18.

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Ámbar no me dejó sola en toda la noche.

Ya en nuestra habitación, me metió en su cama, cogió su portátil, se acomodó a mi lado y abrió Netflix.

Me decidí sin mucho entusiasmo por la nueva temporada de «Supernatural», aunque la verdad es que no presté mucha atención. Estaba mareada y tenía el estómago revuelto. No me apetecía ni comer el chocolate que Ámbar guardaba en las profundidades de su mesilla de noche ni hablar con ella sobre lo que había sucedido. Por suerte, en algún momento Ámbar dejó de intentar convencerme de ello.

Al amanecer, por fin se quedó dormida a mi lado. Cerré el portátil e intenté escabullirme de su cama con el máximo sigilo posible. Me puse la chaqueta, pesqué mi mochila y cerré la puerta a mi espalda sin hacer ruido.

Necesitaba aire fresco con urgencia. Y calma, calma y tiempo para ordenar mis pensamientos y reencontrarme conmigo misma.

Era tan temprano que en las calles apenas había actividad.

El sol todavía no había salido del todo, y parecía como si el cielo no consiguiera decidir si quería ser de color rosa o azul marino. Saqué la cámara y eché la cabeza atrás para capturar aquellos colores en una fotografía.

Estuve haciendo fotos durante todo el trayecto desde la residencia de estudiantes hasta mi lugar preferido en Woodshill, el pequeño lago que había en el valle que quedaba frente al Steakhouse. Tenía la carne de gallina y los dedos tan fríos que me costaba manejar la cámara con naturalidad, pero me alegré de estar ocupada haciendo algo. Creí que sería mejor concentrarme en la belleza que reinaba allí fuera y no en lo que sucedía en mi interior.

Me detuve en un banco del parque que permitía ver el Steakhouse más allá del lago. Doblé las piernas para acercarlas al cuerpo y me las envolví con los brazos. Luego eché la cabeza atrás y respiré hondo. El aire fresco me sentó de maravilla. Sentía la necesidad de absorber de nuevo todas las cosas buenas que la presión me había obligado a expulsar mientras Amanda me soltaba sus reproches.

«La que es puta es puta.»

Las palabras de Amanda seguían resonando en bucle dentro de mi cabeza.

Una y otra vez, oía las burlas que había pronunciado con tanta amargura y
su voz se mezclaba con otra, una voz procedente del pasado que llevaba años intentando olvidar.

«Igual que tu madre.»

Tragué saliva con dificultad y agarré el medallón de mi madre con la
esperanza de que eso me ayudara a sentirme mejor.

No sabía si ella también pensaría de mí que soy una zorra. Había muerto mucho tiempo antes de que yo hubiera empezado a pensar en los chicos, mucho antes de que hubiéramos podido mantener una conversación al respecto. No sabía gran cosa sobre ella, pero... de todos modos tenía la sensación de conocerla. A partir de los pocos momentos que recordaba haber compartido con ella, de las fotos que Riley solía esconder bajo su cama para que nadie nos las quitara y de lo que nos había contado acerca de ella su mejor amiga, Gloria, que vivía en Renton y al principio nos había alojado a menudo a Riley y a mí cuando la presencia de Melissa nos resultaba insoportable. Gracias a ella sabíamos que a mi madre y a mi padre nunca les había importado lo más mínimo lo que la gente dijera sobre ellos, y que habían elegido vivir a su manera a pesar de las burlas que eso despertaba continuamente en los demás.

Los cuatro habíamos vivido en una casa minúscula, sin televisor, sin ordenador. Pero recuerdo perfectamente lo agradable que era y lo mucho que nos gustaba a Riley y a mí acurrucarnos en el sofá con mamá para escuchar un disco o un CD. Para el resto de las personas de nuestra edad habría sido importante llevar cierta ropa o tener móvil. Riley y yo, en cambio, les suplicábamos que nos llevaran a tiendas de discos, a conciertos o a las fiestas que se montaban después.

Sentir [Lutteo]Where stories live. Discover now