3.

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Al me lanzó una mirada crítica con los brazos cruzados frente al pecho.

Era un tipo realmente enorme, capaz de aplastar a dos tipos con una sola mano y sin pestañear. Cualquier otra persona seguramente se habría intimidado en esos instantes, pero yo llevaba ya cuatro meses trabajando en el Steakhouse de Woodshill y lo conocía lo suficiente para saber que tras aquella fachada intimidante se escondía un auténtico pedacito de pan.

-Vamos, Al. ¿Qué te cuesta? -le pregunté obligándome a esbozar una sonrisa forzada, sabiendo el efecto que tendría.

-De acuerdo, pero como me hagas perder clientes, saldrás de aquí volando por la ventana -me amenazó señalando con el pulgar por encima de su hombro el ventanal que se abría frente al valle.

-Eres el mejor -concluí con una sonrisa que ya no tuve que forzar en absoluto.

Al se limitó a soltar un gruñido, empujó las puertas abatibles y se metió de nuevo en la cocina.

Por fin. Coloqué en el estante que había detrás de la barra los últimos vasos que me quedaban por guardar y me dirigí hacia la enorme mesa de mezclas.

Desde que Al había recuperado aquel trasto de sus tiempos de DJ, no había dejado de notar en los dedos un cosquilleo de impaciencia. Tenía unas ganas locas de probarlo. No obstante, en cuanto daba un paso en esa dirección, la voz dura de mi jefe retumbaba desde la cocina para amenazarme con echarme si me atrevía a tocar una sola clavija o ruedecilla de la mesa de mezclas. En mi opinión, era importante que en el Steakhouse sonara buena música y que la clientela no se aburriera con las mismas mezclas de siempre.

Mientras revolvía los discos apilados en el armario que había bajo la mesa de mezclas, pensé que en otros tiempos mi jefe incluso había tenido buen gusto. Curioseando esos álbumes me sentí un poco como si estuviera abriendo los regalos en Navidad. Desconcertada, saqué un disco de Bullet For My Valentine. De inmediato lo puse en el plato y subí el volumen de la mesa de mezclas. Poco después empezó a sonar un solo de guitarra que me provocó un agradable escalofrío.

-¡Luna, clientela! -sonó la voz de mi colega Willa.

Reprimí un suspiro, me alisé el delantal negro e intenté consolarme pensando que al menos durante ese turno podría disfrutar de una buena banda sonora. Cuando aparté la cortina y asomé la cabeza en dirección a la barra, en mis labios apareció una sonrisa involuntaria. Mi compañera de habitación estaba encaramada a un taburete, a punto de sacar su portátil de la Edad de Piedra. Siempre me sorprendía que una persona tan menuda como ella cargara con ese trasto tan enorme y pesado.

-Vaya, creí que querías ir a Portland con tu tortolito -solté a modo de saludo mientras sacaba una botella de Coca-Cola del frigorífico.

-Hola, Luna, yo también me alegro de verte -respondió Ámbar con sequedad- Y, sí, quería ir con él, pero luego he decidido que sería mejor hacerle una visita a mi compañera de habitación preferida-bromeó apoyando los codos encima de la barra y la barbilla sobre las manos.

-Eres un encanto -repliqué después de servirle un vaso de Coca-Cola helada- Bueno, dime, ¿Qué haces aquí, en lugar de estar con Cosgrove?

-Ha tenido que salir antes -explicó con un suspiro.

-¿Y por eso se ha marchado sin ti? -pregunté enarcando las cejas. Ámbar negó con la cabeza enseguida.

-Yo estaba en la clase de Nolan y ni siquiera he mirado el móvil. Digamos que ha sido una emergencia.

-Ah -me limité a decir sin insistir en el tema.

Ámbar ya me había contado que la familia de su novio era bastante complicada y que de vez en cuando debía regresar a toda prisa. Al parecer, su hermana estaba enferma y en ocasiones Simón tenía que ir a echar una mano.

Sentir [Lutteo]Where stories live. Discover now