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«¿Qué demonios hago aquí?»

No era la primera vez que me lo preguntaba esa misma noche. De hecho, tampoco era ninguna novedad, siempre me pasaba lo mismo, a pesar de estar rodeada de gente en un lugar animado, me sentía completamente sola. No era una sensación nueva para mí, ni mucho menos. Más bien se trataba de mi estado natural. Sin embargo, en ese local lleno de parejitas enamoradas, mi propia normalidad me pareció especialmente insoportable.

Dicho de otro modo, tuve que controlarme para no acabar vomitando encima de la mesa.

El hecho de que tiempo atrás me hubiera acostado con dos de los chicos que formaban parte de nuestro grupo no mejoraba precisamente las cosas. Sobre todo si tenemos en cuenta que las dos historias habían terminado de un modo humillante para mí: Ethan me había dejado sin el más mínimo disimulo por Mónica, «el amor de su vida», y Kaden no había vuelto a mirarme desde el instante en que Allie cruzó la puerta de su piso por primera vez. Y de eso hacía ya un año.

Era como si hubiera algo en mí que animara a los hombres a dejarme a la primera de cambio para buscar una pareja estable. En cualquier caso, me traía sin cuidado. Tampoco estaba interesada en una relación seria.

Aparté la mirada de las parejitas acarameladas y me fijé en la pista de baile, donde descubrí a la rubia de piernas largas que explicaba mi presencia allí, Ámbar. Habíamos salido para celebrar que una editorial había aceptado publicar uno de sus libros. A esas alturas, ya no era sólo mi compañera de habitación, sino que se había convertido también en una amiga, la única que tenía, en realidad. Porque, a pesar de mi tendencia a demostrar poco lo que sentía, lo cierto era que la amistad de Ámbar era realmente importante para mí.

Oí un besuqueo húmedo a mi derecha y tuve que esforzarme para no volverme con cara de asco. Por muy bien que me cayera mi compañera de habitación, ver y oír cómo Kaden y Allie se pegaban el lote delante de todo el mundo me pareció demasiado.

Necesitaba con urgencia otra copa para sobrevivir a aquella velada.

-Voy a la barra. ¿Quieres tomar algo más? -le pregunté al chico que tenía sentado a mi lado. Por desgracia, había olvidado su nombre, y eso que Ámbar debía de habérmelo presentado ya un centenar de veces. Empezaba por la letra «M», eso sí. Martín, Manuel, Matias... Siempre me había costado mucho recordar los nombres de la gente.

Por si eso fuera poco, acostumbraba a rebautizar a la gente nada más conocerla. El apodo de ese chico era el Friki. El pobre parecía un pulpo en un garaje. Por un lado, porque llevaba una camisa vaquera con pajarita. En serio, llevaba pajarita, blanca y con lunares azules. Me la quedé observando por enésima vez esa noche antes de dejar que mi mirada vagara por el resto de su cuerpo para evaluar su aspecto general. Tenía el pelo rulozo, de color castaño claro y llevaba unas gafas semirredondas con la montura de pasta marrón.

Me pareció demasiado pulcro para encajar en el Hillhouse. Tuve que reprimir las ganas que me entraron de revolverle un poco el pelo.

El friki respondió a mi mirada crítica. Sus ojos eran de color café y las pestañas que los bordeaban eran oscuras.

-¿Y bien? -insistí.

-¿Qué? -preguntó, y se sonrojó ligeramente.

«Qué hermosura.»

-Que si te apetece algo para beber -repetí articulando despacio las palabras.

El chico tragó saliva. Casi parecía que me tuviera miedo. Aunque lo cierto es que no me extrañó. Hasta el último detalle de mi aspecto podía interpretarse como una señal de peligro, desde el eyeliner negro aplicado con demasiada generosidad, pasando por los recortes en forma de enorme calavera de mi camiseta, hasta las botas, aptas para derribar puertas blindadas. No podía reprocharle en absoluto que intentara mantener una distancia prudencial conmigo.

Sentir [Lutteo]حيث تعيش القصص. اكتشف الآن