«Capítulo 10»

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Cruzaron por la puerta del norte y se encontraron bajo el fresco aire nocturno. Seungcheol sintió un auténtico alivio y respiró profundamente. Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo mucho que temía que no fueran capaces de salir del complejo de la corporación HANA. Por desgracia, vio en seguida que aún no habían escapado, al menos no exactamente.

La puerta del observatorio se abría hacia un paseo largo y estrecho que iba directo hasta otro edificio, a unos cincuenta metros. A ambos lados del paseo había agua, algún tipo de embalse o lago que lindaba con el lado este del complejo. Se alejaron del observatorio. Luego se volvieron para mirar dónde habían estado y se pasaron unos minutos intentando averiguar cuál era su situación en relación con el vestíbulo y las salas que habían visitado. Era una tarea imposible.

Seungcheol nunca había tenido mucho sentido de la orientación y, al parecer, Jeonghan tampoco. Finalmente se rindieron y dirigieron su atención hacia el alto edificio de aspecto inquietante que se alzaba al otro extremo del sendero. Caminaron hacia allí. Seungcheol seguía respirando grandes bocanadas de aire dulce y húmedo. Era tarde, probablemente faltaba poco para el amanecer, pero no había ningún cielo por el que juzgar, sólo un gran manto de nubarrones grises cargados de lluvia.

—¿Dónde crees que estamos? —preguntó.

—Ni idea —respondió Jeonghan—. Espero que en alguna parte haya un teléfono.

—Y una cocina —añadió Seungcheol. Estaba muerto de hambre.

—Ojalá —exclamó el rubio con tono anhelante—. Cargada de pizza y helado.

—¿Pepperoni?

—Hawaiana. Y helado de menta con chispas de chocolate.

—Ew —protestó el mayor, haciendo una mueca. Estaba disfrutando de la conversación. No habían tenido mucho tiempo para conocerse, aunque sentía que algo los unía, una conexión distinta y agradable—. Y probablemente también te gustará la comida roja.

—¿Comida roja?

—Sí, ya sabes. Ese color rojo antinatural. Lo ponen en el ramen, en el kimchi, los pasteles de arroz, hasta en la sopa...

Jeonghan sonrió de medio lado.

—Me has pillado. Me encanta ese picante artificial de porquería.

Seungcheol puso los ojos en blanco.

—Adolescentes... Porque eres un adolescente, ¿no?

—De hecho, tengo 20 —respondió el rubio, en un tono ligeramente defensivo. Antes de que el mayor le pudiera preguntar cómo había llegado a los P.L.E.D.I.S a su edad, añadió—: Soy uno de esos niños prodigio, licenciado y todo eso. ¿Y tú qué edad tienes, abuelo? ¿Treinta?

Le tocó el turno a Seungcheol de ponerse ligeramente a la defensiva.

—Veinticinco.

Jeonghan rió.

—¡Vaya, qué vejestorio! Déjame que te traiga la silla de ruedas.

—¡Calla ya! —le replicó Seungcheol sonriendo.

—¡He dicho que dejes que te traiga la silla de ruedas! —fingió gritar, burlándose.

Seungcheol no pudo evitar reír. Aquel rubio parecía tener un gran sentido del humor, tomando en cuenta que podía bromear en una situación tan peligrosa como la que vivían ahora. Cuando se sorprendió a sí mismo admirando su belleza y las bellas líneas de expresión que Jeonghan mostraba al reír, cayó en cuenta de que estaba perdido. Todo de él le atraía, sin dudas.

Zero Hour ➳ JeongcheolWhere stories live. Discover now