«Capítulo 16»

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La agonía tenía proporciones grandiosas, iba muriendo con una intensidad más allá de lo que nunca había experimentado.

Las sanguijuelas ardientes se pegaban a ella, hambrientos de alivio, y al tocarla, al tocar a sus hermanos, les traspasaban el dolor a la reina en oleadas imparables. Siguió y siguió hasta que partes del colectivo se fueron soltando, cayendo, muriendo, deshaciéndose, sus niños sacrificándose para que ella pudiera vivir. Lentamente, muy lentamente, la agonía fue decreciendo, dejó de ser física para convertirse en una pena infinita por las muertes.

Mientras los heridos se soltaban y dejaban sus envolventes brazos para morir solos, el resto de los niños se acercó, cantando suavemente para ella, calmando su tormento lo mejor que sabían. La envolvieron, la tranquilizaron con sus besos líquidos y con su gran número, y la relevaron. Sólo pasó un momento. La reina perdió su identidad de la misma manera que el doctor Awaji había perdido la suya, se rindió al enjambre, se convirtió en más. En todos. La unidad en todos de la nueva criatura era completa y sana, un gigante, diferente de antes. Más fuerte.

Oyó ruidos mecánicos en las proximidades. Se volvió hacia sí mismo, accedió a su mente para obtener información y lo entendió. Los asesinos estaban intentando escapar.

"No escaparán"

El enjambre se transformó en mil ágiles patas y fue a por ellos.

Ninguno de los dos quería pensar en encontrarse con más problemas, pero tenían que esperar lo peor.

Jeonghan comprobó las pistolas mientras Seungcheol recargabala escopeta, y ambos informaron de los patéticos números de su reserva de municiones. Solo quince proyectiles de nueve milímetros, cuatro cartuchos de la escopeta, dos balas del Magnum...

—Probablemente tampoco los necesitaremos —dijo Jeonghan, esperanzado, mientras contemplaba el creciente círculo de luz.

El montacargas era lento pero seguro, y ya estaba a medio camino de la superficie; llegarían arriba en un minuto o dos.

Seungcheol asintió con un gesto de cabeza mientras se apretaba el costado izquierdo con una mano sucia.

—Creo que esa maldita me ha roto una costilla —explicó Seungcheol, pero sonrió ligeramente, también mirando hacia la luz.

Jeonghan se acercó a él, preocupado, y alargó la mano para tocarle el costado, pero antes de que pudiera hacerlo, una alarma comenzó a sonar en el pozo del ascensor. En todas las puertas por las que iban pasando habían empezado a destellar luces rojas que proyectaban manchas de color carmesí sobre la plataforma.

—¿Qué...? —comenzó a decir Seungcheol, pero lo interrumpió la voz femenina y pausada de una grabación.

—El sistema de autodestrucción ha sido activado. Todo el personal debe evacuar inmediatamente el complejo. Repito. El sistema de autodestrucción...

—¿Activado por quién? —preguntó Jeonghan, pero Seungcheol lo hizo callar agarrándolo del brazo y siguió escuchando.

—... inmediatamente. La secuencia comenzará en diez minutos.

Las luces seguían destellando, y la sirena aullaba sin parar, pero la voz se silenció. Seungcheol y Jeonghan intercambiaron una mirada de preocupación, pero no podían hacer gran cosa. En diez minutos, ellos ya se habrían marchado de allí, con un poco de suerte.

—Quizá la reina... —dijo Jeonghan, pero no acabó la frase. No parecía probable que fuera la reina, aunque no se le ocurría de qué otra forma se podía haber activado el sistema.

Zero Hour ➳ JeongcheolWhere stories live. Discover now