«Capítulo 15»

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Caminaron sobre la represa bajo la luz naciente; el azul oscuro de las primeras horas fue dando paso a un gris pálido y desvaído que ocultó todas las estrellas a excepción de las más brillantes. Jeonghan caminaba en silencio junto a Seungcheol y se fijó en que las nubes se iban deshaciendo. Iba a ser otro caluroso día de verano, aunque por el momento estaba esforzándose por no temblar de frío.

Se sentía cansado, más de lo que recordaba haberlo estado nunca, pero sólo saber que esa noche eterna y horrible se acercaba a su fin, que llegaba un nuevo día, era suficiente para evitar que flaqueara.

Al final del camino, sobre la represa, había una corta escalerilla que daba a una puerta. La subieron, Seungcheol delante, y entraron en la sala de turbinas; más pasamanos oxidados rodeando paredes de hormigón y más tuberías alineadas contra las paredes. Había dos puertas. La del norte llevaba a un almacén sin salida. La que daba al oeste estaba abierta y llevaba, a través de un largo corredor vallado, hasta otra puerta.

—¿Seguimos adelante? —preguntó Seungcheol, y Jeonghan asintió.

Seguramente sería otro callejón sin salida, pero quería retrasar lo más posible el tener que volver por donde habían venido. Ya habían contemplado suficiente muerte y destrucción; no les apetecía tener que volver a repetir.

Jeonghan se detuvo mientras Seungcheol avanzaba por el pasillo, y notó que la pesada puerta tenía un canto metálico. Estaba reforzada con acero y había un lector de tarjetas magnéticas junto a ella. Alguien había colocado un palo bajo la puerta para evitar que se cerrara.

"Un palo mojado", pensó, mientras se agachaba para tocar la brillante madera.

Cuando apartó la mano, finos hilos de babas se le pegaron a los dedos, estirándose desde el palo. Durante un segundo, se le ocurrió la extraña idea de que, por alguna razón, las sanguijuelas habían abierto y bloqueado la puerta, pero la rechazó y se recordó que había sanguijuelas por todo el complejo.

Se limpió la mano en el chaleco y alcanzó a Seungcheol, que ya casi estaba llegando al otro extremo del pasillo mientras recargaba el Magnum. La puerta no estaba cerrada con llave y el pelinegro la empujó para abrirla. Era otra entrada de cemento y metal que llevaba a otro corredor. Seungcheol entró y suspiró. Jeonghan lo imitó.

"¿Llegaremos alguna vez al final
de este lugar?"

La sala olía como una playa con marea baja, aunque no podían ver nada desde la entrada porque la habitación quedaba fuera de su campo de visión. Habían dado dos pasos hacia el interior cuando oyeron el clic de una cerradura y la puerta se cerró a su espalda.

—¿Cerradura automática? —preguntó Jeonghan, frunciendo el entrecejo.

Seungcheol volvió a la puerta y accionó el pomo.

—Estaba cerrada antes, pero sin llave. No tiene sentido que se active la cerradura después de que entremos.

Entonces, el rubio oyó algo, un sonido bajo que hizo que el corazón le diera un vuelco. El sonido aumentó de intensidad rápidamente y se convirtió en una risa profunda y seca que llegaba de la habitación que había más allá de la entrada. Sin decir palabra, ambos se apartaron de la puerta, apretaron las armas en la mano y rodearon la esquina. Se quedaron de piedra al contemplar el vasto mar de vida que los rodeaba. Parecía cubrir cada centímetro cuadrado de pared y caía y se arrastraba por el techo y el suelo.

Sanguijuelas, miles, cientos de miles de sanguijuelas.

La sala era grande, alta y amplia, dividida por un pequeño corredor que discurría a lo largo de la pared del fondo. Varios incineradores se alineaban en una construcción central que se alzaba hasta el techo, y se veían llamas a través de varias aberturas en el metal. En la pared sur se hallaba una gran puerta metálica, al fondo de un pequeño vestíbulo, que parecía ser la única salida; y eso suponiendo que quisiera pasar por encima de todas esas sanguijuelas, a lo que Jeonghan no se sentía nada dispuesto.

Zero Hour ➳ JeongcheolWhere stories live. Discover now