Capítulo 16: Las reglas de Liah

84 9 2
                                    

La puerta se cierra de golpe, un momento... ¿la puerta? ¿Quién carajos entró?

Me levanto de golpe resuelta a ir hacia la puerta, pero algo se enreda en mis pies y voy directo al suelo sin tiempo para cubrirme al menos la cara, por lo que mi mejilla se estampa contra el suelo frío y duro.

Tendré que cubrir eso con maquillaje.

Suelto un quejido y una sarta de insultos que dejarían avergonzado a un marinero jubilado mientras me levanto, no sé quién haya sido, pero tengo la idea de que ha de haber sido Max, el Ken moreno no tiene pinta de hacer bromas pesadas.

Lo que se enredó en mis pies fue una caja, una que por lo que deja entrever tiene un contenido costoso.

Le quito la tapa que ha quedado arrugada y me encuentro con un vestido verde esmeralda lleno de lentejuelas.

Maldigo a Bastian todo lo que puedo, sabe cuánto odio ese color, lo hizo a propósito, estoy segura. Y odio aún más el vestido al verlo detalladamente; no es tan corto, pero es totalmente ceñido al cuerpo, con un escote que deja descubierta casi toda mi espalda, no tiene mangas y aunque carece de escote adelante soy bastante consciente de mi cuerpo y de la forma en la que Bastian planea mostrarme como si fuera un trofeo más.

Los tacones son color nude, hay también unos aretes enormes de oro e incluso tuvo el descaro de agregar la ropa interior.

No quiero ni pensar lo que le hará usar a la rubia.

Si Max ha traído esto es porque ya casi es media noche, deben faltar quizá unos cuarenta minutos, por lo que debo apresurarme para estar lista.

Me pongo el ajustado vestido tan rápido como puedo y me subo en los enormes tacones que por fortuna no he olvidado cómo usar, los aretes son pesados y molestos, pero no tengo otra opción. Suspiro y rebusco en la caja por si ha dejado algo más, y no me equivoco, hay tanto maquillaje que ni siquiera sé por dónde empezar.

−¿Puedo? −pregunta Kena desde la puerta con una media sonrisa.

−Te necesito−digo con dramatismo.

−Nunca fuiste buena con el maquillaje...−dice ella con burla mientras se acomoda frente a mí y comienza a sacar cosas de la caja, nunca creí que le cupiera tanto a una caja que se veía tan pequeña.

Estamos en silencio un largo rato hasta que se levanta y guarda todo en un cajón del pequeño armario que Bastian obligó a Max a arreglar.

−Vamos, la pequeña rubia te espera−agrega caminando con pasos acelerados hacia la puerta.

No había notado que ella ya estaba lista, un pequeño vestido negro se ajusta a su delgado cuerpo, haciendo juego con unos tacones plateados y unos aretes largos de plata, su maquillaje es simple, pero no deja de verse impactante con sus ojos que parecen plata líquida.

Caminamos sin detenernos hasta llegar a la puerta del cuarto de la rubia.

−Por cierto... ¿por qué la llamas pequeña rubia?−pregunto con curiosidad−Debe tener tu edad, o ser incluso mayor.

−Yo nunca he dicho que sea mayor que ella, pero tengo más experiencia...−dice con simpleza mientras da tres golpes secos y me mira a los ojos con la duda a punto de convertirse en gotas de agua salada.

−Estaremos bien, te lo prometo−le aseguro.

Jesús, muchas veces escuché a mi hermano hablarte, siempre pensé que estaba loco, y quizá yo también lo esté un poco, porque aquí estoy... pero el punto es que si estás ahí, si no estoy tan loca como creo... ayúdame.

−Estoy lista−habla la ojiazul sacándome de mis pensamientos.

Va vestida igual que yo pero su vestido es púrpura, lo cual resalta su largo cabello rubio que cae en ondas sobre sus pechos y sus ojos tan azules como un día de primavera. Vale, que suena cursi, pero es lo primero que me viene a la mente al mirar sus ojos...

Como la primera vez que vi los de Alec, pensé que tenía un par de soles. No se lo dije hasta unos meses después, soltó una breve carcajada y besó mi frente.

Fueron buenos momentos, y ahora lo único que me queda son recuerdos.

−Casi es media noche, tenemos que irnos−nos apura la chica fantasma.

−Por cierto, lindo vestido...−dice tímidamente la chica de la cual me volví a olvidar el nombre.

Ruedo los ojos con fastidio, odio este vestido, y lo odio aún más por ser verde. No trae buenos recuerdos este color.

−Nunca vuelvas a decir eso pequeña rubia−le advierte Kena con diversión mientras seguimos caminando hacia la oficina de Bastian.

−Eh, yo... lo siento−se disculpa la chica bastante apenada.

−Tengo reglas, pequeña rubia, no las rompas y no tendrás problemas conmigo−digo con desgano, recordando la primera vez que le mencioné mis reglas a Kena.

Me hace gracia recordarlo. Fue la primera semana que ella llegó, ella tenía 13 años, yo 15, ella estaba asustada y triste, yo estaba bastante rota y enojada (y aún lo estoy)

Petrov me ordenó enseñarle todas las reglas del juego, nunca fui su favorita, al menos no del modo que los libros y las películas muestran, conmigo era exigente, controlador y asfixiante, cada paso que daba debía ser perfecto, la imperfección se castigaba brutalmente.

−Quiero salir de aquí−fue lo primero que salió de su boca cuando Bastian dejó la habitación.

−La libertad es un sueño imposible para todas las que entran aquí, así que aprende las reglas del juego y sobrevive como puedas−dije con frialdad caminando hacia el largo pasillo.

Le dije cada una de las reglas, las memorizó al instante, quizá algo dentro de ella se rompió con mi primera respuesta, pero en ese momento no podía soportar darle esperanzas a alguien más cuando yo estaba muerta por dentro.

−Ya que hay tantas reglas, ¿tú tienes alguna?−preguntó con inocencia, una que hubiera querido que nunca perdiera.

−Algunas.

−¿Cómo cuáles?

−No tengo pasado, mi nombre es Liah, mis atuendos nunca son hermosos, si por casualidad me escuchas gritar en medio de la noche; nunca vayas. No te metas en mis peleas y tampoco te metas con Alec−eso último lo dije con mucha seriedad−Y no te confundas, no es mi novio, pero es el hijo de tu jefe, así que por tu bien, no te acerques demasiado.

Kena, la chica tan angelical como fantasmal rompió todas mis reglas, las hizo trizas como si nunca se las hubiera mencionado, y quizá fue por eso que la dejé entrar y quedarse.

Nuestra regla sobre el color verde llegó un año después justo después de que Ryan Walsh salió por la puerta de mi habitación con el labio roto, el ego destrozado y un pedazo de mi corazón hecho trizas.

Pero volviendo al presente me doy cuenta de que hemos llegado a la oficina de Bastian.

Que empiece el show.

Jardín de mariposas (Golden Souls #1)On viuen les histories. Descobreix ara