Con olor a Hierro

525 55 12
                                    

  Lo pasaba de una mano a la otra, su brillo tan particular le traía muchos recuerdos, y no, nada específicamente amigable. No era que tuviese miedo, ni en sueños, pero se sentía extraña siguiendo un plan de Matsuo tan estrictamente, con tanta fe ciega... ¿Acaso era otro error? ¿Podía confiar en sus palabras? ¿Que consecuencias habría si él la traicionaba? Debía encontrar un seguro, su seguro de vida en este caso.

  Matsuo le había entregado un cuchillo bastante filoso en su anterior visita, se veía fino, quizás hasta era de plata ¿Alguna reliquia familiar? Era probable. Se lo entregó a escondidas y de forma muy hábil, era un cuchillo que no permitía margen de error, en cuanto lo usara definitivamente no habría marcha atrás. Un bello cuchillo sin lugar a dudas, quizás su querida hermana estaría feliz de ver algo tan hermoso y brillante, debía ser buena chica y mostrárselo.

  Ya casi era la hora indicada, su único contacto con el espacio-tiempo, enmarcado en una blanca pared, se movía cada vez más rápido; o al menos así lo sentía Louisa. Cuándo aquel incesante "click-clock" se detuvo en las diez en punto fue cuando la joven alzó su cuchillo brillante como la luna y cortó sus venas; no de forma horizontal, no era tonta, ese tan solo era el primer paso del plan. Louisa gritó con todas sus fuerzas clamando por ayuda, la misma vino casi al instante.

  Las diez de la mañana era un horario realmente particular en París, el punto del día con el pico más alto de tráfico. Louisa debió haber cortado sus dos muñecas, las debió haber rebanado verticalmente como un suave pastel de fresas, pero, y otra vez no por miedo, solo flageló una de ellas. La pérdida de sangre sería relevante como para llevarla a un hospital, pero no tan relevante como para depender de Matsuo al cien porciento. En un principio se sentiría frío, ella lo sabía, más bien lo recordaba, luego comenzaría a arder estúpidamente fuerte. Los enfermeros de la ambulancia habían hecho un trabajo bastante decente para estar trabajando en un transporte con los insumos básicos, Louisa vio su herida vendada y consideró que siquiera necesitaba llegar al hospital. Sin embargo por prevención y lógica pura es ahí a dónde la llevaban con la mayor velocidad posible. ¿Cuánto tiempo tardarían en comunicarse con su prometido Adrien? Pensó. Quizás no lo harían, probablemente la clínica se comunicaría primero con los padres de la joven, era lo lógico. 

  Repentinamente lo vio a través del vidrio parcialmente polarizado de la ambulancia, no vio el rostro de Matsuo en absoluto pero reconoció el auto por las descripciones que le había dado. ¿Que seguía ahora? La dama miró a su alrededor, dos enfermeros, un conductor al frente, un bello cuchillo. Lo había guardado bien, los médicos de la clínica siquiera la revisaron correctamente ante la desesperación de lo sucedido. El franco-asiático trampó su auto entre el tráfico y bajó para abrir las puertas traseras de la detenida ambulancia. El sol entró al interior del coche con intensidad, así como el sonido mismo de las sirenas; dos bellos cuchillos, dos manos tomándose, dos sonrisas, y la libertad.

  Hacía tiempo que Louisa no sentía ese olor a hierro impregnado en todo su cuerpo, no le gustaba nada, pero era un mal necesario. Dentro del auto del joven ella pudo cambiarse la ropa, allí dentro había una muda sencilla y cómoda, lo agradeció en silencio. Matsuo dió marcha atrás y giró en contra-mano, luego dobló hacia una calle en paralelo, esta no era una avenida o conectora principal así que el tráfico era considerablemente menor. 

  — Vamos a bajar.

  Matsuo arrojó dentro del coche unos lentes que traía, junto con su chaqueta, gorra y bufanda. Con poca sutileza tomó a Louisa del brazo herido y la guió apresurado hacia una moto estacionada en la esquina del frente. Ella giró hacia atrás y observó curiosa el auto, luego volteó a ver al joven.

— Es un auto de alquiler, es de los que usan los conductores de Uber sin auto propio. Tranquila, anda, sube.

— Espera, mi cabello...

— Cierto... Es muy llamativo y largo, será un problema. 

  El chico sacó una navaja de su bolsillo con naturalidad, Louisa se alejó instintivamente esperando que este se acerque para cortar su pelo. Observó extrañada desde el asiento de la moto cuándo Matsuo se cortó un trozo de la remera que traía puesta, y, con el trozo de la misma, ató el pelo de Louisa. Ella quedó perpleja, fue la primera vez que sintió la sonrisa del chico como sincera... Ambos se pusieron los cascos que estaban encadenados a la moto y partieron juntos.

  El viento se sentía bien para ambos pero el doble de sensacional para Louisa, se sentía libre, libre al fin para demostrarles a todos su existencia e importancia. Nadie se reiría de ella, nadie tomaría su lugar, ninguna persona podría volver a encerrarla en ningún lado. Una destellante sonrisa estaba tallada en su rostro como nunca antes, soltó la cintura de Matsuo y palmeó los hombros de este repetidamente.

— Aquí está bien, aquí detente. Tengo cosas que hacer. Hey.

— ¿Estas segura...? Okay.

  El chico detuvo la moto a unas calles del rio Sena, apagó el motor pero no se bajó.

— ¿Volverás ahí? ¿De verdad?

  Louisa acomodó su blusa, se sacó el casco y bajó del vehículo, Matsuo le siguió los pasos.

— ¿No puedes dejar tu venganza para después? Ven, comamos algo. Perdiste mucha sangre, será mejor que descanses.

— No perdí mucha sangre, lo calculé bien. Puedo estar varias horas más lúcida, si quieres vete. De hecho, mejor, vete, me encargaré de unas cosas y te alcanzo, o no. Gracias por el favor. 

— No, yo te llevo. Dejame ayudarte, vamos sube.

— Matsuo...

  Louisa se acercó lentamente al chico y le sonrió con gracia y cariño. Había sido muy amable con ella, en verdad la había ayudado, pero era hora de que sus caminos se separaran. Ella debía continuar, debía recuperar lo que le pertenecía por derecho y perder el tiempo, menos luego de haber escapado, no era una opción. Igualmente decidió robar algunos segundos de su agenda y abrazó al muchacho con leve fuerza, el chico lo sintió como una despedida pero no lo aceptaba.

—Vamos Lou, acab-...

— ¿Siempre se siente frío al principio no?

  Matsuo aferró sus manos al estómago como si intentase sostener algo invisible contra su cuerpo. La remera celeste que traía comenzó a tornarse paulatinamente en carmín, el ardor y el desconcierto nacían velozmente en el joven. 

— ¡Loui....Sa!

  El chico dio unos pasos hacia atrás y luego cayó sobre sus rodillas, manteniendo la mirada en su herida y en la chica sucesivamente. Ella no se inmutó, no abandonó su sonrisa, la daga que traía en su mano era la que Matsuo había utilizado previamente, se la había arrebatado.

— Perdón, no debía terminar así pero... No, si debía terminar así. 

— Maldita zorra...

  






LouisaWhere stories live. Discover now