, el mundo parecía cambiar sus matices. Le encantaba la excitación que le producía en el cuerpo, algo completamente ajeno a leer, resolver operaciones o hablar otros idiomas. Tener sexo, era para Yuu sinónimo de sentirse vivo en una existencia bastante monótona. Sólo había un pequeño detalle, últimamente, no era suficiente, quería sentir mayor excitación y aunque, claro, había muchas que lo hacían, nada resultaba extraordinario. Ninguna era extraordinaria.

Lamentablemente no encontró a nadie en su camino, ninguna alumna sosa dispuesta a entregarse al pelinegro esperando que mágicamente el chico se enamorara de ella. Porque, sí, sabía que esa era la estúpida esperanza que varías mantenían. El amor, eso era algo ajeno e incomprensible para su racional cabeza, el sexo sólo era un placer inmediato que hacía que el cuerpo estallase en sudor, placer y satisfacción.

Resignado, sacó la cajetilla de cigarros, dirigiéndose al patio delantero para aliviar su vicio, cuando un chico chocó contra él a una velocidad tan rápida que lo hizo caer con el otro encima.

DeliriumWhere stories live. Discover now