TARDE LIBRE

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¿Ansioso? No, por supuesto que eso no era lo que tenía. De todas las cosas que pasaban por su cuerpo y por su mente, la ansiedad no era una de ellas. Habían pasado dos días desde que se había reencontrado con Kouyou y nunca se había sentido tan deseoso de algo. Ese escritor nada tenía que ver con el muchacho de dieciséis años que había conocido tanto tiempo atrás. Al contrario, era cien veces mas atractivo, mas deseable, poco quedaba del rostro inocente que recordaba, el hombre al que había visto ahora portaba una mirada salvaje, un aspecto tan espectacular que Yuu juraba que solo el movimiento de sus labios sería suficiente para matarlo de un orgasmo.

Había pasado la ultima noche satisfaciéndose con prostitutas y se dio cuenta que ninguna era lo suficientemente buena. Hacía diez años que no se sentía tan insatisfecho, tan deseoso de más, pensó que aquellas ganas se habían quedado atrás, sin embargo, sus caricias, sus besos, cualquier esfuerzo que aquellas chicas trataran de hacer para hacer sentir mejor al peligro resultaron vanas y vacías. Aún si había alcanzado el climax, había sido tan superficial que tal vez si solo se hubiera masturbado se hubiera sentido mejor. Ya no había vuelta atrás, se dio cuenta con horror, en su mente solo había un solo pensamiento: Kouyou Takashima.

Como resultado, había llegado a La Oficina con un humor peor que el de costumbre, le había gritado a todos los que habían tenido la desgracia de cruzar en su camino. Algunos incluso comenzaron a huir para evitar ser regañados. No así con el pobre chico que había entregado un reporte en su oficina, poco después que casi escupiera su café porque le sobraba azúcar.

—Te dije que lo quería para las diez, ¿ya viste la hora? —Preguntó furioso señalando su reloj varias veces con el índice, tan fuerte que el vidrio podría quebrarse—. ¿Estás buscando que te despida o que? —el aterrorizado empleado solo atinaba a asentir a todo lo que Yuu decía—. Un sólo minuto de retraso le puede costar millones a la compañía, ¿eso quieres? ¿Llevarnos a todos a la ruina? —volvió a gritar ganando los papeles al aire. El chico estaba tan pálido que le causó una punzada de remordimiento, se dejó caer sobre su silla y se apretó el puente de la nariz.

No quería gritar, pero no podía evitarlo. Todos lo ponían así, en esa mañana parecía que todos sus empleados eran incompetentes y todo lo tendría que hacer él.

—Vete, necesito hablar con Shiroyama —la voz seria de Akira sonó en su oficina, mientras el empleado corría despavorido para escapar del carácter de esos dos—. ¿Se puede saber porque estás tan de buen humor? Llevo toda la mañana escuchando quejas sobre tu actitud —le preguntó casi acostándose en el sillón de la sala de piel.

El pelinegro suspiró abriendo ligeramente los ojos mirando a su amigo—. Hago las entrevistas personalmente para evitarme el contratar gente estúpida, pero hasta yo me equivoco, a veces —dijo obviando la verdadera razón por la que se sentía tan molesto.

—Ja —se burló Akira—, así es querido, no eres perfecto. Pero deberías dejar al muchacho en paz, solo lleva un mes aquí y apuesto que te tiene mas miedo a ti que a las arañas —se puso a jugar con una pluma sin quitarle la mirada de encima al otro.

Yuu alzó una ceja—. ¿Cómo sabes que le tiene miedo a las arañas? —preguntó ahora un poco mas relajado, hablar con el abogado siempre lograba tranquilizarlo, aun si los temas fueran banales. Akira sonrió de lado y Yuu soltó una carcajada—. ¿Podrías dejar de cogerte a los empleados? No los contrato para eso —negó con la cabeza.

—Tengo necesidades.

—Puedes satisfacerlas en otro lado, donde no me puedan demandar por acoso sexual —sugirió el pelinegro.

Akira se puso la mano en la entrepierna y se acarició fuertemente—.¿Gustas? —Le dijo a su amigo.

—Tengo buen gusto, gracias —se recargó en el escritorio—. ¿De qué querías hablarme de todas formas? O sólo viniste a regañarme.

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