17.

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Hasta entonces, cada vez que Ámbar me había invitado a casa de Simón me las había arreglado para esquivar el compromiso. Sin embargo, por lo que me había contado, sabía que su novio vivía en un buen barrio y que tenía la casa entera para él solo.

Lo que no había podido imaginar era que se trataba de una casa realmente enorme. Sus padres debían de ser asquerosamente ricos. Mientras yo contemplaba con cara de evidente sorpresa el jardín delantero de Simón, Matteo no parecía realmente muy impresionado. Tal vez ya había estado allí alguna vez. O simplemente no se dejaba impresionar con la misma facilidad que yo.

Llamamos al timbre y no pasaron ni dos segundos hasta que Ámbar nos abrió la puerta. Me recibió con una amplia sonrisa y luego desvió la mirada hacia él.

—¡Guau! —exclamó entusiasmada.

Matteo empezó a desplazar el peso de una pierna a otra, y las mejillas se le sonrojaron mientras Ámbar lo examinaba de arriba abajo.

—Pero si ya nos habíamos visto —constató él.

—Sí, ya lo sé, pero en la universidad. Allí estoy pendiente de las clases, y no de... esto —dijo Ámbar señalándolo con la mano abierta. Dio un paso adelante para acercarse más a él y poder así percibir su olor— Eres como la versión chico malo del Matteo que yo conozco, pero por suerte sigues oliendo igual. Eso es bueno.

Matteo parecía estar deseando que la tierra se lo tragara allí mismo.

Yo arrugué la nariz.

—¿Todavía no te ha dicho nadie que es muy raro eso de ir olfateando a la gente? —pregunté.

—Déjame —replicó, y enseguida me agarró de la mano y tiró de mí para que entrara en la casa. Cerró la puerta y se quedó mirando a Matteo una vez más. O, mejor dicho, sus brazos, porque él ya se había quitado la chaqueta.

—Ámbar, en serio, si sigues mirándolo de ese modo, tendré que contárselo a Simón —la amenacé.

—¿Qué es lo que quieres contarme? —dijo el novio de Ámbar enseguida, apareciendo como por arte de magia en el pasillo justo en ese instante. En cuanto Simón vio a Matteo, soltó un silbido de reconocimiento— Joder, Balsano. ¡Casi no te había reconocido!

Matteo cada vez estaba más colorado.

—Esto..., gente, esto resulta cada vez más incómodo —constaté.

Simón sonrió, envolvió la cintura de Ámbar con un brazo y se la llevó de nuevo con el resto de los invitados.

Matteo y yo los seguimos a una distancia prudencial. Mientras él continuaba avergonzado y mirándose fijamente los zapatos, yo no paraba de observar a mi alrededor con mucha curiosidad.

El interior de la casa de Simón estaba a la altura de su aspecto exterior: era como si allí viviera alguien que no se avergonzara de exhibir que tenía mucho dinero. Los muebles eran caros, y la decoración en general demostraba mucho gusto y estilo. Estaba bastante segura de que era obra de un diseñador de interiores. Ningún chico de nuestra edad era capaz de equipar una casa a ese nivel.

Mientras Simón hablaba con dos tipos a los que yo no conocía, Ámbar nos acompañó hasta la sala de estar. Había varios grupitos de gente charlando mientras una música pop sonaba de fondo por unos altavoces enormes. Pasamos por delante de una puerta abierta que permitía salir a la terraza y al jardín, donde unos estaban jugando a ping-pong, y a continuación entramos en la cocina, la más inmensa y moderna que he visto en mi vida.

—Esta cocina es más grande que mi dormitorio —murmuró Matteo detrás de mí.

—Esta cocina es más grande que la habitación que comparto con Ámbar en la residencia —convine en voz baja.

Sentir [Lutteo]Where stories live. Discover now