5.

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-Oh, sí. Te gusta, ¿verdad?

Reprimí el impulso de poner los ojos en blanco. La verdad es que era realmente bueno en la cama. Sabía cómo moverse y dónde poner las manos. Pero hablaba mucho. Demasiado.

-Te gusta, ¿eh? Oh, sí -murmuró de nuevo, esta vez con la boca pegada a mi oído. Literalmente pegada. La tenía tan cerca que noté la humedad de su aliento en el tímpano.

Dios, cómo me habría gustado amordazarlo en esos momentos. Si lo hubiera sabido de antemano, habría bebido más.

Levanté la pelvis con la esperanza de que volviera a tocar mi punto más sensible. Me penetró con fuerza y... ¡Bingo! Eché la cabeza hacia atrás y solté un sonoro gemido.

-Sí, nena -gimió.

Metió una mano por debajo de mi pierna y me elevó la rodilla hasta su pecho.

-Sí, así -suspiré en cuanto noté que volvía a acertar el punto crítico.

Mi elogio tuvo una reacción positiva por su parte. Volvió a embestirme una y otra vez, hasta que mi cuerpo empezó a temblar. Clavé las uñas en su espalda y noté literalmente cómo toda la rabia, la frustración y la energía acumulada durante esa semana de mierda por fin encontraban una vía de escape. En ese instante dejé de pensar por completo y me pareció la mejor sensación del mundo.

-Vamos, nena, sé que te está gust...

Hundí todavía más las uñas en los hombros de y por fin conseguí que se callara de una vez.

Apretó los dientes con tanta fuerza que le chirriaron, y los músculos de su vientre se tensaron por completo. Yo encorvé la espalda y gocé del tacto de su cuerpo sobre el mío, de su erección dentro de mí.

Soltó un gemido, me embistió de nuevo y una sacudida le recorrió el cuerpo entero. Me aferré a sus hombros mientras sentía cómo se estremecía en mi interior.

Sin aliento, se apartó de mí rodando hacia un lado y se dejó caer sobre la espalda. Durante unos minutos nos limitamos a escuchar el sonido entrecortado de nuestras respiraciones.

-Ha estado bien, nena. Muy bien.

Yo me limité a gruñir. Todavía ebria de placer, no hice nada para evitar que me envolviera con un brazo antes de que se quedara dormido.

A primera hora de la mañana, me escabullí del dormitorio y, de camino a la residencia, compré desayuno para mí y para Ámbar. Me dolía la cabeza, pero sabía por experiencia que no era nada que no pudiera remediar un buen paseo, un smoothie grande y un bagel de queso.

Cuando por fin llegué a la residencia, ya me sentía bastante mejor. Habría preferido meterme directamente en la ducha, pero tenía que pasar por la habitación para recoger la toalla y la ropa limpia. Antes de entrar me detuve frente a la puerta y agucé el oído. Me había acostumbrado a hacerlo después de haber sorprendido a Ámbar y a Simón con las manos en la masa en alguna ocasión, una experiencia que no me apetecía repetir. El culo pálido de Simón todavía se me aparecía en sueños. O, mejor dicho, en pesadillas.

A través de la hoja de madera, me llegó el sonido de dos voces. Una era masculina, y aunque no me pareció que hablara con un tono bajo, decidí ser precavida y llamar a la puerta dos veces antes de abrirla.

Ámbar estaba sentada frente a su escritorio, pero no la acompañaba Simón, sino Matteo. Estaban concentrados en sus cuadernos de apuntes y levantaron la cabeza al mismo tiempo para mirarme en cuanto entré.

-¿Una noche muy larga? -preguntó Ámbar.

Me encogí de hombros y le tendí la bolsa con el desayuno, una magdalena de chocolate enorme.

Sentir [Lutteo]Where stories live. Discover now